San Remigio, el gran apóstol de los francos, se distinguió por su saber, santidad y milagros. Su episcopado, que duró más de setenta años, le hizo famoso en la Iglesia. Sus padres, de ascendencia gala, habitaban en Laon. Remigio hizo rápidos progresos en la ciencia. San Sidonio Apolinar, quien lo trató cuando era joven, le consideraba como uno de los más eminentes oradores de la época. A los veintidós años, es decir, a una edad en que difícilmente se obtiene la ordenación sacerdotal, fue elegido obispo de Reims. A pesar de su juventud, recibió inmediatamente las órdenes sacerdotales y fue consagrado obispo. Su fervor y energía suplieron ampliamente la falta de experiencia. Sidonio Apolinar, a quien no faltaba ciertamente práctica en materia de panegíricos, describió en términos elogiosos la caridad y pureza con que el nuevo obispo ofrecía a Dios fragante incienso en el altar y el celo con que supo conquistar los corazones más rebeldes y hacerles aceptar el yugo de la virtud. El propio Sidonio Apolinar afirma que un vecino de Clermont le prestó un manuscrito con los sermones de san Remigio: «No sé -nos dice- cómo obtuvo ese ejemplar; pero lo cierto es que no era un hombre interesado, puesto que me lo pasó gratuitamente en vez de vendérmelo». Después de leer los sermones, escribió a san Remigio que la delicadeza del pensamiento y la belleza de la expresión los hacía comparables al cristal de roca, sobre el que se puede pasar el dedo sin descubrir la menor irregularidad. Con esa extraordinaria elocuencia (de la que no nos ha llegado desgraciadamente muestra alguna) y, sobre todo, con su santidad personal, san Remigio emprendió la tarea de evangelizar a los francos.
Clodoveo, el rey de la Galia del norte, era todavía pagano, aunque no se mostraba hostil a la Iglesia. Había contraído matrimonio con santa Clotilde, hija de Chilperico, rey de Borgoña. Clotilde, que era cristiana, había multiplicado los intentos para convertir a su marido. Clodoveo aceptó que su hijo primogénito recibiese el bautismo, pero el heredero murió poco después y Clodoveo señaló como culpable a su esposa por haberle bautizado. «Si lo hubiésemos consagrado a mis dioses, le dijo, no habría muerto. Pero como le bautizamos en el nombre de tu Dios, era imposible que viviese». No obstante la acusación, Clotilde bautizó también al siguiente de sus hijos y el niño cayó enfermo. El rey se enfureció: «¡Mira los efectos del bautismo! gritó colérico. Nuestro hijo está condenado a muerte, como su hermano, por haber sido bautizado en el nombre de Cristo». Aunque el niño recuperó la salud, el reacio Clodoveo necesitaba todavía mayores pruebas para convertirse. Finalmente, el dedo de Dios se manifestó en forma irrecusable el año 496, cuando los germanos cruzaron el Rin y los francos salieron a combatirlos. Un relato cuenta que santa Clotilde se despidió de su esposo con estas palabras: «Señor, si queréis obtener la victoria, invocad al Dios de los cristianos. Si tenéis confianza en Él, nadie será capaz de resistiros». El belicoso monarca prometió convertirse al cristianismo si salía victorioso. El triunfo le parecía imposible a Clodoveo cuando, movido por la desesperación o por el recuerdo de las palabras de su esposa, gritó hacia el cielo: «¡Oh Cristo, a quien mi esposa invoca como Hijo de Dios, te pido que me ayudes! He invocado a mis dioses, y se han mostrado impotentes. Ahora te invoco a Ti. Creo en Ti. Si me salvas de mis enemigos, recibiré el bautismo en tu nombre». Al punto, los francos atacaron a los contrarios con extraordinario valor y los germanos quedaron derrotados.
Se dice que al regreso de esa expedición Clodoveo pasó por Toul para ver a san Vedasto, a quien pidió que le instruyese en la fe durante el viaje. Pero entretanto santa Clotilde, temerosa de que su esposo olvidase su promesa una vez pasado el entusiasmo de la victoria, mandó llamar a san Remigio y le pidió que aprovechase la ocasión para tocar el corazón de Clodoveo. Cuando el rey divisó a su esposa al volver de la guerra, gritó: «Clodoveo ha vencido o los germanos y tú has vencido a Clodoveo. Por fin has conseguido lo que tanto deseabas». Santa Clotilde respondió: «Los dos triunfos son obra del Señor de los ejércitos». El monarca dijo a su mujer que el pueblo se resistiría tal vez a olvidar a sus antiguos dioses, pero que él iba a tratar de convencerlo, siguiendo las instrucciones de san Remigio. Así pues, reunió a los oficiales y a los soldados, pero antes de que tuviese tiempo de dirigirles la palabra, todo el ejército gritó al unísono: «Abjuramos de los dioses mortales y estamos prontos a seguir al Dios inmortal que predica Remigio». San Remigio y san Vedasto procedieron a instruir al pueblo para el bautismo. Con el fin de impresionar la imaginación de aquel pueblo bárbaro, santa Clotilde mandó que se adornase con guirnaldas la calle que conducía del palacio a la iglesia y que en ésta y en el bautisterio se encendiese un gran número de antorchas y se quemase incienso para perfumar el ambiente. Los catecúmenos se dirigieron a la iglesia en procesión, cantando las letanías y cargando cada uno una cruz. San Remigio conducía de la mano al rey, seguido por la reina y todo el pueblo. Se dice que ante la pila bautismal el santo obispo dirigió al rey estas palabras memorables: «Humíllate, Sicambrio; adora lo que has quemado y quema lo que has adorado». Esta frase resume perfectamente el cambio que la penitencia debe operar en cada cristiano.
Más tarde, San Remigio bautizó a las dos hermanas del rey y a tres mil de sus soldados, sin contar las mujeres y los niños. En la tarea, le ayudaron otros obispos y sacerdotes. Hincmaro de Reims, quien escribió la biografía de san Remigio en el siglo IX, es el primer autor que menciona la siguiente leyenda: como los acólitos hubiesen olvidado el crisma para las unciones en el hautismo de Clodoveo, san Remigio se puso en oración; al punto bajó del cielo una paloma que llevaba en el pico una ampolleta con el santo crisma. En la abadía de San Remigio se conservó la pretendida reliquia y se empleó en la consagración de los reyes de Francia hasta la coronación de Carlos X, en 1825. Aunque la Revolución destruyó la reliquia, los fragmentos de la «Santa ampolla» se conservan todavía en la catedral de Reims. Se dice también que Remigio confirió a Clodoveo el poder de curar «el mal de los reyes» (la escrófula); en todo caso en la ceremonia de la coronación de los reyes de Francia hasta Carlos X, se hacía mención de ese poder, relacionado con las reliquias de san Marculfo, quien murió hacia el año 558.
Bajo la protección de Clodoveo, san Remigio predicó el Evangelio a los francos. Dios le favoreció con un don extraordinario de milagros, si hemos de creer lo que cuentan sus biógrafos. Los obispos reunidos en Lyon en un sínodo contra los arrianos declararon que se habían sentido movidos a defender celosamente la fe católica por el ejemplo de Remigio, «quien con múltiples milagros y signos ha destruido en todas partes los altares de los ídolos». El santo promovió especialmente la ortodoxia en Borgoña, que estaba infestada de arrianos. En un sínodo que tuvo lugar el año 517. San Remigio convirtió a un obispo arriano que había ido a discutir con él. Poco después de la muerte de Clodoveo, los obispos de París, Sens y Auxerre escribieron a san Remigio a propósito de un sacerdote llamado Claudio, a quien el santo había ordenado a instancias de Clodoveo. Los obispos le echaban en cara el haber concedido la ordenación a un hombre indigno, le acusaban de haberse vendido al monarca e insinuaban cierta complicidad en los abusos financieros cometidos por Claudio. San Remigio no tuvo empacho en responder a los obispos que tales acusaciones les habían sido dictadas por el despecho; sin embargo, su respuesta era un modelo de caridad y paciencia. Por lo que se refería al desprecio con que consideraban su avanzada edad, el santo contestó: «Más bien deberíais regocijaros fraternalmente conmigo, pues, a pesar de mi edad, no tengo que comparecer ante vosotros como acusado ni pediros misericordia». En cambio, empleaba un tono muy diferente al hablar de cierto obispo que había ejercido la jurisdicción fuera de su diócesis: «Si Vuestra Excelencia ignoraba los cánones, el mal consistió en atreverse a salir de la diócesis antes de haberlos estudiado ... Tenga cuidado Vuestra Excelencia en no violar los derechos ajenos, si no quiere perder los propios».
San Remigio murió hacia el año 530. San Gregorio de Tours le describe como «hombre de gran saber, muy amante de los estudios de retórica, e igual en santidad a san Silvestre».
Aunque es auténtica la carta en que Sidonio Apolinar (ese «panegirista inveterado», como se le ha llamado) ensalza con entusiasmo los sermones de san Remigio, la mayoría de las fuentes sobre él son poco satisfactorias. La corta biografía atribuida a Venancio Fortunato no es obra de este autor y data de una época posterior. Por otra parte, la Vita Remigii de Hincmaro de Reims data de tres siglos después de la muerte del santo y es sospechosa por la cantidad de milagros que narra. Así pues, tenemos que basarnos en las escasas referencias que se encuentran en los escritos de san Gregorio de Tours. A esto se añaden una o dos frases de las cartas de san Avito de Vienne, de san Nicecio de Tréveris, etc., y tres o cuatro cartas del propio san Remigio. La cuestión de la fecha, el sitio y la ocasión del bautismo de Clodoveo, ha dado lugar a interminables discusiones, en las que han tomado parte eruditos tan distinguidos como B. Krusch, W. Levison, L. Levillain, A. Hauck, G. Kurth y A. Poncelet. Se encontrará un resumen detallado de dicha controversia en el artículo Clodoveo, Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. III, cc. 2038-2052. Se puede decir que hasta ahora no se ha encontrado ningún argumento decisivo para echar por tierra la teoría tradicional que hemos expuesto en nuestro artículo, cuando menos por lo que se refiere al hecho sustancial de que Clodoveo fue bautizado en Reims por san Remigio el año 496, o poco después, a raíz de una victoria sobre los germanos, B. Krusch hizo una edición de los principales documentos relacionados con el asunto, incluyendo el Liber Historiae. Ver también Biblioteca Hagiográfica Latina, nn. 7150-7173; G. Kurth, Clovis (1901), sobre todo vol. II, pp. 262-265; y cf. R. Hauck, Kirchengeschichte Deutchland, vol. I (1904), pp. 119, 148, 217, 595-599. En cuanto al poder de curación de los reyes de Francia, véase Le Roi Thaumaturges de M. Bloch (1924). Acerca de la «Santa Ampolla», cf. F. Oppenheimer, The Legend of the Sainte Ampoule (1953).
En la imagen, Anónimo Maestro de San Gilles: El bautismo de Clodoveo por San Remigio en la Catedral de Reims, 1500, National Gallery of Art, Washington.