«Dios llamó a su servicio a san Huberto y lo apartó de la vida mundana en forma extraordinaria. Desgraciadamente, los relatos populares, plagados de contradicciones, han oscurecido las circunstancias de esa vocación, de suerte que no poseemos datos ciertos sobre la vida del santo sino hasta que empezó a servir a la Iglesia, bajo el gobierno de san Lamberto, obispo de Maestricht». La «forma extraordinaria» sobre la que Alban Butler habla con tan encomiable reserva, fue la siguiente: Huberto, que era muy aficionado a la caza, salió a perseguir a un ciervo un Viernes Santo, cuando todos estaban en la iglesia. En un claro del bosque el animal se volvió, y Huberto pudo ver que llevaba un crucifijo entre los cuernos. Al punto se detuvo, lleno de estupor y oyó una voz que le decía: «Huberto, si no vuelves hacia Dios, caerás en el infierno». El santo cayó de rodillas, preguntando qué era lo que debía hacer y la voz le dijo que fuese en busca del obispo de Maestricht, Lamberto, quien se encargaría de guiarle. Como se ve, esta leyenda coincide exactamente con la de la conversión de san Eustaquio.
Como quiera que haya ocurrido su conversión, el hecho es que Huberto entró a servir a san Lamberto y fue ordenado sacerdote. Cuando el obispo fue asesinado en Lieja, hacia el año 705, Huberto le sucedió en el gobierno de la diócesis. Algunos años más tarde, trasladó los restos de san Lamberto de Maestricht a Lieja, que no era entonces más que un pueblecito sin importancia, a orillas del Mosa. San Huberto depositó las reliquias del mártir en una iglesia que él mismo había construido en el sitio del martirio, y estableció ahi su catedral. Hasta entonces, la cabecera de la diócesis había sido Maestricht. Por ello se venera a san Lamberto como principal patrono de la misma y a san Huberto como fundador de la ciudad y de la catedral y como primer obispo de la nueva sede.
En aquella época, los bosques de las Ardenas se extendían desde el Mosa hasta el Rin y, en algunos sitios, el Evangelio no había echado todavía raíces. San Huberto penetró hasta los rincones más remotos e inhospitalarios de la región y abolió el culto de los ídolos. En su ministerio apostólico Dios le concedió el don de milagros. Su biógrafo cuenta que el día de rogativas el santo obispo partió de Maestricht, en procesión, por los campos y poblados, acompañado por el clero y la multitud. Encabezaban la procesión, según la costumbre, el estandarte de la cruz y las reliquias de los santos y todos sus integrantes cantaban las letanías. Una posesa interrumpió súbitamente aquella procesión, pero san Huberto le ordenó que guardase silencio y la curó al hacer sobre ella la señal de la cruz. Se cuenta que san Huberto tuvo una premonición de su muerte y que vio la gloria que le esperaba. Un año más tarde, fue a Brabante a consagrar una iglesia. Inmediatamente después, cayó enfermo en Tervueren, cerca de Bruselas. Murió apaciblemente seis días más tarde, el 30 de mayo de 727. Su cuerpo fue trasladado a Lieja y sepultado en la iglesia de San Pedro. El año 825, fue trasladado a la abadía de Andain, que tomó entonces el nombre del santo, cerca de la frontera de Luxemburgo, en las Ardenas. Probablemente las reliquias fueron trasladadas a Lieja un 3 de noviembre, dieciséis años después de su muerte, ya que en esa fecha se celebraba antiguamente su fiesta. san Huberto y san Eustaquio son los patronos de los cazadores. Se invoca también a san Huberto contra la hidrofobia.
Antiguamente, los belgas profesaban gran devoción a san Huberto y tal vez se la siguen profesando. Por ello, nada tiene de extraño que el P. Carlos De Smedt, escribiendo en 1887, haya dedicado a nuestro santo un artículo de 171 páginas en Acta Sanctorum (nov., vol. I) . La biografía primitiva del santo, que es muy corta y se debe a la pluma de uno de los contemporáneos, no habla de los orígenes de Humberto, ni dice que haya estado en la corte de Austrasia, ni que haya sido casado. Floriberto, el «hijo» de san Huberto que llegó a ser obispo, era probablemente sólo su hijo espiritual. La introducción y la serie de biografías publicadas por De Smedt demuestran que los detalles que se cuentan sobre la juventud y conversión del santo, no son anteriores al siglo XIV. Sin embargo, la leyenda del ciervo y otros milagros atribuidos al santo contribuyeron a popularizar su culto mucho más allá de los confines de los Países Bajos. En Lorena y en Baviera se fundaron dos órdenes de caballería bajo el patrocinio de san Huberto. Existe una literatura muy abundante sobre las reliquias del santo y los aspectos folklóricos de su vida.