Lorenzo O'Toole nació en 1128, probablemente cerca de Castledermont, en Kildare, Irlanda. Era hijo de Murtagh, reyezuelo de los Murrays. Cuando Lorenzo tenía diez años, el rey de Leinster, Dermot McMurrogh, hizo una incursión en el territorio de Murtagh y se llevó al pequeño Lorenzo como rehén. Durante dos años, el niño sufrió muchos malos tratos, en una región pedregosa y árida de las cercanías de Ferns, hasta que su padre tuvo noticias de la triste suerte de su hijo y obligó a Dermot, con amenazas y actos de represalia, a que confiase a su hijo al cuidado del obispo de Glendalough. Murtagh fue personalmente a ver al obispo y le pidió que echase suertes para saber cuál de sus cuatro hijos debía consagrarse a Dios. Pero Lorenzo soltó la risa y dijo: «No hay necesidad de echar suertes, porque yo deseo que mi herencia consista en servir a Dios en su Iglesia». Entonces su padre le tomó de la mano y le entregó al obispo, como señal de que le consagraba a Dios.
Cuando apenas tenía veinticinco años, Lorenzo fue elegido abad de Glendalough. Poco después, consiguió a duras penas evitar la dignidad episcopal, alegando que hacía falta haber cumplido los treinta años para ocupar tal cargo. El santo gobernó a su comunidad con prudencia y virtud. Durante el hambre que reinó en la región durante los cuatro primeros meses de su superiorato, salvó de la muerte al pueblo con sus generosísimas limosnas. Fuera del monasterio tuvo que luchar contra los malhechores y bandoleros que infestaban las colinas de Wicklow, y dentro del monasterio debió enfrentarse con los malos monjes que no podían soportar la regularidad de su conducta y el celo con que condenaba sus excesos. A las calumnias de esos falsos hermanos san Lorenzo opuso el silencio y la paciencia. En 1161, murió Gregorio, el primer arzobispo de Dublín. Lorenzo fue elegido para sucederle. Recibió la consagración en la catedral de la Santísima Trinidad (que se llamó más tarde Iglesia de Cristo), de manos de Gelasio, arzobispo de Armagh. Aquello fue un símbolo de la unidad que reinaba en la Iglesia de Irlanda desde que había tenido lugar el sínodo de Kells en 1152, pues antes, los obispos de Dublín dependían de Canterbury. Desgraciadamente, el nuevo estado de cosas no habría de sobrevivir largo tiempo a san Lorenzo.
El primer cuidado del santo fue reformar al clero y dar buenos ministros a la Iglesia. Para ello obligó a los canónigos de su catedral a adoptar la regla de los canónigos regulares de Arrouaise. Dicha abadía, fundada en Arras en 1090, gozaba de tal fama de santidad y disciplina, que se convirtió en el modelo de muchas otras. El propio san Lorenzo tomó el hábito, comía con los religiosos, observaba el silencio como ellos y con ellos asistía al oficio de media noche. Cada día daba de comer a treinta pobres, y a veces a muchos más, sin contar a aquellos a quienes socorría en sus casas. Todos encontraban en él a un padre en sus necesidades materiales y espirituales. Por otra parte, el santo era infatigable en la predicación y en su celo por el culto litúrgico. El rey Dermot había impuesto en la sede de Glendalough a un obispo tan indigno, que el pueblo le expulsó al poco tiempo. Para sustituirle, fue elegido Tomás, un sobrino de san Lorenzo. Ese joven abad-obispo consiguió restablecer la disciplina y hubo un reflorecimiento de la piedad. Desde entonces, san Lorenzo, para huir del bullicio de Dublín, acostumbraba retirarse a Glendalough donde tenía una celda abierta en la roca de un acantilado del Lago Mayor.
Dermot McMurrogh fue finalmente expulsado de Irlanda a causa de los excesos que había cometido. Para volver a ocupar sus dominios, pidió ayuda a Enrique II de Inglaterra, quien se apresuró a autorizar a sus nobles a unirse a una expedición que colmaba sus deseos. El jefe de los voluntarios fue Ricardo de Clare, conde de Pembroke, quien en 1170, desembarcó en Waterford, invadió una parte de Leinster y marchó sobre Dublín. San Lorenzo fue elegido para negociar con los invasores, pero, en tanto que se discutían las condiciones, los aliados anglo-normandos de Dermot tornaron Dublín y lo pasaron a sangre y fuego. Lorenzo volvió a la ciudad para socorrer a los heridos, defender a los sobrevivientes y dar valor a todos. Dermot pereció en el momento de su triunfo. Ricardo de Clare, que estaba casado con Eva, la hija de Dermot y sobrina de san Lorenzo, exigió que se le entregase Leinster. Por entonces, el rey Enrique mandó llamar a sus vasallos, los irlandeses se unieron bajo el mando del rey Rory O'Connor y Ricardo de Clare se encastilló en Dublín. San Lorenzo emprendió otra vez las negociaciones, pero volvieron a fracasar. Ricardo de Clare, en un momento de desesperación, atacó a las fuerzas irlandesas y las derrotó, con lo que puso fin a las esperanzas patrióticas de san Lorenzo y dio comienzo al «problema irlandés».
Unos quince años antes, el rey Enrique II había obtenido una bula de Adriano IV, llamada «laudabiliter», por la que éste le autorizaba invadir Irlanda, a fin de «someter al pueblo a la ley y desarraigar el vicio», y para reunir «el denario de San Pedro». Se ha discutido la autenticidad de la bula, pero los argumentos no son convincentes. Uno de los que defienden la autenticidad es Dom Gougaud, quien escribe: «Aunque la bula no está redactada en conformidad perfecta con los métodos que empleaba entonces la cancillería pontificia, sin embargo se puede demostrar que concuerda sustancialmente con algunos testimonios contemporáneos indiscutibles» («Christianity in Celtic Lands», p. 408). Enrique aprovechó la oportunidad que se le presentó entonces de realizar ese benéfico proyecto. En 1171, se le sometieron en Dublín todos los jefes irlandeses, excepto los de Connaught, Tyrconne y Tyrone. Al año siguiente, el monarca reunió un sínodo en Cashel. Allí los obispos se enteraron de la existencia de la bula de Adriano IV, tomaron medidas en favor de la disciplina clerical, adoptaron la forma inglesa de la liturgia romana y pidieron al Papa que confirmase sus decisiones. Así lo hizo el Pontífice. San Lorenzo fue uno de los que aceptaron la bula y dirigieron el sínodo. A partir de entonces, ejerció repetidas veces el oficio de intermediario entre el rey Enrique y los príncipes irlandeses. En 1175, negoció con éxito un tratado en Windsor entre el soberano inglés y el rey Rory O'Connor. En ese viaje visitó Canterbury y fue recibido por los monjes de Christ Church con el honor que correspondía a su reputación y a su categoría. Aquella noche la pasó en oración ante las reliquias de santo Tomás Becket. Al día siguiente, cuando se dirigía al altar a oficiar, un loco que había oído hablar mucho de él y quería que fuese mártir como santo Tomás Becket, le descargó un bastonazo en la cabeza. El santo perdió el conocimiento, pero no tardó en recuperarlo, pidió que le lavasen la herida y, en seguida, cantó la misa. El rey condenó a la horca al loco, pero Lorenzo intercedió por él y obtuvo su perdón.
El tercer Concilio Ecuménico de Letrán tuvo lugar en Roma en 1179. San Lorenzo asistió a él con otros cinco obispos irlandeses. Antes de que partiesen de Inglaterra, Enrique II los obligó a jurar que no harían ante la Santa Sede ninguna representación que pudiese perjudicar su posición en Irlanda. San Lorenzo expuso al Papa el estado de la Iglesia en Irlanda y le pidió que tomase medidas eficaces contra muchos desórdenes y defendiese los derechos de la Iglesia. El Sumo Pontífice, a quien agradaron las proposiciones del santo, confirmó todos los derechos de su sede, le dio jurisdicción sobre cinco diócesis sufragáneas y le nombró legado suyo en Irlanda. En cuanto Lorenzo volvió a su país, empezó a ejercer vigorosamente sus poderes de legado. Pero Enrique II, recordando el caso de Becket, miraba con recelo la autoridad que Roma había concedido a Lorenzo. Así pues, cuando el santo fue a verle a Inglaterra, en 1180, para negociar la paz con Rory O'Connor, el monarca le impidió volver a su país. Lorenzo esperó tres semanas en Abingdon y entonces decidió ir a ver a Enrique II a Normandía. En efecto, cruzó el Canal de la Mancha y desembarcó en un sitio próximo a Le Tréport, que actualmente se llama Saint-Laurent. El rey le dio permiso de volver a Irlanda. Pero el santo cayó gravemente enfermo durante el viaje. Poco antes de llegar a la abadía de los canónigos regulares de San Víctor de Eu, murmuró: «Haec requies mea in saeculum saeculi» (éste es mi descanso por los siglos de los siglos). La muerte no le sorprendía desprevenido. Como el abad le sugiriese que escribiera su testamento, san Lorenzo replicó con una sonrisa: «Dios es testigo de que no tengo ni un céntimo». Más tarde, pensando en su grey, exclamó en irlandés: «¡Ay, pueblo mío alocado y revoltoso! ¿Qué harás ahora? ¿Quién va a mirar por ti en tus infortunios? ¿Quién va a tenderte la mano?» San Lornezo O'Toole murió el 14 de noviembre de 1180 y fue canonizado en 1225. La mayor parte de sus reliquias se hallan en la cripta de la iglesia de Nuestra Señora de Eu. Toda Irlanda, los canónigos regulares de Letrán y la diócesis de Rouen (en la que está situada Eu), celebran su fiesta.
Ciertamente, la más importante de las biografías antiguas de san Lorenzo es la que editó C. Plummer, quien la tomó del Codex Kilkenniensis de la Biblioteca Mash de Dublín. El texto, con una introducción muy valiosa, se halla en Analecta Bollandiana, vol. XXXIII (1914), pp. 121-186. Hay otras biografías latinas, una de las cuales fue publicada por los bolandistas en Catalogus Cod. Hagiogr. Latín. París, vol. III, pp. 236-248; pero, aunque dicha biografía se basa en los mismos documentos que la primera, los hechos aparecen en orden diferente y van acompañados de reflexiones morales y tediosas. En una palabra, no parece que sea un texto de mucho valor histórico. En el prefacio de Plummer a Vitae Sanctorum Hiberniae, pp. XV-XXIII, se encontrarán algunos comentarios útiles acerca de las fuentes manuscritas sobre la vida de san Lorenzo. En las crónicas de la época se encuentran también muchos datos sobre San Lorenzo. La biografía francesa de A. Legris (1914) es breve y acertada.