Esteban Teodoro nació en 1802. Hizo sus estudios en el seminario de las Misiones Extranjeras de París y llegó a Annam en 1829. En 1833 estalló una violenta persecución. Los superiores del P. Cuénot le enviaron a refugiarse en Siam con los seminaristas aborígenes que se preparaban para el sacerdocio. El futuro mártir sufrió en todas partes reveses y decepciones, pero no por eso menguaron su valor y su tesón, de suerte que, en 1835, fue consagrado en Singapur obispo coadjutor de Mons. Taberd. Aunque la persecución seguía haciendo estragos en Annam, Mons. Cuénot consiguió penetrar en el territorio. Como tenía que vivir oculto, su trabajo era especialmente difícil. Sin embargo, obró maravillas: reorganizó a los cristianos dispersos y alentó a los sacerdotes y catequistas asiáticos. No obstante las circunstancias adversas, su celo contagioso produjo numerosas conversiones. En quince años, Mons. Cuénot estableció tres vicariatos apostólicos en la Cochinchina. En cada uno de ellos había unos veinte sacerdotes. Debe notarse que, cuando Mons. Cuénot fue nombrado vicario apostólico, no había en toda la región más que una docena de sacerdotes y casi todos ellos eran ancianos y decrépitos.
Al cabo de más de veinticinco años de episcopado, durante los cuales la persecución no había cesado, la provincia de Binh-Dinh, en la que los cristianos habían gozado hasta entonces de una paz relativa, se convirtió en el centro de una persecución fanática. El obispo se refugió en casa de un pagano, «quien le ocultó en una celda hábilmente construida en el espesor de un muro doble». Los perseguidores no lograron descubrir el escondite, pero, como hallasen ciertos objetos que le pertenecían, permanecieron al acecho. A los dos días, Mons. Cuénot, exhausto, enfermo e incapaz de soportar por más tiempo la sed que le consumía, salió de su escondite. Inmediatamente fue hecho prisionero. Los perseguidores le arrojaron en una estrecha jaula en la que tenía que estar doblado, y le transportaron en ella a la presencia del jefe de la principal población del distrito. Aunque se le dio cierta libertad de movimiento en el interior de una fortaleza, el mártir falleció a los pocos días, víctima de un violento ataque de disentería. Precisamente cuando acababa de morir, llegó de la capital la orden de decapitarle. Uno de los mandarines propuso que se ejecutase la sentencia en el cadáver, pero los otros dos se opusieron a ese inútil exceso de barbarle.
Noticia extraída del artículo conjunto dedicado a los «Mártires de Indochina» (segunda parte), Butler-Guinea, tomo IV, pág. 283. No he encontrado noticias donde se corrobore lo que afirma el «elogio» del Martirologio Romano, de que fue arrojado a una cuadra de elefantes.