Los búlgaros pertenecían probablemente a una raza turania de Asia central, emparentada con la de los avaros y los hunos. Dicha raza estableció un reino independiente (kanato), en el curso del siglo VII, en la Bulgaria actual, donde subyugó a los pueblos ya establecidos, pero se mezcló con ellos y adoptó la lengua eslava. Actualmente, los búlgaros se consideran como un pueblo eslavo. Hacia el año 865, el rey búlgaro, Boris I, aceptó el cristianismo de Constantinopla, sobre todo por razones políticas, y lo impuso a sus súbditos. Ello reavivó la antigua querella entre Roma y Constantinopla acerca de la jurisdicción patriarcal en la Iliria y los Balcanes. Boris atizó aún más el fuego al fundar una Iglesia nacional, independiente de Roma y de Constantinopla.
El año 869, el papa Adriano II nombró a san Metodio arzobispo de Moravia y Panonia y extendió deliberadamente su jurisdicción hasta las fronteras de Bulgaria. Según lo explicó más tarde cuidadosamente el Papa Juan VIII a Boris, ello no significaba que la religión de Roma y de Constantinopla fuesen diferentes, sino que su predecesor había hecho eso teniendo en cuenta las tendencias cismáticas de los bizantinos. San Metodio no dejó de preocuparse por los búlgaros, la mayoría de los cuales seguían siendo paganos. Por esa razón, se considera a san Metodio y a su hermano san Cirilo como los dos primeros de los «siete apóstoles de Bulgaria» (los restantes cinco son los que hoy celebramos), aunque ninguno de los dos predicó jamás el Evangelio a los búlgaros.
Después de la muerte de san Metodio, la cruel y violenta persecución que desataron Svatopluk y el arzobispo Wiching, obligó a huir de Moravia a sus discípulos. Uno de ellos era san Gorzad, a quien san Metodio había dejado por sucesor. No sabemos exactamente qué fue de él, pero, según la tradición, predicó como misionero, y sus supuestas reliquias se conservan en Beral (actualmente Albania). Boris recibió en Bulgaria a varios de los discípulos de san Metodio, con la idea de aprovecharlos para sus planes. Eran éstos san Clemente, san Nahúm, san Sabas y san Angelario, los cuales evangelizaron a los búlgaros. Clemente, que era probablemente de origen eslavo y había nacido en el sur de Macedonia, era el más distinguido del grupo; a él se atribuye sobre todo el trabajo de evangelización y educación del pueblo. En la época del khan Simeón, Clemente fue elegido obispo de Velitza, probablemente en las cercanías de Okrida, donde fundó un monasterio. Más tarde, empezó a considerársele como el fundador de la sede primacial, que tan importante sería en la historia posterior, y como el primer obispo eslavo.
Hay razones para atribuir a san Clemente ciertos sermones eslavos que se conservan todavía, aunque tal vez algunos son simples traducciones del griego; en todo caso, dichos sermones estaban dirigidos a un grupo que acababa de convertirse al cristianismo. Clemente murió en Okrida el año 916; su fiesta se celebra el 27 de julio. Según algunos, san Nahúm le sucedió en el gobierno de la sede. Nahúm se había convertido gracias a la predicación de Cirilo y Metodio en Moravia y los había acompañado en su viaje a Roma y ayudado en la tarea de traducir los libros santos al eslavo. En Rusia y Bulgaria se le venera como taumaturgo. El fracaso de la misión de san Cirilo y san Metodio en Bulgaria les obligó a emigrar hacia el norte; sin embargo, persistieron en su tarea, continuaron su obra y acabaron por implantar el Evangelio en Bulgaria. La Iglesia ortodoxa búlgara los venera juntos el 17 de julio e individualmente en la fecha de la muerte de cada uno. También lo hacen así los católicos búlgaros del rito bizantino. En ruso y en búlgaro hay una literatura muy abundante sobre san Clemente, llamado Slovensky.
La biografía que hay en Migne, PG., vol. CXXVI, 1193-1240, es una versión griega, que data del siglo IX, de una biografía eslava escrita por uno de los discípulos de san Clemente poco después de su muerte. Véase M. Jugie, en Echos d'Orient, vol. XIII (1924), pp. 5 ss; F. Dvornik, Les slaves, Byzance et Rome... (1926), pp. 312-318; S. Runciman, History of the First Bulgarian Empire (1930) ; y el artículo de M. Kusseff, en Slavonic Review, 1949, pp. 193-215.