Cuando san Mamertino era abad del monasterio que san Germán había fundado en Auxerre, se presentó un joven llamado Marciano, quien había huido de Bourges, ocupada entonces por los visigodos. San Mamertino le concedió el hábito y el joven edificó a todos por su piedad y obediencia. Para probarle, el abad le designó para el puesto más humilde, que era el de pastor en la granja que la abadía poseía en Mérille. Marciano aceptó el cargo con gran alegría y, bajo su cuidado, el ganado empezó a multiplicarse prodigiosamente. El santo poseía un extraño poder sobre los animales: los pájaros iban a comer en sus manos; los osos y los lobos se retiraban al oír su voz; un jabalí, perseguido por los cazadores, fue a refugiarse junto al santo, quien le defendió y le dejó en libertad. A la muerte de san Marciano, la abadía tomó su nombre.
Ver la breve biografía de san Marciano en Acta Sanctorum, abril, vol. II.