San Juan nació en Fauçon, en los límites de la Provenza. Siendo joven fue enviado a Aix, donde aprendió gramática, el uso de las armas, equitación y otros ejercicios adecuados a su posición. Su principal interés, sin embargo, estaba en las obras de misericordia y en la oración. Al regresar a su casa, se retiró a una pequeña ermita no lejos de Fauçon, con la intención de vivir alejado del mundo, unido a Dios por la penitencia y la contemplación. Sin embargo, su soledad era turbada con tanta frecuencia, que obtuvo permiso de su padre para estudiar teología en París, donde se graduó de doctor y se ordenó sacerdote. Durante su primera misa resolvió, por especial inspiración de Dios, dedicarse a la tarea de rescatar esclavos cristianos de los musulmanes; obra que le gustaba en especial por ser una de las más caritativas, puesto que beneficiaba tanto las almas como los cuerpos. No obstante, antes de embarcarse en tan importante empresa, pensó que era conveniente pasar algún tiempo en el retiro y la oración. Así pues, habiendo oído hablar del santo ermitaño san Félix de Valois, fue a verlo a Cerfroid y le rogó que le admitiera en su soledad y lo instruyera en el camino de la perfección.
Un día, sentados juntos a orillas de un arroyo, Juan le contó a Félix su plan de rescatar cristianos que estuvieran cautivos de los musulmanes, y habló con tanta elocuencia, que Félix se ofreció para unírsele en la empresa. Salieron para Roma en pleno invierno (era a fines del año 1197) para obtener la bendición del papa Inocencio III, quien, convencido de que estos dos hombres estaban guiados por el Espíritu Santo, dio su consentimiento para la fundación de una nueva orden religiosa, y nombró a san Juan el primer superior general. Fue consagrado obispo de París y se señaló al abad de san Víctor para que formulara la regla, que el Papa aprobó después por una bula, en 1198. Les indicó a los religiosos que usaran un hábito blanco con una cruz roja y azul sobre el pecho y que tomaran el nombre de Orden de la Santísima Trinidad. Los dos fundadores volvieron a Francia y se presentaron al rey Felipe Augusto, quien autorizó el establecimiento de la orden en sus dominios, mientras que Gaucher III, señor de Chatillon, les cedió Cerfroid, que se convirtió en el centro de operaciones de la Orden.
En los años que siguieron, los dos santos fundaron otros conventos en Francia y enviaron a varios de sus religiosos a acompañar a los condes de Flandes y Blois y otros señores a las Cruzadas. En 1201, san Juan envió a Marruecos a dos miembros de la orden para que rescataran ciento ochenta y seis esclavos cristianos. Al año siguiente, el mismo Juan fue a Túnez, donde compró la libertad de ciento diez cautivos más. Regresó a Provenza, donde recibió regalos que llevó a España para rescatar a un buen número de prisioneros que los invasores tenían cautivos. En un segundo viaje a Túnez sufrió mucho de parte de los infieles, que estaban encolerizados por su celo y su éxito para exhortar a los pobres esclavos a ser constantes en su fe. Cuando volvía con ciento veinte cristianos que había rescatado, los musulmanes destruyeron el timón de su barco y rasgaron las velas. Los musulmanes estaban ciertos de que el navío y su cargamento humano perecerían en el mar, pero el santo, lleno de confianza en Dios, suplicó que Él fuera su piloto, y después de haber colocado las capas de sus compañeros en lugar de las velas utilizadas, se puso a rezar su salterio, arrodillado sobre cubierta con un crucifijo en las manos. Tuvieron un viaje próspero y desembarcaron sanos y salvos en Ostia. Ya para entonces se había propagado la orden en Italia, gracias a los cuidados de Félix, y se había obtenido para ella una fundación en París, en el sitio de una capilla de San Mathurin, de donde en Francia los religiosos toman el nombre de Maturinos. San Juan vivió dos años más en Roma, y murió allí. Su culto fue aprobado en 1666.
El relato anterior, tomado de Alban Butler, resume lo que puede encontrarse en las biografías tradicionales, y por así decirlo, oficiales, acerca de san Juan de Mata. Hay todavía más detalles: en los Petits Bollandistes y en las vidas escritas por Gil González de Avila y el P. Calixte, se nos narra una misión a Dalmacia adonde se supone que fue enviado el santo por el papa Inocencio III, en 1199, como legado. El hecho es, como ha señalado Paul Deslandres en su admirable obra «L'Ordre des Trinitaires pour le rachat des captifs» (1903), que los religiosos en cuestión no habían tenido el cuidado de conservar ningún archivo. Prácticamente los religiosos no sabían nada de la historia de su fundador, y en los siglos quince y dieciséis, sintiéndose menos por esta ignorancia y aguijoneados por la rivalidad con los mercedarios, hospitalarios y otros de carisma semejante, ciertos escritores de su orden deliberadamente compilaron un registro ficticio, al que pretendían darle valor documental. Este proceder es mucho más de lamentar, porque no tuvo lugar en la época de la Edad Media, sino en tiempos relativamente modernos. Parece claro que unos cuantos individuos, con el pretexto de edificar, no tuvieron escrúpulo en inventar una crónica de hazañas gloriosas, recamadas a cada paso con supuestos milagros y revelaciones sobrenaturales, y ponerla en manos de sus cándidos lectores, como una historia de los comienzos de la Orden. Penoso como es este hecho, merece recordarse porque justifica la actitud en extremo crítica y severa de los hagiógrafos científicos de la actualidad. Además, cabe hacer notar que una vez que se ha entrado por la vereda de la falsificación histórica, se desvanece todo escrúpulo y el hábito crece aceleradamente. A la crónica falsa de Gil González de Ávila siguieron las aún más extravagantes de Figueras y Domingo López. Tenemos a mano un ejemplo convincente:
Para el español o provenzal del siglo diecisiete, la Gran Bretaña era una «Última Thule» sobre la cual era probable que nadie supiera mucho. Se escogió este sitio, que ofrecía todas las características para elaborar el romancero, pues los detalles ficticios no serían fácilmente descubiertos. Así pues, tenemos un volumen infolio de 600 páginas, «Noticias históricas de las tres provincias del Orden de la SS. Trinidad en Inglaterra, Escocia y Hibernia»(Madrid 1714), en el cual Fray López trata de las casas trinitarias en Inglaterra en tiempos del rey Enrique VIII. De acuerdo con López, había cuarenta y cuatro casas trinitarias en las Islas Británicas cuando comenzó la persecución de Enrique; eran ricas y prósperas y contaban con unos 300 a 400 religiosos, cada uno de los cuales entregó su vida por la fe. No es necesario subrayar el hecho de que los trinitarios era una de las órdenes menos notables en las Islas Británicas. Solamente tenía diez casas, la mayoría en condiciones precarias, y no hay razón fundada para pensar que uno solo de los religiosos fuera martirizado.
Sin lugar a dudas, las declaraciones hechas por López, sea cual fuere la fuente de donde las sacó, son un tejido de fábulas. Al examinar la lista detallada de referencias con nombres, fechas, títulos, etc., se prueba que todo es una mera farsa; aunque algunos nombres de personas y sitios relacionados con los trinitarios son auténticos, se han mezclado unas cosas propias con otras ajenas. Desgraciadamente, está claro que la biografía tradicional de san Juan de Mata es una obra de otra índole, no se puede dudar de que tal persona existió, que vino de Provenza, que era un hombre excepcionalmente santo y celoso, que fundó la Orden Trinitaria para la redención de cautivos, que obtuvo la aprobación de su regla del Papa Inocencio III, y que murió en Roma el 17 de diciembre de 1213. Pero fuera de esto sabemos muy poco.
La obra ya citada de Paul Deslandres parece haber dicho la última palabra sobre todos estos asuntos. Para información sobre el punto de vista Trinitario, el lector puede consultar a Antonino de la Asunción, en Monumenta Ordinis Excalceatorum SS Trinitatis Redemptionis captivorum ad provinciam S.P.N. Joanis de Matha spectantia (1915) y su Les origines de L'Ordre de la T.S. Trinité d'après les documents (1925) en esta última cf. la Analecta Bolandiana, vol. XLVI (1928), pp. 419-420. El libro de D. López mencionado arriba, fue objeto de un artículo por el P. J . H. Pollen en The Month (junio 1895) titulado Spurious Record of Tudor Martyrs.
Imagen: San Juan de Mata y san Félix de Valois obtienen la aprobación pontificia de la Orden, cuadro en la iglesia de Santo Tomás en Formis.