Cuando san Oswaldo ciñó la corona de Nortumbría el año 634, pidió a los monjes de Iona que enviasen a un obispo a predicar el Evangelio a sus súbditos. El primer misionero resultó un hombre rudo y austero, incapaz de hacer el bien a los paganos. Tuvo, pues, que regresar a su monasterio, donde echó la culpa de su fracaso a la rudeza e indocilidad de los ingleses. Los monjes reunieron un sínodo para deliberar acerca de lo que se debía hacer, San Aidano, que asistió al sínodo, dijo claramente al misionero que el culpable de su fracaso era él y no los ingleses, ya que se había mostrado duro y severo con los ignorantes, cuando hubiese debido alimentarles con la leche de una doctrina menos rigurosa hasta que fuesen capaces de digerir alimentos más sólidos. Los ojos de toda la asamblea se fijaron entonces en el orador, cuyas palabras estaban tan llenas de prudencia y le eligieron para la ardua misión.
Aidano era originario de Irlanda. Según se dice, había sido discípulo de san Senán en la isla de Scattery. Eso es todo lo que sabemos acerca de él, hasta que ingresó en el monasterio de Iona. El rey Oswaldo le acogió amablemente y le designó la isla de Lindisfarne como sede episcopal. San Beda habla con entusiasmo sobre la humildad y piedad de san Aidano. Quienes viajaban con él estaban obligados a emplear los ratos de descanso en la lectura de la Biblia y en aprender de memoria los Salmos. San Aidano viajaba siempre a pie. Su actitud mostraba claramente que no buscaba ni quería los bienes de este mundo, ya que distribuía entre los pobres cuantos regalos le hacían el rey y los nobles. Rara vez iba a comer con el monarca y, cuando lo hacía, iba acompañado de dos de sus clérigos y retornaba al trabajo lo más pronto posible. Beda menciona la libertad apostólica con que echaba en cara sus vicios a los grandes de este mundo y habla de la paz, caridad, continencia y demás virtudes que supo comunicar a los habitantes de aquella nación bárbara. «Era un obispo que amaba apasionadamente la bondad y que se distinguió por su mansedumbre y moderación. Estaba lleno de celo por la causa de Dios, aunque su ciencia no se hallaba a la altura de su celo...» (estas últimas palabras aluden al hecho de que san Aidano seguía la costumbre celta en lo referente a la fecha de la Pascua, etc.). Se necesitaba allí, precisamente, un hombre como san Aidano, pues Penda y Cadwallon habían destruido en gran parte la obra de san Paulino.
Los milagros del santo, de los que Beda relata tres, confirmaban su predicación. Y el mismo Beda, refiriéndose a la situación religiosa de la región treinta años después, da testimonio de la eficacia del apostolado de san Aidano: «Los monjes y clérigos eran acogidos con gran gozo en todas partes, como siervos de Dios. Quienes se topaban con ellos en los caminos, corrían a su encuentro y se inclinaban ante ellos, muy contentos de recibir su bendición y de encomendarse a sus oraciones. El pueblo prestaba gran atención a las exhortaciones de los sacerdotes y acudía con entusiasmo, los domingos, a oír la palabra de Dios en las iglesias y monasterios. Cuando un sacerdote llegaba a una población, los habitantes se reunían para escuchar la palabra de vida. Los clérigos sólo iban a los pueblos para predicar, visitar a los enfermos y atender a las almas. Y estaban tan libres de toda codicia, que jamás recibían tierras o posesiones para construir monasterios, sino por mandato de las autoridades seculares».
El centro de la actividad de san Aidano era la isla de Lindisfarne (actualmente Isla Santa), frente a la costa de Nortumbría, entre Berwick y Bamburgh. Ahí tenía su sede episcopal y fundó un monasterio al que impuso la regla de san Columkill. No sin razón, se ha llamado a la isla la Iona inglesa, pues de ahí partió el movimiento que venció al paganismo en Nortumbría y fue disipando, poco a poco, las costumbres bárbaras. Dom Gougaud cita a Lightfoot, quien dice que «el verdadero apóstol de Inglaterra no fue san Agustín sino san Aidano». Tal afirmación es verdadera por lo que se refiere al norte de Irlanda. San Aidano fue obispo durante diecisiete años. El más famoso de los dieciséis obispos que le sucedieron, fue san Cutberto; pero no fue éste ciertamente el único santo de la isla. San Aidano educó en su monasterio a doce jóvenes ingleses. Fue también infatigable su solicitud por los niños y los esclavos, y, con frecuencia, empleaba las limosnas que recibía en el rescate de estos últimos. El gran monarca san Oswaldo prestaba todo el apoyo posible al santo obispo. Lo mismo hizo su sucesor Oswino, quien fue asesinado en Gilling en 651. San Aidano murió once días después, en el castillo de Bamburgh, que solía emplear como centro misional. Falleció apoyado contra el muro de la iglesia. Fue sepultado en el cementerio de Lindisfarne. Cuando se construyó la iglesia de San Pedro, sus restos fueron trasladados al santuario. Sin duda que las reliquias del santo fueron trasladadas nuevamente cuando se evacuó la isla, en la época de las invasiones de los daneses.
Prácticamente todo lo que sabemos sobre san Aidano se reduce a lo que cuenta Beda en su Historia Eclesiástica. Las anotaciones de Plummer son importantes. Por lo que se refiere a los puntos relacionados con la arqueología, se hallarán muchos datos en la obra de Sir Henry Howorth, The Golden Days of the Early English Church, vol. I.