Las historias tradicionales sobre diversos peregrinos santos llamados Nicolás son muy poco dignas de confianza, y puede decirse que casi todo lo que relatan sobre la vida del personaje es una fábula. Lo único cierto es que, a comienzos del siglo XI, un joven griego llamado Nicolás, de espíritu simple y corazón piadoso, llegó a las costas de Italia. Al encontrarse solo y desamparado en tierra extraña, no sabía qué hacer y, después de pasar algún tiempo en Otranto, se dedicó a vagar de un lado para el otro, por toda la región de Apulia, hasta que cayó enfermo y murió en Trani.
Cubierto únicamente con una túnica que no le llegaba más abajo de las rodillas, andaba por todas partes y gritaba ante cualquiera con toda la fuerza de su voz: «¡Kyrie eleison!», mientras levantaba una cruz en su mano derecha. En una alforja guardaba siempre manzanas y golosinas que gustaba de repartir entre los niños que en todo momento le rodeaban para corear su canto. A menudo fue maltratado como vagabundo o como un loco, pero después de su muerte llegó a ser muy venerado a causa de los milagros que, según se dice, se obraron por su intercesión. Con fundamento en las curaciones realizadas en su sepultura, fue canonizado por el Papa Urbano II.
«Cuatro años después de su muerte, en el sínodo romano del 1098, el obispo de Trani se levantó y pidió a la asamblea que el venerable Nicolás fuese inscripto en el catálogo de los santos, por los méritos de su vida y los milagros realizados tras su muerte. El papa Urbano II emanó un 'Breve' que autorizaba al obispo de Trani, después de una oportuna reflexión, a obrar como le pareciera más oportuno. El obispo, vuelto a Trani, lo canonizó, y después de haber construido una nueva basílica, depositó allí el cuerpo del santo. En 1748 el papa Benedicto XIV lo insertó en el Martirologio Romano» (Antonio Borrelli).
Todo el material legendario de que disponemos, fue impreso por los bolandistas en el Acta Sanctorum, junio, vol. I, así como por Ughelli en Italia Sacra, vol. VII, pp. 894-906. Ver además A. di Jorio, Della vita di S. Nicola Pellegrino (1879) y H. Günter, Die christliche Legende des Abendlandes (1910), pp. 15-22. Respecto a su canonización, véase A. W. Kemp, Canonization and Authority (1948), pp. 67-68 y 163-165.
El párrafo de Antonio Borrelli no proviene del Butler sino de Santi e beati.