En un resumen de los martirologios griegos se dice que, bajo el reinado de Séptimio Severo, el prefecto Luciano, que gobernaba en Magnesia, mandó detener a un sacerdote llamado Caralampo, porque éste despreciaba los edictos imperiales que prohibían predicar el Evangelio. Con el propósito de vencer la constancia del sacerdote, Luciano mandó que le torturaran y él mismo se unió a los verdugos para desgarrar las carnes del confesor con garfios de hierro. Se dice que en aquel momento, por justo juicio de Dios, las manos del pefecto Luciano quedaron paralizadas y adheridas al cuerpo del mártir, sin que su dueño pudiese retirarlas. Pero Caralampo elevó a Dios una plegaria, pidiendo el perdón para el inhumano verdugo y las manos de Luciano recuperaron el movimiento. Ante un prodigio tan evidente, los dos lictores, Porfirio y Bapto, que también desempeñaban el oficio de verdugos, abjuraron del culto de los ídolos y se declararon cristianos; tres mujeres que presenciaban el suplicio, siguieron su ejemplo. Pero el prefecto persistió en su incredulidad y mandó que todos fuesen decapitados al instante.
Debe hacerse notar que este resumen no menciona al emperador ni habla de Antioquía de Pisidia. Las «Actas», que por otra parte son poco dignas de confianza, se detienen en diversos detalles, pero no dicen nada sobre los compañeros del mártir. La fiesta de San Caralampo figura el 10 de febrero en los agregados al martirologio de Usuardo y parece que su culto se extendía hasta las regiones de Hainaut (Bélgica).
Véase Acta Sanctorum, febrero; Bolland Sinaxario de Constantinopla, columnas 455 y 988. La obra anónima: Le glorieux triomphe de saint Charalampe, pretre et martyr dont les Religues reposent a Wadelencourt, en Hainaut, (Douai, 1771).