Ya hacia 1772 escribía Flórez en su monumental «España Sagrada»: «Muy controvertido anda todo lo que pertenece á San Severo : pues no solo discrepan los Autores sobre el tiempo, si fue el de los Gentiles, si de los Godos; si padeció por pública, ó particular persecución; si fue uno, si huvo dos, etc. sino que en nuestros dias ha salido a luz la novedad de que no huvo en Barcelona Obispo San Severo, pues el celebrado aquí solo fue Obispo en Ravena, mal creido de Barcelona» (pág 51 op.cit.bibl.).
Flórez descarta con mucho nervio la identificación entre el san Severo de Ravena (del 1 de febrero) y el de Barcelona, por la principal razón de que el de Barcelona ha sido desde siempre venerado como mártir, y los textos que a él se refieren lo mencionan siempre como mártir. Y es precisamente a esto a lo que se reduce la totalidad de lo que tenemos de histórico respecto de nuestro santo: hay un genuino culto antiguo que lo reconoce como obispo y mártir de Barcelona. El santo aparece mencionado en muchos listados de obispos, se veneran sus reliquias, tanto en san Cugat Del Vallés como en la catedral de Barcelona, adonde fueron trasladadas en la primera mitad del siglo XV, y se conservan diferentes redacciones de los oficios litúrgicos del santo.
Pero allí tenemos también el límite de lo que podemos decir sobre él: todo ese material (que es abundante), no va más atrás del siglo IX, acaso VIII, pero no más. Es verdad que la leyenda del santo nos habla de la época de Diocleciano; sin embargo, esa referencia, en un mártir, no deja de tener algo de convencional: al ser la persecución más conocida, cuando de alguno no se sabía la persecución, siempre quedaba el recurso a que hubiera sido «sub Diocletiano». Lo cierto es que nuestro santo es tan persistentemente venerado como mártir, como completamente desconocida es la persecución en la que pudo haber muerto. Y decir eso es decir que no sabemos en qué época vivió: si atendemos a las leyendas, inicios del siglo IV (Diocleciano), si atendemos a algunos listados episcopales, 354, pero no es ésa ya época de persecuciones, y además parece una fecha contaminada por la confusión entre el Severo de Barcelona y el de Ravena; y si, por fin, atendemos al tiempo en que aparecen las referencias históricas al santo, debemos confesar que no hay ningún motivo para situarlo más atrás del siglo VII, que es lo que hace la última edición del Martirologio al colocarlo tras Callinizo y los mártires del Jerusalén de la primera mitad del siglo VII.
Los oficios litúrgicos antiguos conocidos, y especialmente un himno de Vísperas que se conserva, hablan del martirio con clavos clavados en la sien, a veces se dice tres, aunque algunos han llegado a hablar de dieciocho. Según menciona Villanueva en su «Viage Literario» (t. XVIII, pág. 30), el entonces Arzobispo de Barcelona, Don Francisco Clemente Capera, manda en 1429 suprimir de los oficios la referencia a «dos o más clavos», y dejar sólo uno, así como a quitar del himno de Segundas Vísperas referido la comparación entre la pasión de Severo y la de Cristo. Lamentablemente, carecemos de más datos para hablar de las circunstancias concretas del martirio. Bien sabemos, de todos modos, que en aquellas épocas se aplicaba el nombre de mártir no sólo al que moría en defensa explícita de la fe, sino incluso a aquellos que morían en cumplimiento de una tarea que tuviera relación con ella, como es el caso de muchos obispos muertos por razones político-morales (porque hayan denunciado un abuso de poder u otros motivos semejantes) y que han pasado a la hagiografía como mártires, ya que la muerte se produjo como consecuencia de las exigencias de la fe, aunque ella no hubiera sido la causante directa. La falta de un marco claramente persecutorio en el tiempo y lugar de san Severo hace pensar en esta hipótesis.
Las leyendas abundan, naturalmente, en detalles, no por inverosímiles o simplemente fantásticos, menos transmitidos y repetidos. Citaremos una sección de la historia tradicional, sólo para que se entienda la iconografía del santo, vinculada, como suele ser, a los aspectos más legendarios de su vida y martirio:br>Al tener noticias [de la persecución] el santo obispo Severo juzgó que era conveniente ocultarse, y llegó al Castro Octaviano (el actual San Cugat). Al llegar san Severo a la entrada del lugar, vio a un hortelano, de nombre Medir o Emeterio, que estaba sembrando habas en su campo, y, reconociéndolo como cristiano, después de haberlo alentado a la constancia en la fe en medio de la persecución, le advirtió que, si venían en busca del obispo, les dijera claramente que había pasado por allí.
Entretanto, fueron los soldados en su busca, con la orden expresa y terminante de acabar con él. Llegaron, pues, a la entrada del Castro Octaviano, y se encontraron con el hortelano poco después de la conversación que con él había tenido Severo. Pero en ese breve intervalo, Dios había obrado un gran prodigio, pues las habas sembradas por el hortelano habían crecido rápidamente y estaban ya en flor. Al preguntarle, pues, los soldados si había visto al obispo Severo, respondióles que, en efecto, había pasado por allí. Pero, al insistir ellos sobre el tiempo en que esto había sucedido, repuso que cuando estaba sembrando las habas. Esta respuesta excitó la furia de los soldados, pues viendo las habas ya en flor, juzgaron que aquel hombre se burlaba de ellos. Así, pues, lo prendieron y se lo llevaron consigo al Castro Octaviano, donde poco después acompañó a su obispo en el martirio. La escena puede verse en el mural actual pintado en la iglesia de San Severo, en Barcelona, que reproducimos.
Para terminar, unos versos del himno de II Vísperas del siglo IX, del oficio del santo:
Y no menos antigua, la oración colecta de la misa en su honor (Ritual membranaceo, en San Cugat del Vallés, siglo X):
Concédenos, Señor, a nosotros tus sievos, por este mártir tuyo, Severo, pontífice, que al presente descansa en la iglesia, por sus gloriosos méritos, que con su piadosa intercesión seamos protegidos de todas las adversidades. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.
Ver Florez, España sagrada, Volumen XXIX, pág. 51 en adelante; Villanueva, Viage literario á las Iglesias de España, tomo XVIII, esp. pág 30 (pero hay referencias a la traslatio de las reliquias también en el tomo XVII). La leyenda puede leerse -más amplia que el fragmento que cité- en Año Cristiano, BAC, 2003, tomo XI, pág 130ss.