San Dunstán, el más famoso de los santos anglosajones, nació hacia el año 910, en las cercanías de Glastonbury, en el seno de una noble familia muy relacionada con la casa reinante. Estudió las primeras letras en Glastonbury, bajo la dirección de profesores irlandeses. Después fue enviado a la corte del rey Athelstan, cuando era todavía un niño. Debido a su apego por el estudio, algunos envidiosos le acusaron de que practicaba la magia y consiguieron que fuese expulsado de la corte; no contentos con ello, sus enemigos le hicieron caer en un pantano cuando salía de la ciudad. El santo se refugió en casa de su tío, san Alfegio el Calvo, obispo de Winchester. Para entonces ya había recibido la tonsura y su tío le exhortó a abrazar la vida religiosa. Dunstán se resistió durante algún tiempo; pero, en cuanto sanó de una enfermedad de la piel que él había confundido con la lepra, tomó el hábito religioso y fue ordenado sacerdote por su santo tío. Dunstán se dirigió entonces a Glastonbury, donde se construyó una celda junto a la iglesia; ahí se consagró a la oración, el estudio y al trabajo manual. Este último consistía en la fabricación de campanas, vasos sagrados para la iglesia y en la copia de libros y miniaturas. Dunstán era también muy buen músico y tocaba el arpa. Según un artículo del abad Cuthbert Butler ("Downside Review", 1886), todavía se conserva la música original de una o varias de las composiciones de san Dunstán. El himno "Kyrie Rex splendens" es particularmente famoso.
Edmundo, el sucesor del rey Athelstan, llamó de nuevo a san Dunstán a la corte. El año 943, para agradecer a Dios que le hubiese librado de la muerte durante una partida de cacería en Cheddar, el rey nombró a san Dunstán abad de Glastonbury, no sin haber oído antes las quejas de los enemigos del santo. Dicho nombramiento inauguró una época de renovación de la vida monástica en Inglaterra y los historiadores lo consideran como un momento crucial de la vida religiosa de ese país. El nuevo abad emprendió al punto la reconstrucción de muchos monasterios y de la iglesia de San Pedro. Introdujo algunos monjes entre los clérigos que residían ahí y consiguió así que mejorase la disciplina religiosa, sin grandes dificultades. Además, convirtió la abadía en un gran centro del saber. La reforma de los monasterios se extendió de Glanstonbury a otras regiones, gracias sobre todo a la actividad de san Etelwoldo de Abingdon y de san Oswaldo de Westbury.
Después de seis años y medio de gobierno, el rey Edmundo fue asesinado. Su hermano Edredo le sucedió en el cargo. El nuevo monarca hizo de san Dunstán su principal consejero. El santo inició entonces una política vigorosa e intuitiva, en la que había de insistir toda la vida; sus tres grandes principios eran: la reforma de las costumbres, la propagación de la observancia regular para contrarrestar la negligencia del clero secular y la unificación del país, mediante la paz con los daneses. San Dunstán llegó a ser el jefe de un movimiento muy popular en el centro y el norte de Inglaterra; pero ello le creó numerosos enemigos entre aquellos cuyos vicios denunciaba y entre los nobles anglosajones, cuyas miras políticas no coincidían con las del santo. Edredo murió el año 955. Le sucedió en el trono su sobrino Edwy, joven de dieciséis años, quien se levantó de la mesa del banquete el día de su coronación para ir a reunirse con una joven llamada Elgiva. San Dunstán le reprendió seriamente por ello y el joven monarca no olvidó la reprimenda. El partido de la oposición hizo caer en desgracia a san Dunstán, quien hubo de partir al destierro después de la confiscación de sus bienes. Se refugió entonces en Flandes, donde, por primera vez, entró en contacto con el movimiento monástico del continente europeo, que se hallaba en la plenitud de su vigor. La concepción benedictina iba a ser para Dunstán una fuente de inspiración en sus empresas posteriores. El destierro no fue muy largo. En Inglaterra estalló una rebelión que derrocó a Edwy y entronizó a su hermano Edgardo.
El nuevo monarca llamó inmediatamente a san Dunstán y le confió primero la sede de Worcester y después la de Londres. A la muerte de Edwy, en el año de 959, todo el reino se unió bajo el gobierno de Edgardo y san Dunstán fue nombrado arzobispo de Canterbury. El santo fue a Roma a recibir el palio y el papa Juan XII le nombró legado de la Santa Sede. San Dunstán se dedicó entonces a restablecer enérgicamente la disciplina eclesiástica, con el apoyo del rey y la ayuda de san Etelwoldo, obispo de Winchester y la de san Oswaldo, obispo de Worcester y arzobispo de York. Los tres santos prelados restauraron la mayoría de los grandes monasterios que habían sido destruidos por los daneses y construyeron otros nuevos. Por otra parte, no se mostraron menos celosos de la reforma del clero, muchos de cuyos miembros llevaban una vida mundana y escandalosa y hacían caso omiso de la ley del celibato. Cuando el clero secular se mostraba recalcitrante, san Dunstán lo sustituía por el clero regular. Igualmente hizo entrar por el buen camino a los laicos que desempeñaban puestos de responsabilidad, pues no se detenía en consideraciones de respeto humano. Cuando el rey Edgardo cometió un crimen atroz, el santo arzobispo le sometió a una penitencia larga y humillante. San Dunstán fue el principal consejero de Edgardo durante los dieciséis años de su reinado, y todavía ejerció su influencia durante el corto reinado del siguiente monarca, Eduardo el Mártir. La muerte de este joven príncipe fue un rudo golpe para san Dunstán, quien, el año 970, coronó a Etelredo, hermanastro de Eduardo y predijo las calamidades que se iban a desatar bajo su reinado.
Ahí terminó la carrera política de san Dunstán, quien se retiró a Canterbury y abandonó totalmente los asuntos temporales. Siempre había protegido la educación y, en los últimos años de su vida, iba de vez en cuando a dar clases y a contar historias a los estudiantes de su catedral. Uno de ellos fue, más tarde, sacerdote y escribió la biografía del santo; ignoramos su nombre, pues sólo firmó su obra con la inicial B. El recuerdo del santo arzobispo permaneció vivo en la memoria de su grey; muchos años después, los niños pronunciaban todavía el nombre del "buen Padre Dunstán" para librarse de los salvajes castigos corporales que se acostumbraban en aquella época. El día de la Ascensión del año 988, San Dunstán, que estaba ya muy enfermo, celebró la misa y predicó tres veces a su grey para anunciarle su próxima muerte. Por la tarde, fue a la catedral y escogió el sitio de su sepultura. Dos días después, murió apaciblemente.
San Dunstán es el patrono de los herreros y los joyeros. La habilidad con que trabajaba el metal dio origen, en el siglo XI, a la leyenda de que un día había pellizcado con unas pinzas de joyero la nariz del diablo. El historiador Armitage Robinson consideraba esa leyenda como «la ruina de la reputación de Dunstán», porque había hecho olvidar al pueblo que se trataba de «uno de los creadores de Inglaterra». Los benedictinos ingleses y varias diócesis británicas celebran la fiesta del santo.
Stubbs trabajó incansablemente para publicar lo extraído de las principales fuentes sobre la vida de san Dunstán, en un volumen de la Rolls Series titulado, Memorials of St Dunstan (1874). Existen razones de peso para creer que Stubbs se equivocó al situar el nacimiento de san Dunstán el año 924. Véase sobre este punto a E. Bishop y L. Toke, en The Bosworth Psalter (1908), pp. 126-143. Cf. Dom. D. Pontifex, The First Life of Dunstan, en The Downside Review, vol. 51 (1933), pp. 20-40 y 309-325; Armitage Robinson, The Times of St Dunstan (1923). Además de las fuentes principales, como Acta Sanctorum, la History of England de Lingard y Anglo-Saxon England, de Stenton, hay que citar los artículos que sobre las costumbres monásticas publicó Dom. T. Symons, en la Downside Review, a partir de 1921. Ver también D. Knowles, The Monastic Order in England (1949), pp. 31-56 y passim; T. Symons, Regularis Concordia (1954). Existen ciertos indicios de que san Dunstán no se retiró nunca totalmente de la política.