Como señaló el bolandista Delehaye, y con él el conjunto de la crítica seria desde el siglo XIX hasta la actualidad, «el nucleo de la leyenda de Teodoto y compañeros es una historia narrada por Heródoto, mientras que la existencia misma del héroe no está avalada por ningún documento histórico» (Anal. Boll., XXII, 320, y XXIII, 478, citado en Cath Enc. «St. Theodotus of Ancyra»). Ante la contundencia de este juicio es difícil comprender las razones que llevaron al cuidadoso Nuevo Martirologio a mantener en sus páginas una celebración que no parece que tenga aquí cabida, sobre todo teniendo en cuenta el explícito deseo de poner de nuevo el Martirologio en completa sintonía con la verdad histórica, depurándolo de los aspectos legendarios con los que a lo largo del tiempo se había entremezclado.
La leyenda de Teodoto y las siete vírgenes es ciertamente muy agradable -como son muy «agradables» en general las historias fantasticas bien narradas- pero si no podemos extraer de allí ninguna relación con una hagiografía, parece bastante inútil contarla en el contexto de un santoral hagiográfico. Puede leerse bien desarrolada en el Butler-Guinea (1964), tomo II, 18 de mayo; también, aunque con menos desarrollo, en la Catholic Encyclopedia, en el ya mencionado «St. Theodotus of Ancyra» (en inglés); los demás santorales que he consultado, ninguno trae ninguna noticia, ni a favor ni en contra, sobre ellos.
Daría la impresión de que la única razón por la que están reseñados es por el prestigio de tratarse de una antigua tradición, pero no porque esa antigua tradición asegure la existencia real de este grupo de santos. Sin duda que en ellos tenemos la oportunidad de conmemorar muchos e innominados testigos auténticos de nuestra fe, que dieron generosamente su vida, aunque no en forma tan pintoresca, sí con la eficacia con la que la Iglesia floreció en la sangre de sus mártires.