Nació en un pequeño pueblito de Fâglavik, en la provincia de Âlvsborg, Suecia, el 4 de junio de 1870. Fueron sus padres el Sr. Augusto Roberto Hesselblad y la Sra. Cajsa Pettesdotter Dag, fue la quinta de trece hijos. Recibió el bautismo en la Iglesia Luterana de su Parroquia de Hundene, Suecia y transcurrió su infancia por diversos lugares, siguiendo a su familia que por motivos económicos buscaban lugares de trabajo.
En el año de 1886, para ganarse el pan y contribuir al sostenimiento de su familia, se fue a trabajar a Kârlosborg y después a Estados Unidos de América donde frecuentó la escuela de enfermería en el Hospital Roosvelt en Nueva York. Ahí se dedicó a asistir a los enfermos a domicilio, este trabajo fue muy duro para ella porque no se sentía bien de salud, sin embargo el contacto con los enfermos católicos y la sed que tenía por buscar la verdad contribuyeron a tener viva en su alma la búsqueda del redil de Cristo. La oración, el estudio y la devoción filial por la Madre del Redentor la condujeron decididamente hacia la Iglesia Católica y el 15 de agosto de 1902, en el Convento de la Visitación en Washington, recibió el sacramento del bautismo «bajo condición» de las manos del P. Juan Hagen, S.I., que fue también su director espiritual. En Roma recibió el sacramento de la Confirmación y vio claramente que debía dedicarse a la unidad de los cristianos. Visitó también el templo y la casa de Santa Brígida de Suecia (+ 1373), recibiendo una grande y profunda impresión a tal grado que mientras se encontraba en oración en ese lugar, escuchó una voz que le decía: «Es aquí donde deseo que te pongas a mi servicio».
Regresó a Estados Unidos sin embargo aunque no se encontraba bien de salud dejó todo y el 25 de marzo de 1904 se estableció en Roma en la casa de Santa Brígida, donde fue recibida cariñosamente por las monjas que vivían ahí. En el silencio y en la oración conoció profundamente el amor de Cristo, cultivó y difundió la devoción de Santa Brígida y de Santa Catalina de Suecia, tuvo siempre una creciente preocupación espiritual por su país por la Iglesia. En 1906 San Pío X le concedió llevar el hábito de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida y de profesar sus votos religiosos como hija espiritual de la santa de Suecia. Su sueño de dar vida en Roma a una comunidad Brigidina no se realizó, sin embargo, floreció una nueva rama del antiguo troneo Brigidino, y así, el 9 de septiembre de 1911, comenzando con 3 jóvenes postulantes inglesas, refundó la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida con la misión de orar y trabajar especialmente por la unión de los cristianos de Escandinavia con la Iglesia Católica.
En 1931 tuvo la grande alegría de obtener perpetuamente por parte de la Santa Sede, la iglesia y la casa de Santa Brígida en Roma que llegaron a ser el centro de la Orden. Durante y después de la segunda Guerra Mundial la Sierva de Dios realizó una intensa Obra de caridad a favor de los pobres y de los perseguidos por leyes de racismo; promovió un movimiento por la paz entre católicos y no católicos, trabajando fuertemente en el ecumenismo. Desde el inicio de su Fundación atendió su preocupación la formación de sus hijas espirituales para las que fue madre y maestra. Les recomendaba la unión con Dios, la ardiente flama de asemejarse al Divino Salvador, el amor a la Iglesia y al Romano Pontífice y de hacer oración para que existiera un solo redil y un solo Pastor añadiendo: «Este es el fin primario de nuestra vocación».
Tuvo grande respeto por la libertad religiosa de los no cristianos y de los no católicos que recibió en su casa. Practicó la justicia hacia Dios y hacia el prójimo, la templanza, el dominio de sí, el alejarse de los honores, de las cosas del mundo, la humildad, la castidad, la obediencia, la fortaleza en las tribulaciones, la perseverancia en la oración y en el servicio a Dios, la fidelidad en su consagración religiosa. Caminó con Dios abrazando la cruz de Cristo que la acompañó desde su juventud. «Para mí -afirmaba- el camino de la cruz fue el más hermoso que he visto porque en él conocí a mi Señor y Salvador», junto a los sufrimientos morales padeció también interrumpidamente sufrimientos físicos. La cruz llegó a ser en manera particular dolorosa y pesada en los últimos años de su vida. Debido a su constancia en la oración vivió serenamente la voluntad de Dios y así se preparó al encuentro definitivo con el Esposo Divino que la llamó en las primeras horas del 24 de abril de 1957. Vivió y murió en fama de santidad, esta fama ha crecido también después de su muerte, y por la misma se comenzó su causa de beatificación. El papa Juan Pablo II la beatificó en el año 2000, y Francisco la canonizó en junio del 2016.