San Cesáreo, obispo de Arles, fundó hacia el año 512 un gran convento de vírgenes y viudas, y nombró abadesa a su hermana Cesárea. La comunidad contó pronto con doscientos miembros, que se consagraban a toda clase de buenas obras, especialmente a la protección e instrucción de la juventud, al socorro de los pobres y al cuidado de los enfermos. Las religiosas confeccionaban sus propios vestidos y pasaban buena parte de su tiempo en la costura y el tejido, ya que les estaba permitido bordar, lavar y remendar la ropa de personas ajenas al convento. Los ornamentos de la iglesia eran simplemente de lana o de lino, sin bordados.
Algunas de las religiosas se ocupaban en la trascripción de libros. Todas estudiaban dos horas diarias, y una de ellas leía a las otras, durante el tiempo de trabajo. La carne estaba prohibida, excepto para las enfermas, y la regla imponía el baño, pero haciendo notar que esto se debía a motivos de higiene y no de placer. Sólo la abadesa y su ayudante estaban exceptuadas de los trabajos domésticos. La clausura era permanente y completa. San Gregorio de Tours califica a la abadesa de «santa y bienaventurada», y Venancio Fortunato habla más de una vez de ella, en sus versos, en términos encomiásticos. Santa Cesárea debió morir hacia el año 529, probablemente el 12 de enero.
Ver Acta Sanctorum, 12 de enero, donde pueden leerse las reglas que san Cesáreo dio a sus religiosas; G. Morin, en Florilegium Patristicum (1933), publicó una edición crítica. Cf. su artículo en Revue Bénédictine, vol. XLIV (1932), pp. 5-20. Cesáreo legó casi todas sus propiedades a ese convento.