Cecilia ha subido a los altares acompañada de sus dos hijos mártires: san Pablo Chong Ha-sang y santa Isabel Chong Chong-hye. Había nacido en Seúl en 1761 y había casado con el viudo Agustín Yak-jong, uno de los primeros cristianos de Corea. Con él se fue a la capital y aquí recibió el sacramento del bautismo de manos del P. Chu Mun-mo, misionero chino en Corea. Su esposo fue martirizado en 1801, y también Carlos Chong Chol-sang, hijo del primer matrimonio de su marido; ella fue arrestada y luego dejada libre, pero se le confiscaron todos sus bienes, por lo que se vio, además de viuda, pobre, y volvió al pueblo de la familia de su marido, Majae, con sus hijos. Aquí su cuñado, enemigo del cristianismo, la recibió fríamente, y fue un amigo de su difunto esposo el que tuvo compasión de ella y le ofreció una casa donde residir. La frialdad de antiguas amistades y de los parientes la rodeó.
Conoció la muerte de la viuda del hijo de su marido martirizado, Carlos, del hijo de este matrimonio y de su propia hija mayor. En medio de su desgracia Cecilia conservó la fe y la paciencia, y vista la hostilidad de que era objeto, guardó una conducta prudente, no haciendo alarde alguno de cristianismo, pero transmitiendo la doctrina cristiana a sus hijos en el seno del hogar. Cuando, al llegar su hijo Pablo a los 20 años, ella le sugirió el matrimonio, él le dijo que quería dedicarse a continuar la obra evangelizadora de su padre mártir, y por ello terminó por irse a la capital, dejando a su madre y hermana en Majae. Ella temía los peligros por los que su hijo pasaba en su afán de pilotar un resurgimiento del cristianismo y aceptaba con mansedumbre que su hijo no pudiera proporcionarle ayuda alguna.
Pero el obispo de Pekín recriminó a Pablo que no prestara ayuda a su madre, y entonces éste en 1827 se la llevó consigo a la capital junto con su hermana Isabel. Aquí la vida le resultó muy difícil, tanto que ella decidió volver a Majae, pero luego se le ofreció hacerse cargo de la atención a los misioneros que por fin llegaban y entonces volvió a la capital. Ya muy mayor, aaunque no pudo continuar atendiéndolos, oía cada día la misa y ayudaba a los católicos más pobres. Empezó nuevamente la persecución en 1839 y se le dijo que lo mejor que podía hacer era irse, pero ella prefirió quedarse. Ella y su hija se dedicaron a prepararse para el martirio. El 1 de junio, ausente su hijo, fue arrestada. Cuando se le preguntó si era verdad que ella era católica contestó que sí, y cuando se la intimó a abandonar su religión y a delatar a los demás cristianos dijo que no y que estaba dispuesta a la muerte para conservar su fe, y dijo además que desconocía la dirección de los otros cristianos. Fue interrogada cinco veces y cada interrogatorio estuvo acompañado de cincuenta golpes de caña de bambú, que la dejaron muy maltrecha. Llevada a la cárcel, murió en ella el 23 de noviembre de 1839. Fue canonizada el 6 de mayo de 1984 en Seúl por el papa Juan Pablo II.