San Teodardo nació en Montauriol, un pequeño pueblecito sobre el que se levanta la actual ciudad de Montauban. Según parece, estudió la carrera de leyes en Toulouse, ya que lo primero que sabemos de él es que las autoridades de esa ciudad emplearon al abogado Teodardo. Se trataba de un curioso proceso que los judíos de Toulouse, en Francia, hicieron a las autoridades eclesiásticas, no sin razón, ya que en el transcurso de una procesión religiosa, los cristianos habían abofeteado a un judío frente a las puertas de la catedral. Dicha procesión se celebraba tres veces al año: en Navidad, el Viernes Santo y el día de la Asunción. El arzobispo Sigeboldo, que fue a Toulouse a una de las audiencias del proceso, quedó tan bien impresionado por el joven abogado, que le llevó consigo a Narbona. Al poco tiempo, Teodardo fue ordenado diácono y nombrado archidiácono de Sigeboldo. El breviario de Montauban dice de él que era «la vista de los ciegos, las piernas de los cojos, el padre de los pobres y el consuelo de los afligidos». Sigeboldo, al morir, le nombró su sucesor; el pueblo, que le amaba tanto, se apresuró a ratificar la elección. Los peligros que representaban entonces los viajes, no impidieron al nuevo prelado ir a Roma para recibir el palio.
En su cargo trabajó incansablemente por reparar los daños que habían hecho los sarracenos y por reavivar la tibia fe del pueblo. San Teodardo reconstruyó, prácticamente, su catedral y, el año 886, restableció la diócesis de Ausona (actualmente Vich) que, desde hacía largo tiempo, dependía de una abadía. Para rescatar a los prisioneros de los sarracenos y alimentar a los hambrientos, durante una carestía que duró tres años, no sólo gastó todas sus rentas, sino que aun vendió algunos vasos sagrados y otros tesoros de sus iglesias. La vida de constante esfuerzo y ansiedad por su grey acabó con su salud; no podía dormir un solo instante y sufría de una fiebre continua. Con la esperanza de que los aires natales le ayudarían a recobrar la salud, San Teodardo retornó a Montauriol. Los monjes de San Martín, que le recibieron con inmenso gozo, comprendieron pronto que sólo había vuelto para morir. En efecto, después de hacer una confesión pública, en presencia de todos sus hermanos, el santo expiró apaciblemente. Más tarde, la abadía tomó el nombre de San Teodardo.
La vida de San Teodardo que se halla en Acta Sanctorum, mayo, vol. I, data de fines del siglo XI. Ver también Gallia Christiana, vol. VI, pp. 19-22; y Duchesne, Fastes Episcopaux, vol. I, p. 306.