En la serie de los papas, es indicado por su nombre original Deusdedit («Dios ha dado») o el equivalente -más común como nombre- de Adeodato («dado por Dios»); en la última edición castellana del Martirologio Romano se ha inscripto con el nombre (un poco ridículo) de «Diosdado», que pretende ser una (mala) castellanización del nombre original. Hijo del subdiácono romano Esteban, fue educado en el monasterio de la ciudad dedicado a San Erasmo, aunque no hay datos de que fuera monje, aunque así lo afirmaban agunas fuentes benedictinas. No hay otras noticias de su juventud, y muy poco de su breve pontificado, porque «la primera mitad del siglo VII, fue la más terrible y devastadora para la Ciudad, la historia de Roma quedó rodeada por una densa oscuridad», en palabras del gran medievalista de la historia de Roma, Ferdinand Gregorovius.
San Gregorio Magno, unos pocos años antes, había dejado los altos cargos eclesiásticos en manos de los monjes, privilegiando así al clero monástico por sobre el secular, muy corrompido. Adeodato, que sucedió en 615 al papa Bonifacio IV, vuelve a dar los altos cargos a los sacerdotes seculares, aunque obligándolos a una vida de oración más intensa; de esta preferencia hacia el clero secular para contrarrestar al monástico proviene seguramente la frase del «Liber Pontificalis» que se recoge en el Martirologio: «amó a su clero».
En su época una parte de Italia está en manos de los lombardos y la otra, incluida Roma, depende del emperador de Oriente, representado por el Exarca, que vive en Rávena, pero que poco se ocupa del destino de Roma. Precisamente en tiempo de Adeodato el Exarca es sustituido (el anterior fue asesinado), y se reúne con el Papa en Roma. Sin embargo, a continuación, el Exarca intenta proclamarse emperador, y termina también asesinado. El emperador Heraclio reina en Constantinopla, habiendo matado a su predecesor, Focas, quien había matado a su predecesor, Mauricio y sus hijos. Estos son los tiempos de Adeodato, a los que debemos sumar las disputas doctrinales entre los cristianos, a las que Adeodato poco poco puede hacerles frente, ya que en Roma resurge en 616 la plaga, que ya había hecho estragos en el 590. Y en el 618 llega una epidemia mortal de lepra o una infección similar en la piel; y entre uno y otro contagio, el terremoto de agosto de 618. Así que «pontifica» entre los muertos, y entre los supervivientes aterrorizados que le piden ayuda, porque Roma pertenece a un emperador lejano, pero las desgracias de los romanos «pertenecen» al papa Adeodato. Pero no por mucho tiempo: en ese mismo año la muerte se apodera de él. La «densa oscuridad» que mencionaba Gregorovius también rodea a su fin, como al de tantas otras víctimas; no tenemos ninguna información sobre sus últimos días. Lo único que sabemos es que se tardaron trece meses en dar un sucesor, que será Bonifacio V. Tuvo fama de taumaturgo, porque se dice que curaba la peste con sólo apoyar sus labios sobre las llagas de los enfermos.
Se conserva además un sello de plomo (llamado «bulla», de donde deriva la actual «bula» o documento sellado con la bulla) que proviene de su reinado, y es posiblemente el más antiguo de su tipo en el papado (al menos de los que se pueden datar con certeza), por lo que Adeodato I sería el primero en promulgar «bulas pontificias»: su forma es redonda, como una moneda, y tiene la figura del pastor y las ovejas, y los símbolos de alpha y omega.
Traducido para ETF y reorganizado a partir de un escrito de Domenico Agasso en Santi e Beati; no he podido hallar una reproducción de la «bulla» de Adeodato, pero en distintas fuentes -incluido Butler- encontré el mismo dato, así que lo reproduzco, no sin reservas.