La beata Eusebia Palomino nació en el crepúsculo del siglo XIX -el 15 de diciembre de 1899- en Cantalpino, pequeño pueblo de la provincia de Salamanca (España), en el seno de una familia sin medios económicos, pero de profundos valores religiosos. Su infancia y adolescencia estuvieron marcadas por la pobreza. Sus padres, Agustín y Juana, eran sin duda los más pobres del pueblo. Agustín, de aspecto humilde y hombre de gran bondad y dulzura, trabajaba como bracero temporal al servicio de los propietarios terratenientes de los alrededores. La madre, Juana, atendía la casa y a sus hijos. Eusebia recuerda con agradecimiento «...como las tres hermanas aprendimos de labios de mi padre la hermosa y encantadora doctrina del catecismo sin acordarnos de nada de la calle...».
Cuando en el invierno el campo reposa y el trabajo falta, el pan escasea. Por eso, a causa de la extrema pobreza, Eusebia, con apenas siete años, tuvo que abandonar la escuela para ayudar a la familia, dando prueba de una madurez precoz en cuidar -aún siendo ella niña- a niños de algunas familias del pueblo mientras los padres iban a trabajar. Alguna que otra vez tuvo que acompañar a su padre que recorría los pueblos mendigando el pan. La cría, ignorante de lo que cuestan algunas humillaciones, disfrutaba con aquellas caminatas por los senderos del campo y alegremente correteaba y saltaba junto a su padre que le hacía admirar la belleza de la creación, y la luminosidad del paisaje de Castilla dándole algunas catequesis que le encantaban. Cuando llegaban a los pueblos, sonreía a las personas buenas que lo acogían y pedía un poco de pan por amor de Dios.
Un día, Eusebia escuchó el siguiente diálogo familiar: «¡Cuánto nos prueba el Señor con enfermedades, y la falta de lo necesario!» «¡Mujer, si el Señor quiere que suframos, ofrezcámoselo a él, y no te apures, que ya gozaremos en el Cielo!» Desde los 8 años hasta los 12, Eusebia, durante el verano, trabajaba de sirvienta en el pueblo. «Era todavía muy pequeña y ya pensaba en la muerte... ¡Qué feliz era cuando pensaba que iba a morir! No poseía casi nada, y aún aquello poco que tenía era demasiado para mí... todo me sobraba, pues nada de la tierra me podía separar de las delicias que en el Cielo mi corazón encontraba».
El día de la Ascensión de 1908, cuando tenía 8 años de edad, recibió por primera vez a Jesús Sacramentado. Vivió este acontecimiento con un fervor inusitado en tan pequeña edad.
A los 13 años, en el verano de 1912, en compañía de su hermana mayor Dolores, marchó como sirvienta a Salamanca. Se colocó como niñera en casa de una familia muy cristiana. En esa ciudad castellana, plagada de conventos, comenzó a inclinarse por la vida religiosa. Más tarde, trabajó como sirvienta en el asilo San Rafael, para ancianos pobres y abandonados. El 24 de mayo, fiesta de María Auxiliadora, al pasar la procesión con la imagen de María, oyó en lo más hondo de su alma una voz que le decía: «Tú serás mi hija». Pocos días después, «la mendiga de Cantalpino» se llegó a la fuente de san Julián para coger agua. Allí se encontró a una joven, casi de su misma edad, que la insistió para que el siguiente domingo fuese con ella al colegio de las salesianas para participar del oratorio festivo que las hijas de san Juan Bosco animaban en la ciudad. Así de una manera extraña y providencial, Eusebia conoció a las Hijas de María Auxiliadora, y al ver por primera vez la imagen de la capilla «...caí de rodillas a sus pies. Entonces sentí en mi interior que me decían: Aquí es donde yo te quiero». A partir de entonces, los domingos por la tarde acudía al oratorio festivo. En cuanto a la jovencita de la fuente, la misteriosa amiga ocasional «... No sé si después se iría fuera o lo que pasó, lo cierto es que no la vi nunca más».
Un domingo la directora del colegio dijo a Eusebia: «Tenemos necesidad de una muchacha como tú para ayudarnos en las trabajos de la casa... ¿Te gustaría?» Respondió que sí, y un día del mes de septiembre, a los 17 años, comenzó a servir a esta congregación, ayudando en los trabajos de la casa (acarrea la leña, hace la limpieza, tiende la ropa, hace los mandados) y acompañando a las estudiantes de Magisterio a la escuela estatal. En ese tiempo, entre los 17 y los 22 años, Eusebia sintió la llamada a la vida religiosa de carisma salesiano, pero le preocupaba que su falta de recursos económicos fuera un obstáculo para su vocación.
El deseo secreto de Eusebia, de consagrarse por entero al Señor, encendía y nutría cada vez más sus actos y su oración. Se decía: Si cumplo con diligencia mis deberes tendré contenta a la Virgen María y podré un día ser su hija en el Instituto. No se atrevía a pedirlo; por su pobreza y falta de instrucción, no se creía digna de tal gracia. Sin embargo, la Superiora visitadora, con la que ella se confía, la acoge con bondad materna y le asegura: No te preocupes de nada, y con gusto decide admitirla en nombre de la Madre General.
En 1922, sin necesidad de dote, sería admitida como religiosa, iniciando el noviciado el 5 de agosto, e hizo la profesión religiosa dos años después. En el año 1924, Eusebia, ya profesa, fue destinada al colegio María Auxiliadora de Valverde del Camino, para dedicarse a los servicios de la casa y a la pastoral juvenil.
Valverde del Camino es una pequeña ciudad que en aquella época contaba con 9000 habitantes. Situada al extremo sudoeste de España, en la zona minera de la provincia de Huelva, en los confines con Portugal. Las niñas del colegio y del oratorio, en el primer encuentro se quedan más bien desilusionadas, la hermana nueva tiene un aspecto más bien insignificante, es pequeña y pálida; además no es bonita, con las manos gruesas y, para colmo, tiene un nombre feo. A la mañana siguiente de su llegada, sor Eusebia está ya en su lugar de trabajo: un trabajo variado que la ocupa en la cocina, en la portería, en la ropería, en el cuidado del pequeño huerto y en la asistencia a las niñas del oratorio festivo.
Fue en ese colegio donde esparció el aroma de su santidad y de su espíritu salesiano, repartiendo a todos su ejemplo de sencillez, humildad, alegría y servicio. Las pequeñas se sienten pronto atraídas por las narraciones de hechos misioneros, vidas de santos, episodios de la devoción mariana, o anécdotas de Don Bosco, que recuerda gracias a una feliz memoria y sabe hacerlas atractivas por su convencimiento y su fe sencilla.
Y corrieron las noticias. Se dijo de ella que era humilde como jamás lo habíamos visto, oraba siempre, profetizaba acontecimientos, tranquilizaba las conciencias, conducía las almas hacia la gracia divina, hacía signos milagrosos... Un día Sor Eusebia dijo a una jovencita llamada Josefa: «¿Podrías traerme algunos bulbos de nardos?» Al recibirlos esa misma tarde, ayudada por Josefa, se puso a sembrarlos de inmediato en la huerta. A la mañana siguiente, apenas apareció Josefa, la dijo: «Te he estado esperando. Esta noche he soñado que el Niño Jesús regaba nuestros nardos y me dijo que ya habían nacido. Hace poco quería bajar a verlos, pero he pensado esperarte. Ven, bajemos al huerto». «Parece mentira -recordará Josefa- los nardos habían brotado todos». Todo Valverde decía que sor Eusebia era una santa, y eso que no sabían nada de la multiplicación del aceite y de otros productos, que sor Carmen Moreno Benítez, la directora del colegio, recogía cuidadosamente por escrito. La propia sor Carmen tuvo que mandarla que descendiera al suelo, pues se hallaba de rodillas en el aire rezando ante un elevado Crucifijo. El funeral en Cantalpino por su virtuoso padre Agustín fue visto por ella desde este colegio de Valverde. Su vida humilde hacía realidad las palabras de san Juan de la Cruz: «Déjate enseñar, déjate mandar, déjate despreciar y serás perfecto».
Cuando la rabia revolucionaria de los sin-Dios tenía por objeto el exterminio de la religión, sor Eusebia no dudó en llevar hasta el extremo aquel principio de disponibilidad, pronta literalmente, a despojarse de todo, y ella misma se ofreció como víctima por la salvación de España y por la libertad de la religión. Dios aceptó la víctima. En agosto de 1932 un mal improviso es el primer aviso. Después el asma que en diversos momentos ya la había molestado, ahora llega a niveles extremos de intolerancia, se agrava con otros males que van apareciendo y atentan contra su vida. En este tiempo, unas visiones, llamadas visiones de sangre, afligen a sor Eusebia aún más que los dolores físicos. El 4 de octubre de 1934, mientras algunas hermanas rezaban con ella, interrumpió y empalideció, diciendo: Rezad mucho por Cataluña. Era el principio de la sublevación obrera de Asturias y de la catalana en Barcelona (4-15 octubre 1934) que se llamarán anticipo revelador. También tuvo una visión de sangre para su querida directora sor Carmen, que sería fusilada con otra hermana el 6 de septiembre de 1936.
Sor Eusebia vio en sueños su propio entierro y el lugar donde la depositaban. El año 1934, imposibilitada para todo trabajo por los fortísimos dolores que padece, se ve obligada a guardar cama. En tanto la enfermedad de sor Eusebia se agravaba: el médico que la asistía admitió de no saber definir la enfermedad que, unida al asma le acartona todos los miembros convirtiéndola en un ovillo. Quien la visita sentía la fuerza moral y la luz de santidad que irradiaban aquellos pobres miembros doloridos, dejando absolutamente intacta la lucidez del pensamiento, la delicadeza de los sentimientos y la gentileza del trato.
El 26 de enero de 1935 ocurrió lo que se ha dado en llamar «el primer tránsito». «Nos llamaron aquella mañana muy temprano porque sor Eusebia estaba en agonía. Rodeamos su lecho, en aquel momento torció la boca, dejó caer de sus ojos algunas lágrimas síntoma de muerte, y nos pareció, efectivamente, haber entregado su alma a Dios. Fue amortajada... Al volver de la parroquia había vuelto en sí y nos contó que había visto un jardín de tan extraordinaria belleza que era imposible describirlo y que había visto en él a santo Domingo Savio... a muchos ángeles y entre ellos a sus hermanitos muertos de pequeños». Doce y media de la noche del 9 al 10 de febrero de 1935. Esta vez para siempre sor Eusebia Palomino, que en varias ocasiones había manifestado que en su entierro las campanas tocarían a gloria, a sus 35 años se ha marchado al Cielo. Durante dos días la multitud desfiló ante su cadáver. Sor Eusebia parecía dormir serenamente. Sus restos mortales adornados con muchas flores, son visitados por toda la población de Valverde del Camino. Todos decían: Ha muerto una santa. El sepulcro marmóreo de la beata Eusebia está en una pequeñísima capilla del Colegio «María Auxiliadora» de Valverde del Camino (Huelva).
Aunque largo para la práctica habitual del santoral de ETF, este escrito es extracto de otro más largo, pero que vale la pena leer, de Jesús Azcárate Fajarnés en HuelvaCofrade.com