Cuando Clotario I era rey de Neustria, vivía en las proximidades de Chinon un santo ermitaño, llamado Juan. Era un extranjero, puesto que había nacido en Bretaña; y eso es todo lo que se sabe de sus antecedentes. Frente a su celda había un jardincillo en el que solía sentarse para leer o escribir, a la sombra de unos laureles que él mismo había plantado. No obstante que llevaba una vida de retiro, recibía a innumerables visitas y había adquirido una enorme reputación como curandero y vidente.
Cierto día, llegó hasta su celda un mensajero de santa Radegunda, con presentes, para preguntarle, de parte de la santa, sobre los rumores que corrían de que Juan hacía penitencias extraordinarias, usaba camisa de cerdas y se arrobaba en las oraciones. Santa Radegunda quería servirse de la santidad del ermitaño, porque en aquellos momentos vivía angustiada al pensar que el rey Clotario, su brutal marido, estaba a punto de arrastrarla fuera de su retiro. El solitario veló durante toda la noche, en busca de las palabras que era necesario decir a santa Radegunda para consolarla y, a la mañana siguiente, pudo enviar un mensaje tranquilizador a la santa. En él decía que desterrara las angustias de su corazón y de su espíritu, puesto que no tenía nada que temer por parte de Clotario.
El ermitaño Juan murió santamente y fue sepultado en su oratorio, cerca de la iglesia de San Máximo. Este solitario, a quien se conoce también en Francia con los nombres de saint Jean de Moustier (Monasterii) y san Juan de Tours, tiene fijada su conmemoración en este día, en el Martirologio Romano, donde le insertó Baronio. Sin embargo, los bolandistas, en Acta Sanctorum, sitúan su fiesta el 5 de mayo. Aparte de lo que dice Gregorio de Tours en De Gloria Confessorum cap. XXIII, nada más sabemos sobre este santo. N.ETF: siguiendo la noticia del texto de Gregorio el Martiorologio actual lo considera presbítero («...quidam presbyter...»).
Imagen de Juan el Recluso en la «Chapelle Sainte-Radegonde», en Chinon.