San Eusebio vivió en Roma durante la segunda mitad del siglo IV. Desgraciadamente, lo que sabemos acerca de su vida procede de unas «actas» que carecen de valor histórico. Según ellas, Eusebio era un sacerdote que se opuso al emperador arriano Constancio, apoyó al antipapa «san» Félix II, y siguió celebrando en su casa los sagrados misterios cuando se le prohibió hacerlo en las iglesias. Por ello, fue encarcelado en una reducida habitación de su propia casa, donde murió siete meses más tarde. Se dice que fue sepultado en el cementerio de Calixto, en la Vía Apia, y que en su tumba se colocó la siguiente inscripción: «Eusebio, el varón de Dios». Tal vez este dato es verdadero, pero la tumba no ha sido descubierta hasta hoy.
Es éste uno de los casos en los que poseemos ciertas pruebas de la existencia histórica de una persona a la que se tributó algún culto, aunque la leyenda que narra su vida no merece ningún crédito. Está fuera de duda que Eusebio -no necesariamente sacerdote- fundó en Roma lo que podríamos llamar una parroquia, conocida con el nombre de «titulus Eusebii». Por esa razón, se celebraba anualmente una misa por el descanso de su alma. Con el tiempo, el pueblo empezó a creer que se trataba de una misa en su honor; así, el año 595 se llamaba ya a la parroquia «Titulus Sancti Eusebii».
Ver Delehaye, Sanctus (1927), p. 149; J. Wilpert, en Römische Quartalschrift, vol. XXII, pp. 80-82; J. P. Kirsch, Die römischen Titelkirchen, pp. 58-61. En Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, pp. 443-444, se presentan todos los argumentos.
Cuadro: Antón Raphael Mengs: la glorificación de Eusebio, fresco de 1757, en la Iglesia de San Eusebio, en Roma.