San Sisoes era un egipcio que decidió entrar en la vida monástica en el famoso convento del desierto de Scete, pero a la muerte de san Antonio el Grande, en el 357, prefirió alejarse del exceso de tumulto que había, y fue a vivir a la Montañas de San Antonio, con un discípulo llamado Abraham. Allí se afincó por unos 70 años, pero al final de su vida, sea por su edad avanzada o por otras causas, se fue a vivir a Clisma, una ciudad egipcia de la ribera del Mar Rojo, donde murió, hacia el 430.
De su vida conocemos bien poco, aunque sí es posible tener contacto con la tradición de su espiritualidad, ya que aparece citado en una cincuentena de entradas en los «Apotegmas de los Padres del Desierto». El apelativo de «Grande» le viene de la tradición de que devolvió la vida a un niño. Las anécdotas que lo tienen como protagonista son también toda una escuela de oración, de las que extraeré dos ejemplos:
Una nos hace acordar a la viuda insistente de la parábola de Jesús: En cierta ocasión, Abraham, el discípulo del abad Sisoés, fue tentado por el demonio. El anciano, al verlo caído, se levantó y elevando las manos al cielo dijo: «Dios mío, quieras o no, no te dejaré hasta que lo hayas curado». Y se curó el hermano.;
la otra nos da ejemplo de humildad: Un hermano que había sido insultado por otro hermano, acudió al abad Sisoés de Tebas y le dijo: «Ese hermano me ha insultado y quiero vengarme». El anciano le rogaba: «No, hijo. Deja en manos de Dios la venganza». Pero el otro decía: «No descansaré hasta que me haya vengado yo mismo». El anciano insistió: «Hermano, hagamos oración». Y el anciano puesto en pie añadió: «Dios mío, ya no necesitamos que te ocupes de nosotros, pues nos vengamos nosotros mismos». «Al oir esto el hermano se echó a los pies del anciano y le dijo: «Ya no tengo nada contra aquel hermano. ¡Por favor, Padre, perdóname!».
Así describen los Apotegmas la muerte de Sisoes: El abad Sisoés, cuando estaba en su celda, cerraba siempre la puerta. Se contaba de él que el día de su muerte, estando rodeado de Padres, su rostro brillaba como el sol, y les dijo: «Viene el abad Antonio». Y poco después: «Llega el coro de los profetas». Y de nuevo su rostro se puso más resplandeciente, y dijo: «Viene el coro de los Apóstoles». Y su rostro brilló aún dos veces más y parecía estar hablando con alguno. Los ancianos le suplicaron: «¿Con quién hablas, Padre?», y les respondió: «Los ángeles han venido a buscarme y les pido que me dejen un poco más para hacer penitencia». Los ancianos le dijeron: «Padre, no necesitas hacer más penitencia». Pero él les contestó: «En verdad, no tengo conciencia de haber empezado a hacer penitencia». Todos comprendieron entonces que era perfecto. De nuevo su rostro se puso brillante como el sol y todos tuvieron miedo. Pero él les dijo: «Mirad, viene el Señor, y dice: "Traedme ese vaso de elección del desierto"». Y al punto entregó su espíritu. Y se puso brillante como un relámpago, y aquel lugar se llenó de suavísimo olor.
La fuente para conocer la vida del Abad es, como hemos visto, los Apotegmas, de los que hay ediciones en castellano (incluso pueden consultarse en nuestra Biblioteca); la memoria ha sido incorporada en la última edición del Martirologio Romano.