Anicio Manlio Severino Boecio, nació hacia el año 480. Pertenecía a una de las más ilustres familias romanas, la «gens Anicia», de la que también descendía probablemente el papa san Gregorio Magno. Severino, que perdió muy joven a sus padres, quedó al cuidado de Aurelio Símaco, de quien llegó a ser íntimo amigo y con cuya hija, Rusticiana, contrajo matrimonio. A esto se reduce cuanto sabemos acerca de su juventud. Debía ser sin duda muy estudioso, pues antes de cumplir treinta años era ya famoso por su erudición. Severino Boecio emprendió la traducción al latín de todas las obras de Platón y Aristóteles, cuya armonía fundamental quería demostrar. Desgraciadamente, no consiguió terminar esta tarea; sin embargo, Casiodoro observa que, gracias a sus traducciones, los italianos conocieron no sólo a Platón y Aristóteles, sino también «al músico Pitágoras, al astrónomo Tolomeo, al matemático Nicómaco, el geómetra Euclides... y al físico Arquímedes.» Ello nos da una idea de la multiplicidad de los talentos e intereses de Boecio, quien además hizo aportaciones personales en materia de lógica, matemáticas, geometría y música. Por otra parte, no carecía de talento práctico, ya que Casiodoro le pide en una carta que construya un reloj de agua y un reloj de sol para el rey de Borgoña. Boecio era también teólogo (la familia de los Anicios era cristiana desde la época de Constantino) y se conservan varios tratados suyos en particular uno sobre la Santísima Trinidad. Las obras de Boecio ejercieron gran influencia en la Edad Media, sobre todo en el desarrollo de la lógica. No en vano se le ha llamado «el último de los filósofos romanos y el primero de los teólogos escolásticos». Sus traducciones fueron durante mucho tiempo la base del estudio de la filosofía griega en Occidente.
Boecio nació poco después de que Rómulo «Augústulo», el último de los emperadores romanos de Occidente, entregara el poder al bárbaro Odoacro. Cuando éste fue asesinado y el patricio Teodorico asumió el poder en Italia, Boecio tenía unos trece años. El padre de Boecio había aceptado el nuevo estado de cosas, y Odoacro le había confiado un cargo de importancia. Boecio siguió su ejemplo y entró en la vida pública, no obstante su amor por la escolástica. Él mismo explica que le movió a ello la doctrina de Platón, según la cual «las naciones serían felices si los filósofos las gobernasen, o si tuviesen la suerte de que sus gobernantes se convirtiesen en filósofos». Teodorico le nombró cónsul el año 510. Doce años más tarde, Boecio llegó a lo que él calificó de «momento más brillante de su vida», pues sus dos hijos fueron nombrados cónsules y él pronunció ante ellos un discurso de alabanza a Teodorico. Poco después el rey le nombró «maestro de oficios», que era uno de los cargos más importantes y de mayor responsabilidad. Pero su caída estaba muy próxima.
El anciano Teodorico entró en sospechas de que ciertos miembros del senado romano estaban conspirando en Constantinopla con el emperador Justino para arrojar a los ostrogodos de Italia. El ex-cónsul Albino fue acusado de participar en la conspiración y Boecio subió a la tribuna a defenderle. No sabemos con certeza si tal conspiración existió o no; en todo caso, parece cierto que Boecio no tomó parte en ella. Sin embargo, fue encarcelado en la prisión de Ticinum (Pavía). Se le acusaba no sólo de traición, sino también de sacrilegio, es decir de haber empleado las matemáticas y la astronomía para fines impíos. Los jueces fallaron en su contra y Boecio pronunció un discurso amargamente despectivo contra el senado, ya que sólo Símaco, su suegro, había salido a defenderle.
Durante los nueve meses que pasó preso, Boecio escribió la «Consolación de la Filosofía», que es la más famosa de sus obras. Se trata de un diálogo interrumpido por varios poemas, entre el autor y la Filosofía. Ésta consuela a Boecio al mostrarle la vanidad de los efímeros éxitos terrenos y el valor eterno de la ideas: la desgracia no afecta a quienes saben apreciar la divina sabiduría, el gobierno del universo es justo y equitativo a pesar de las apariencias. El autor no habla de la fe cristiana, pero trata numerosos problemas de metafísica y ética, La «Consolación de la Filosofía» llegó a ser una de las obras más populares en la Edad Media, no sólo entre los filósofos y teólogos. Fue uno de los libros que tradujo al inglés el rey Alfredo el Grande.
La prisión de Boecio terminó con el asesinato. Según se dice, fue brutalmente torturado. Fue sepultado en la antigua catedral de Ticinum. Sus reliquias se encuentran actualmente en la iglesia de San Pedro in Ciel d'Oro, en Pavía. A lo que parece, todo el mundo consideró a Boecio como mártir. La influencia y popularidad de sus obras en la Edad Media se debió, en parte, a que había muerto por la fe. Sin embargo, todas las pruebas indican más bien que murió por razones políticas. Cierto que Teodorico era arriano, pero ese elemento no intervino en la condenación de su antiguo ministro de Estado. No es imposible que la idea del martirio de Boecio haya procedido de la convicción popular de que había sido condenado «injustamente», ya que en la antigüedad se confundía fácilmente el martirio con la condenación injusta, aunque no interviniese el odio a la fe. En la actualidad no s elo considera mártir.
Desde el siglo XVIII, se ha planteado un problema aún más fundamental: ¿Boecio practicaba realmente el cristianismo en la época de su muerte? Está fuera de duda que durante mucho tiempo fue cristiano y practicó su religión. En efecto, en 1877, se descubrió una nueva prueba para confirmar que Boecio fue realmente el autor de los tratados teológicos que se le atribuyen. Pero la dificultad es la siguiente: ¿Cómo es posible que un cristiano que había escrito tratados en defensa de la fe, se haya contentado, bajo el peso de una acusación injusta y hallándose amenazado de muerte, con escribir una obra para propio consuelo, en la que no hay nada de propiamente cristiano, excepto una o dos citas indirectas de la Biblia? Según Boswell, el historiador Johnson formulaba así el problema en 1770: «Es sorprendente, dado el tema de la obra y la situación en que se hallaba Boecio, que haya sido 'magis philosophus quam christianus' (más filósofo que cristiano)».
Es imposible ignorar tal problema, por más que nadie lo haya planteado en la Edad Media. Baste con decir que, cuando se planteó por primera vez, los principales eruditos optaron más bien por «descristianizar» a Boecio; pero, poco a poco, la teoría opuesta fue tomando fuerza, y actualmente se cree que Boecio permaneció cristiano hasta el fin de su vida. Citemos simplemente a dos eruditos, un protestante y un católico: «El viejo problema de la posición religiosa de Boecio carece de sentido... Un teólogo cristiano pudo muy bien escribir la 'Consolación', no para exponer su propio punto de vista, sino para ver en cuanto filósofo los principales problemas del pensamiento»1. La Consolación de la Filosofía es «una obra maestra. A pesar de su actitud deliberadamente reticente, constituye una expresión perfecta de la fusión del espíritu cristiano con la tradición clásica»2.
En Pavía y en la iglesia de Santa María in Portico de Roma se celebra la fiesta de San Severino Boecio. Podría pensarse que la confirmación de su culto, llevada a cabo por León XIII en 1883, zanjó definitivamente los problemas de la religión de Boecio. Pero una confirmación de culto, aunque exija el mayor respeto, no es un acto en el que el Pontífice ejerce su infalibilidad. La confirmación del culto permite simplemente que se siga venerando a un personaje y no siempre va precedida de un examen a fondo de los problemas históricos relacionados con ese personaje.
1: E. K., en Harvard Studies in Classical Philology, vol. XI, pte. I
2: Christopher Dawson, en The Making of Europe, p. 51
Naturalmente, cualquier obra dedicada a la patrística o a la filosofía medieval trata el tema de Boecio, y la «cuestión boeciana», es decir, la de la fe de Boecio, que expone suscintamente el Butler. Puede leerse un resumen de su vida e introducción a sus obras, con amplia y actualizada bibliografía, en Patrología IV, de Quasten-Di Berardino, pág 251ss. En «A Filosofia na Edade Media», pág 159ss. E. Gilson traaza un cuadro de una época signada por Boecio y Gregorio Magno (hay también edición castellana). También el Diccionario de Filosofía de Ferrater-Mora (s.v. Boecio) tiene un interesante resumen, con amplio catálogo bibliográfico.