La principal de las casas religiosas del reino de Navarra en el siglo XI era la abadía benedictina de Hyrache (o Irache), gracias a la obra prodigiosa de san Veremundo. Había éste ingresado en el monasterio siendo todavía niño. El abad Munio, que era tío suyo, le concedió más tarde el hábito. Veremundo fue un monje ejemplar, que se distinguía particularmente por su ilimitado amor a los pobres. A este propósito, las crónicas de la abadía cuentan una anécdota: cuando ejercía el cargo de portero, Veremundo distribuía a veces entre los pobres una ración más abundante que la prescrita. Un día en que Veremundo se dirigía a la puerta, con muchos panes envueltos en su túnica, el abad le preguntó qué llevaba. «Restos», respondió el santo. (El cronista hace notar que los restos de pan equivalían prácticamente al pan, puesto que alimentaban igualmente a los pobres). Cuando el abad ordenó a Veremundo que abriera su túnica, los panes se habían transformado en restos. El cronista comenta: «Así mostró Dios que la liberalidad de Veremundo con los pobres era agradable a Sus ojos y que sus ambiguas palabras no habían sido una mentira, sino un misterio.»1
A la muerte de Munio, Veremundo le sucedió en el cargo de abad; su ejemplo y sus palabras llevaron a la comunidad a un grado de perfección aún más alto. Según parece, Veremundo poseía el don de curar a los enfermos. También se cuenta que detuvo milagrosamente un fuego que amenazaba consumir las cosechas de la abadía. El cuidado que ponía en la recitación exacta y reverente del oficio divino le mereció aprobación y alabanza por parte de la Santa Sede. El santo fue uno de los que apoyaron la introducción de la liturgia española, llamada mozárabe. El rey de Navarra hizo grandes regalos a la abadía. La erección de la ciudad de Estela se debió a una de esas donaciones. Una noche, los pastores que cuidaban sus rebaños vieron caer una lluvia de estrellas sobre una colina. El sitio recibió más tarde el nombre de Yricarra, que significa «estrellado». En las investigaciones que se hicieron para localizar los meteoros, se encontró una estatua de la Virgen con el Niño, esto impresionó tanto al rey Sancho Ramírez, que empezó inmediatamente a construir en ese sitio la ciudad de Estela. El mismo rey la regaló a Veremundo, con la condición de que la dedicase a la Madre de Dios. Por eso, prácticamente todas las casas de la ciudad, pagaban una renta o tributo al monasterio.
En una época de hambre, los vecinos empezaron a acudir a su amigo el abad en busca de socorro y también lo solicitaban los peregrinos que iban a Santiago de Compostela. Los graneros de la abadía estaban ya vacíos, pero una multitud de tres mil personas clamaba a las puertas. Veremundo celebraba la misa; al llegar a las oraciones por el pueblo, rogó con muchas lágrimas por aquella multitud hambrienta. Súbitamente apareció una paloma blanca, que voló sobre los fieles y desapareció. El milagro fue extraordinario, pues todos los presentes sintieron satisfecha su hambre y experimentaron un delicioso sabor en la boca, como si hubiesen comido un alimento celestial. La muchedumbre lanzó gritos de alegría y alabó la infinita bondad de Dios.
Ver Acta Sanctorum, marzo I, pág 794ss.
1 Esta deliciosa anécdota supone, en realidad, un juego de palabras latino difícil de traducir: dice que Veremundo respondió al abad que llevaba "assulae", que significa "astillas", pero también puede entenderse en sentido general de trozos pequeños de cualquier cosa, y podría aplicarse a los restos de pan, por eso puse en castellano "restos"; Thurston pone en inglés "chips", que hace más o menos el mismo juego de palabras latino, pero que en castellano se suele volcar -como lo hace el traductor mexicano de esta biografía- como "patatas"; ¡pero las patatas no habían sido introducidas aun en Europa! Por otra parte, si el santo le hubiera dicho que llevaba patatas en vez de pan, no hubiera sido una ambigüedad sino una mentira.