San Luis de Anjou, aunque de sangre francesa, nació en Italia, muy probablemente en Nocera inferior, cerca de Salerno, en 1274, segundo de 14 hermanos y hermanas. Su padre, Luis, fue hecho prisionero de los aragoneses, y el abuelo murió un año después. Luis ofreció su propia vida por el rescate de su padre, liberado después de entregar como rehenes a sus tres hijos Luis, Roberto y Raimundo.
En España, donde fueron tratados con consideración, los tres príncipes llevaron una vida casi monástica, dirigidos por Luis, que era el mayor, ya fascinado por la espiritualidad franciscana, por lo cual, bajo los vestidos de raso, llevaba el cordón de la penitencia. Siete años después, un tratado entre los Anjou y Aragón, restituyó los hijos a su padre. Pero ya la vocación religiosa había madurado en el heredero al trono. Luis renunció a todos los derechos de sucesión a favor de su hermano Roberto y se retiró en meditación y penitencia a Nápoles, en el Castel dell’Ovo.
En 1296 a los 22 años, fue ordenado sacerdote. Poco después el papa san Celestino V lo consagraba obispo y cuando la diócesis de Toulouse quedó vacante, Luis debió aceptarla por obediencia. Durante el viaje, siempre rehusó los honores que todas las ciudades creían deber tributar al sobrino e hijo de reyes, que había renunciado a la corona para vestir el sayal de la Orden de los Hermanos Menores. Nunca quiso habitar en palacios sino que fue siempre huésped en los conventos más pobres.
Grande fue la admiración de los tolosanos cuando vieron a aquel obispo de veintitrés años, de sangre real, llevar vida de fraile y rodearse de pobres. Visitaba a los enfermos, socorría a los prisioneros, se ocupaba de los judíos. Pero la prisión y la vida de penitencia habían minado su salud. A pesar de esto quiso estar presente en Roma en la canonización del hermano de su abuelo, el gran san Luis IX rey de Francia. Fue un maltrato del cual el joven obispo tuberculoso, presa de continuas hemotisis, no se repuso más. En la noche entre el 19 y el 20 de agosto de 1297 murió dulce y piadosamente, en Brignoles, Provenza, a los veintitrés años, siguiendo pronto a su real antepasado en la gloria de los altares. En efecto fue proclamado Santo por Juan XXII el 7 de abril de 1317, presentes su madre y su hermano Roberto.
También por esto Luis de Anjou fue retratado por los mayores pintores de la época como Giotto y Simón Martini y finalmente Donatelli, quienes lo presentaron con el cordón franciscano, la mitra de obispo y a los pies la corona real. Así el príncipe que renunció al trono para hacerse franciscano y quizás el más joven obispo que haya llegado a la santidad, es recordado no sólo en la historia de la piedad, sino también en la de la literatura y en el arte. Enterrado primero en la iglesia franciscana de Marsella, Alfonso V de Aragón transportó sus reliquias a la catedral de Valencia en 1423.
Cuadro: Luis de Anjou, por Piero della Francesca, 1460, Pinacoteca Comunale, Sansepolcro, Italia.