Hubo un tiempo en que se celebraba dos series de «cuatro santos coronados»: Severo, Severiano, Carpóforo y Victorino, considerados mártires romanos, y Simproniano, Claudio, Nicóstrato, Cástor, considerados mártires de Panonia (aunque el Martirologio Romano afirmaba que también habían sido sepultados en Roma). En los dos casos, el martirio había ocurrido bajo Diocleciano. Las dos series dieron lugar a «actas» propias, creando tal confusión entre una y otra, que todo el conjunto pareció increible y una mera invención legendaria. A tal punto que, cuando se comenzó en 1969 la última reforma del Martirologio Romano, que culminó en 2001 con la edición del Nuevo, estos santos fueron suprimidos del calendario.
Afortunadamente, una adecuada evaluación del conjunto de la historia, permitió recuperar aquellos elementos que tenían una validez histórica y que hablaban, efectivamente, de unos mártires de Cristo que existieron realmente, separándolos de aquellos elementos que eran puramente legendarios, y, en este caso, una mera duplicación de datos que había tomado, por así decirlo, «vida propia», y dado lugar a unas «actas» tan falseadas que el gran hagiógrafo, el P. Delehaye llega a llamar a ese invento «el oprobio de la hagiografía».
La historia genuina proviene de unas «actas» antiguas donde, como lo hace notar el P. Delehaye, hay una magnífica descripción de las bodegas y talleres imperiales en Sirmium (no se trata propiamente de la ciudad de Sremska Mitrovica, actualmente en Serbia, sino en la región de Srijem, repartida entre Serbia y Croacia) y Diocleciano aparece no como el monstruo de crueldad del que estamos acostumbrados a oir hablar, sino como un emperador de carácter bastante inestable, pero poseído de una verdadera pasión de construir.
Las esculturas y bajo relieves en madera labrados por los cristianos Claudio, Nicóstrato, Sinforiano, Castorio y Simplicio, llamaron tanto la atención del emperador (Simplicio se había convertido al cristianismo, pues creía que la habilidad de sus compañeros de oficio procedía de su religión), que les encomendó cierto número de obras. Los escultores hicieron lo que les había pedido, excepto una estatua de Esculapio, pues eran cristianos (hay que notar que su cristianismo no les impidió esculpir una estatua del sol, que también era un dios). El emperador se limitó a confiar la estatua de Esculapio a otro escultor, diciendo: «Ya es bastante que su religión les permita esculpir obras tan bellas». Pero la opinión pública empezó a clamar contra Claudio y sus compañeros, quienes fueron finalmente encarcelados por haberse negado a ofrecer sacrificios a los dioses. Sin embargo, Diocleciano y el carcelero Lampadio los trataron bien al principio. Pero Lampadio murió súbitamente y, como sus parientes echasen la culpa a los cinco cristianos, el emperador tuvo al fin que condenarlos a muerte. Así pues, se los encerró en cajas de plomo que fueron arrojadas al río. Tres semanas más tarde, un tal Nicodemo recuperó los cuerpos.
En el Monte Celio, de Roma, se construyó una basílica en honor de los Cuatro Santos Coronados, probablemente durante la primera mitad del siglo V. Dicha basílica llegó a ser y es aún, la iglesia titular de uno de los cardenales. Ciertos indicios parecen señalar que los santos a los que la basílica estaba dedicada eran, en realidad, los mártires de Panonia, aunque ignoramos por qué se suprimió el nombre de Simplicio, ya que sus reliquias fueron posteriormente trasladadas a Roma. Ciertos autores opinan que, al cabo de algún tiempo, se supo la verdadera historia de los mártires; entonces algún hagiógrafo, para explicar por qué eran cuatro y no cinco, inventó la leyenda según la cual, los Cuatro Coronados eran romanos y no originarios de Panonia y eran soldados y no escultores, lo que terminó provocando la confusión ya explicada. Aunque en la actualidad se ha restituido el número de cinco, se los sigue llamando «Cuatro Coronados», a los que se añade el nombre de Simplicio, porque la basílica antigua llevaba ese nombre, y por el título cardenalicio al que dio lugar; además, han pasado con esa representación de cuatro a la iconografía tradicional.
Es muy natural que los gremios de la Edad Media hayan profesado gran devoción a los Cuatro Coronados, que habían sido escultores. En el Museo Británico (MS. Royal XVII.A.i) se conserva un poema en el que se fijan las reglas de un gremio medieval. Tiene una sección titulada Ars quatuor coronatorum, que comienza así: «Oremos ahora al Dios Todopoderoso
y a María, su santa Madre...»
seguidamente narra en forma breve la leyenda «de estos cuatro mártires, a los que se honra mucho en este oficio», e indica que quienes deseen saber más detalles encontrarán
«...en la leyenda de los santos (i.e en el libro «Legenda Sanctorum»)
los nombres de los cuatro coronados.
Su fiesta se ha de celebrar sin falta
ocho días después de Todos los Santos.»
Todavia a mediados del siglo XX en Inglaterra, según refiere el artículo del Butler, una prestigiosa revista sobre la construcción llevaba el nombre de «Ars Quatuor Coronatorum» (el arte de los Cuatro Coronados), y en la actualidad ese nombre lo lleva (desde 1889, según se indica en su web) una logia masónica, precisamente por su simbolismo arquitectónico.
Una de las obras plásticas más conocidas dedicada a los Cuatro Coronados, es la escultura de Nanni di Banco, en la iglesia de Orsanmichele de Florencia. Al respecto, la anécdota tradicional cuenta que Nanni di Banco, el gran rival de Donatello, concluyó las estatuas de cada uno de los cuatro por separado, pero por los gestos y posturas de cada uno, no encontró luego la manera de encajarlos todos en el nicho que tenía preparado. No le quedó más remedio que recurrir a su antagonista, quien se comprometió a solucionar el asunto a cambio de una cena para él y sus colaboradores. Nanni aceptó, y así Donatello les dio el movimiento tan característico que puede apreciarse ahora, y al disponerlos como si estuvieran conversando, consiguió que entraran todas en el nicho. Nanni, sin embargo, convidó a todos sólo con ensalada... posiblemente la anécdota no sea del todo cierta, pero expresa muy bien la diferencia entre la gracilidad y movimiento de las figuras de Donatello, y la gravedad y hieratismo de las de Nanni del Banco. El friso bajo el grupo de los Cuatro Coronados los muestra en su trabajo de escultores.
En Acta Sanctorum, nov., vol. III, el P. Delehaye escribió en 1910 un artículo de treinta y seis páginas in-folio; en él editó el texto de las actas de Panonia, escritas probablemente por un tal Porfirio, así como una recensión del siglo X, escrita por un tal Pedro de Nápoles. La Depositio Martyrum del siglo IV, confirmada por el Sacramentarlo Leonino y otros, no deja duda alguna de que en Roma se tributaba culto a estos máritres desde antiguo. Delehaye se inclina absolutamente por la opinión de que el único grupo de mártires que existió realmente fue el de los de Panonia, cuyas reliquias fueron transladadas a Roma y enterradas en la catacumba de la Vía Lavicana (cf. Analecta Bollandiana, vol. XXXII, 1913, pp. 63-71; Les passions des martyrs ... , 1921, pp. 328-344; Etude sur le légendier romain, 1936, pp. 65-73; y Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, pp. 590-591). Pero otros autores proponen teorías diferentes: Mons. Duchesne, en Mélanges d'archéologie et d'histoire, vol. XXXI, 1911, pp. 231-246; P. Franchi de Cavalieri, en Studi e Testi, vol. XXIV, 1912, pp. 57-66; y J. P. Kirsch, en Historisches Jahrbuch, vol. XXXVIII, 1917, pp. 72-97.
El presente artículo aprovecha lo máximo posible el excelente material que trae el correspondiente del Butler, pero ha sido reorganizado atendiendo al Nuevo Martirologio Romano, que es, de alguna manera, ya heredero de todas las investigaciones citadas en la bibliografía, en especial del punto de vista del P. Delehaye.
En la iglesia de los Cuatro Coronados a las que hace mención el escrito se ha encontrado hacia el 2004 un conjunto de frescos del siglo XIII que es el mayor conjunto conservado de esa época, con la que sería posiblemente la primera representación de san Francisco de Asís, uno 20 años después de su muerte.