Salomón fue rey de Bretaña a partir del año 857 y no llegó al poder de forma limpia. Era primo de Erispoé, sucesor de Nominoé, primer rey de Bretaña. Gracias a la protección franca, Salomón logra para sí el gobierno de una parte importante del reino y, siguiendo adelante en su ambición, urde una conspiración contra el rey, que es asesinado, y ello hace posible su ascenso al trono.
Una vez en el trono quiso afianzar su poder, logra extender considerablemente el territorio de su reino y procura ser un buen rey: organiza adecuadamente el país, administra correctamente la justicia; muestra sentimientos religiosos y se preocupa por la Iglesia, fomentando la erección de vanas sedes episcopales y protegiendo a los monasterios.
Parece que, movido por los remordimientos de conciencia sobre la forma de su ascenso al trono, estableció en 873 un consejo de regencia y abdicó de la corona, pero ya era tarde para impedir el progreso del partido que se había formado contra él y que había logrado apoderarse de su propio hijo. Buscó el rey refugio en el monasterio de Plélan, pero, viendo que allí no estaba seguro, pasó a Landernau, y, estando en una iglesia de Elorn, lo alcanzaron sus enemigos. Se puso en sus manos y éstos no dudaron en asesinarlo. Era el 25 de junio de 874. El pueblo no tuvo en cuenta la historia primera del rey, sino más bien cómo rectificó y se encaminó en la justicia, y le tributó inmediatamente culto de mártir, hasta la actualidad.