En el reinado del emperador Maximiano vivía en Nantes, en la región de Bretaña, un joven llamado Donaciano. Era un fervoroso cristiano que pertenecía a una de las más distinguidas familias galo-romanas. Cuando estalló la persecución, el ejemplo de Donaciano arrastró a su hermano Rogaciano a solicitar el bautismo; pero no pudo recibirlo inmediatamente porque el obispo se hallaba escondido. El emperador había publicado un decreto por el que se condenaba a muerte a todos los que se negasen a ofrecer sacrificios a Júpiter y Apolo. Cuando el prefecto romano llegó a Nantes, Donaciano tuvo que comparecer ante él, acusado de profesar abiertamente el cristianismo y de haber apartado a su hermano y a otros paganos del culto a los dioses. Donaciano confesó valerosamente la fe y fue encarcelado. Pronto se reunió con él Rogaciano, quien había defendido ardientemente la fe contra todas las amenazas y promesas.
La gran pena de Rogaciano era no haber recibido todavía el bautismo; pero pidió fervorosamente a Dios que el beso de paz que le había dado su hermano, le confiriese la fuerza necesaria para la prueba. Dios le tenía destinado el bautismo de sangre. Ambos hermanos pasaron la noche en oración y, al día siguiente, comparecieron de nuevo ante el prefecto, a quien manifestaron que estaban dispuestos a soportar, por la fe, todos los tormentos. Por orden del prefecto fueron torturados en el potro, se les perforó la cabeza con una lanza y finalmente fueron decapitados. En Nantes se venera mucho a estos mártires, a quienes se conoce con el nombre de «les enfants nantais» («los hijos de Nantes»). Una parte de sus presuntas reliquias se conserva en la iglesia dedicada a su nombre. Ruinart incluyó en Acta Sincera las actas de estos mártires, que son muy sobrias en comparación con otras.
Las mismas actas se encuentran en Acta Sanctorum, mayo, vol. V y hay otra versión de ellas en Analecta Bollandiana, vol. VIII (1889), pp. 163-164. Aunque indudablemente no se trata de una obra escrita por un contemporáneo, tampoco hay razón para considerarla como una simple novela. Mons. Duchesne, que trata el punto en Fastes Épiscopaux (vol. II, pp. 359-361), hace notar que Donaciano y Rogaciano son los únicos mártires de las Galias que perecieron ciertamente en las persecuciones romanas. Véase también A. de la Borderie, Hisloire de Bretagne, vol. I, pp. 187-194; Delanoue, S. Donatien et S. Rogatien (1904); G. Mollat, en Anuales de Bretagne, vol. xxn (1907), pp. 205-213; y J. B. Russon, La passion des enfants nantais (1945). También H. Leclerq discute el problema con cierto detenimiento en DAC., vol. XII (1935), ce. 628-634; en dicho artículo se encontrarán numerosas referencias.