Se conoce con el nombre de Monasterio de San Dio a un cenobio fundado por san Dio «el Taumaturgo» en Constantinopla, en los últimos años del siglo IV, época del emperador Teodosio el Grande. El monasterio, que funcionaba bajo la regla de los «acemetas» -monjes que se turnaban para que la alabanza a Dios fuera continua, las 24 horas- fue considerado un modelo de piedad y virtud durante el siglo V, y por tanto gozó de gran prestigio en la vida religiosa constantinopolitana. Pero sobre todo, la ortodoxia de los monjes, y su adhesión incondicional a la sede romana y al concilio de Calcedonia, les dio un papel destacado en los confusos acontecimientos eclesiásticos e imperiales del fin del siglo V en Constantinopla.
A pesar de que el Concilio Ecuménico de Calcedonia había clarificado de modo definitivo la cuestión cristológica fundamental de las dos naturalezas de Cristo, de modo que se había hallado la fórmula para afirmar su plena humanidad sin menoscabo de su divinidad, y su plena divinidad sin menoscabo de su humanidad, los monofisitas, que pretendían una única naturaleza en Cristo, ganaban terreno, y habían conseguido que dos sedes de la importancia de la de Alejandría y de Antioquía estuviesen en poder de patriarcas monofisitas. La cuestión era compleja, y no involucraba problemas sólo dogmáticos, sino también de equilibro de poderes entre las tres sedes principales de Oriente -las dos mencionadas y Constantinopla-. En este contexto, y con el ascenso de un nuevo emperador, Zenón, el patriarca de Constantinopla, Acacio, buscó a su manera pacificar la Iglesia por medio de una fórmula de fe de compromiso, el «Henoticón», que si bien dejaba afuera a los monofisitas declarados, en la práctica implicaba dejar sin efecto el concilio de Calcedonia, y además se hacía a espaldas de la sede romana. Todo esto ocurría en el año 482.
Los monjes acemetas enviaron un informe a Roma declarando la cuestión, y el papa Simplicio envió tres legados a Constantinopla para pedir explicaciones e intervenir en nombre de la sede romana en tan trascendental asunto. Pero los legados se vendieron por dinero y la posición de Roma fue desatendida. Nuevamente fueron los monjes acemetas quienes, comprendiendo el peligro letal para la fe que hubiera sido una firma de los legados papales aceptando el Henoticón, enviaron un mensajero a Roma. En el interín murió Simplicio y fue elegido papa Félix II, quien convocó un sínodo que depuso a los legados, y tomó cartas personales en la cuestión del Henoticón, la vigencia del conclio de Calcedonia, y la autoridad del patriarca de Constantinopla. También esta carta fue remitida por mediación de los monjes de San Dio. Sin embargo, la reacción del emperador y de Acacio, lejos de clarificar la cuestión abriendo el camino a una verdadera pacificación de la Iglesia, no se hizo esperar: los partidarios del partido constantinopolitano irrumpieron en la celebración del monasterio y mataron a algunos monjes como prueba de poder, lo que dio inicio al llamado "cisma de Acacio", que duró unos 20 años, y fue uno de los tantos precursores de lo que siglos más tarde sería la ruptura con Roma que se mantiene hasta hoy.
Lamentablemente, desconocemos tanto los nombres, como la cantidad de monjes muertos en defensa de la ortodoxia y la unidad de la Iglesia, así como la fecha histórica de su martirio. El Cardenal Baronio los inscribió el 8 de febrero en el primer Martirologio Romano.
Ver Acta Sanctorum, febrero II, págs. 161-162, con todos los fragmentos documentales relevantes. La cuestión del cisma de Acacio y el Henoticón forma parte de la historia general de la Iglesia y puede leerse en cualquier obra de esa temática. Puede ser interesante verla en la «Historia de la Iglesia», de Jedin (comp), tomo II (ed. española Herder, 1980), ya que en el capítulo XXII tenemos contado el problema desde una perspectiva, por así llamarla, "constantinopolitana", mientras que en el capítulo XXXIX -de otro autor- se cuentan los mismos hechos desde una perspectiva "romana"; como curiosidad, ninguno de los dos ponentes menciona el martirio de los monjes, posiblemente porque en la perspectiva historiográfica no lo consideren un desencadenante decisivo del cisma.