El Beato Damián de Molokai, apóstol de los leprosos, es universalmente conocido como monumento del amor, de servicio y de fe. Su ejemplo es una llamada al compromiso y al apostolado en el sacerdocio y en la vida consagrada, así como una fuente de inspiración para quienes sienten la llamada a servir a excluidos y olvidados.
El padre Damián fue considerado un héroe de la caridad. Mahatma Ghandi afirmó que «el mundo de la política y del periodismo cuenta con pocos héroes comparables a Damián de Molokai. Vale la pena reflexionar sobre la fuente de semejante heroísmo». También la Madre Teresa, en una carta dirigida a Juan Pablo II, dijo: «Como sabe, nos encontramos trabajando entre millares de leprosos, y para poder continuar este hermoso trabajo de amor por la curación de los enfermos, tenemos necesidad de un santo que nos guíe y nos proteja. El padre Damián podría ser ese santo».
Damián nació en 1840 en Tremelo, cerca de Lovaina (Bélgica), en una familia campesina pero acomodada. Ingresó en la Congregación de los Sagrados Corazones en 1859 y partió hacia Hawai, donde fue ordenado sacerdote en 1864. Unos años más tarde, en 1873, llegó a la isla-leprosería de Molokai. Allí compartió, durante 16 años, su vida, trabajo, angustias, alegrías e incluso su enfermedad con los enfermos. El 15 de abril de 1889 murió leproso entre los leprosos de Molokai, lugar en el que se había aislado voluntariamente como signo del amor de Dios hacia ellos. Según su obispo, el padre Damián había sido enviado tras solicitarlo él mismo, y sólo para una estancia de pocas semanas. Damián lo entendió de manera distinta, porque irse de allí supondría dejar a aquellas almas sin sacerdote. Era un camino sin retorno que estaba dispuesto a recorrer hasta el final.
Había en la isla cerca de 800 leprosos, deportados por el Gobierno hawaiano a esta suerte de prisión natural. Vivían en medio de una gran desesperación, a causa de esa enfermedad horrible, sin curación posible, rota toda relación afectiva con sus seres queridos, viéndose despreciados y con ausencia de instalaciones colectivas. El corazón de Damián se enterneció al ver esta miseria, y se unió a estos seres sufrientes y marginados para prestarles asistencia. Desde su llegada se unió a ellos como uno más: Nosotros, los leprosos, decía.
El padre Damián, poco antes de su muerte en Molokai (1889) construyó casas, un orfanato, una iglesia y un hospital. Pasaba la mayor parte de su jornada visitándolos, condenándose a respirar en cada casa el aire viciado, dando a cada uno la palabra apropiada y administrando los sacramentos. «Es verdad que verlos resulta repulsivo -decía-, pero son almas rescatadas al precio de la sangre del Salvador. También Él, en su misericordia, consoló a los leprosos. Si yo no los puedo curar, poseo los medios para consolarlos. Confío en que muchos, purificados de la lepra del alma por los sacramentos, serán un día dignos del cielo. La alegría y el contento que me regalan los Sagrados Corazones hacen que me sienta el misionero más feliz del mundo».
Llevaba 13 años entre los leprosos cuando empezó a sentir los síntomas de la enfermedad. Al conocer su infección, escribió al Superior General de su Orden y le dijo: «¡Bendito sea Dios! No me compadezca, estoy plenamente resignado». En otra carta afirmaba: «Pronto estaré completamente desfigurado, pero sigo tranquilo, resignado y feliz en medio de mi pueblo. Dios sabe muy bien lo que es mejor para mi santificación, y a menudo repito de todo corazón: ¡Que se haga tu voluntad!»
Y reconocía que, «sin el Santísimo Sacramento, una situación como la mía no se podría aguantar. Pero como tengo a nuestro Señor cerca, siempre estoy alegre y contento, trabajando con entusiasmo por la felicidad de mis queridos leprosos».
Fue beatificado por SS Juan Pablo II el 4 de junio de 1995 y canonizado por SS Benedicto XVI el 11 de octubre de 2009 en Plaza de San Pedro.
Hagiografía firmada por Tomás Martínez Pérez, SS. CC., que tomamos de Alfa y Omega