No es posible saber con exactitud en qué año nació, se señala en algunas biografías 1180 como probable, aunque Villanueva se inclina por mayor edad ya que «en 1209 era ya hombre provecto y capaz de ser asesor del arzobispo de Tarragona en el proceso...». Según parece, pertenecía a una familia notable, y siguió la carrera de leyes, lo que se deduce de que actuó en algunos procesos, como el que Villanueva señala; pero no se sabe demasiado con exactitud hasta el 1215, que ingresa como monje del monasterio de las Santas Cruces. En ese año testó a favor de su madre, hermano, hermana y otros parientes, y revocó un testamento anterior hecho en peligro de muerte, lo que ha hecho suponer que haya experimentado una conversión como conocemos en la vida de muchos santos, que de una vida acomodada al mundo pasan, por la cercanía de la muerte, a una consagración completa a Dios; pero nuevamente, se impone la prudencia ya que no tenemos aquel otro testamento que se revoca en el de 1215, sólo hay copia de este.
En algún momento entre 1215 y 1233 llegó a ser abad del monasterio, pero en este último año fue elegido obispo para la sede de Vic, luego del largo episcopado de D. Guillermo de Tavartet. Por el mismo año parece que recibió del papa Gregorio IX mandato como inquisidor para la acción contra los albigeneses en toda la provincia de Tarragona, actuando junto con dos frailes dominicos. Estuvo presente en los hechos de la reconquista de Valencia, y en 1236 ofreció asistir personalmente con algunos soldados; y el mismo papa Gregorio IX le encargó que, junto con Pedro de Albalat, obispo de Lérida, y san Raimundo de Peñafort, eligiera y consagrara el primer obispo de Mallorca.
Luego de esta elección y consagración parece que se volcó en la guerra de Valencia, y debió haber actuado con valor, porque en recompensa el rey D. Jaime le donó en 1238 dos alquerías y el castillo de Sagart. También asistió a la purificación de la catedral de Valencia, antes de partir hacia el concilio de Tarragona, en 1239. Estuvo presente tanto en este concilio provincial como en el de 1243, aunque no estuvo -se ignora el motivo- en los dos que se celebraron en el intermedio de esos años. Constan de su episcopado visitas a monasterios, ordenanzas para la organización del clero, y en general lo que comprende el término de buen celo pastoral.
En 1243 hizo legado de sus bienes personales (no pudo testar por ser monje), y murió el 25 o 26 de octubre del mismo año. Recibió veneración inmediata, y consta que ya al año siguiente de su muerte se encendían lámparas votivas en su sepulcro y se le daba -aun informalmente- el título de beato. El proceso canónico ya existía, por lo que, aunque existen testimonios de misas en su honor de manera prácticamente ininterrumpida desde su muerte, en 1338 se emite la orden del cabildo de presentar el proceso de canonización en Roma. En 1389 le construye el obispo de Vic un sepulcro suntuoso, por suscripción popular, por lo que algunos estudiosos suponen que se llevó a término la canonización; sin embargo no quedan rastros del proceso, y sólo puede darse por confirmado el culto inmemorial.
Testimonio inapreciable para el estudio de nuestro santo son las bellísimas páginas del «Viage literario a las iglesias de España», de Jaime Villanueva, principalmente en el tomo VII, páginas 25 y siguientes, más los apéndices documentales (pág 244ss.) y algunas otras refrencias en la parte correspondiente al obispo antecesor (pág. 14ss.), Valencia, 1821, que puede leerse de manera directa en edición facsimilar. Otras biografías más modernas que he visto, o repiten a Villanueva sin la elegancia de su prosa, o no apoyan documentalmente sus afirmaciones.