Bertulfo nació a finales del siglo VI en una familia todavía pagana de Metz, Francia. Pero la predicación de su pariente, el obispo san Arnulfo de Metz, le impresionó de tal modo que decidió hacerse cristiano y profesó la fe del evangelio con toda sinceridad. Se sintió llamado a la vida religiosa y se hizo monje en Luxeuil en 620, siendo abad san Eustacio, bajo el cual progresó en la virtud y aprendió con profundidad la vida monástica. Reclamado por san Átalo, abad de Bobbio, pasó a este monasterio, y a la muerte del santo abad, en el 627, fue elegido para sucederle en el cargo. Mantuvo con firmeza e inteligencia la estricta observancia de la Regla de San Columbano y defendió con entereza lo que creía los derechos del monasterio.
En efecto, el obispo Probo de Tortona quería ejercer su jurisdicción sobre el mismo, y Bertulfo acudió al rey Ariovaldo de Lombardía, el cual le dijo que lo propio era acudir a Roma, ya que se trataba de un asunto estrictamente eclesiástico. Bertulfo se puso en camino llevando consigo al monje Jonás y fue bien recibido por el papa Honorio I, el cual ponderó las razones por las que Bertulfo quería ser libre de la jurisdicción episcopal y se la concedió, declarándolo exento de la misma y sujeto a la sede apostólica. Parece que aquí empieza la historia de la exención de los religiosos. Bertulfo se opuso con energía a los arríanos, defendiendo con tesón la ortodoxia católica. Murió en su monasterio de Bobbio el 19 de agosto del año 640. El monje Jonás escribió su vida.
En la imagen: vista actual del sepulcro del santo en Bobbio, en la cripta de la basílica de San Columbano.