Los dominicos de Valencia se habían trasladado a Calanda en 1931, cuando vieron que las cosas se estaban poniendo turbias para la Iglesia en España. Calanda es un pueblo que en 1936 tenía unos 3.000 habitantes. Se encuentra a media distancia entre Zaragoza y Teruel. Era un punto escondido en la geografía española. Por tanto, se vivía allí con cierta tranquilidad, lejos de las ciudades y de las aglomeraciones. El 25 de julio los frailes celebraron la misa con cierta serenidad. Pero dos días más tarde corrió la voz de que los milicianos catalanes iban a copar el pueblo. Por tanto, el P. superior mandó desalojar el convento. Efectivamente, el 27 los milicianos ocuparon el pueblo y empezaron a detener gente. Ese mismo día cayeron presos fray Gumersindo y los PP. Antonio, Felicísimo y Saturio; son cuatro. Al día siguiente echaron mano al R Lucio, a fray Lamberto y al sacerdote Manuel Albert. El 29 al amanecer cayó el octavo, el R Tirso. Siete dominicos y un sacerdote secular. Los tuvieron presos en los bajos del ayuntamiento, mezclados con otros muchos seglares de signo religioso. Estaban metidos en un local indecente, sin luz, sin servicios higiénicos y sin ventilación. Peor que una cuadra.
Se hizo un juicio de faltas. Alguien exigía que se hicieran las cosas con justicia. Pero aquella justicia resultaba ser de la siguiente manera: unos exigían matar a todos, y otros solamente a los religiosos. Prevaleció la tendencia más benigna. Había que matar a estos ocho sacerdotes. Y así se ejecutó sin más. Hay que decir que esta clase de juicios y de decisiones se hacían siempre entre insultos, blasfemias y alguna que otra bofetada. El grupo nuestro se daba perfecta cuenta de su situación y todos se prepararon para la muerte. Se confesaron unos a otros. Y fue aquí donde Antonio López Couceiro se mostró más animoso que los demás para decirles que era éste el momento de perdonar. «Hay que perdonar. Es necesario perdonar». También animaban a los seglares presos para que fueran fieles hasta la muerte.
He aquí la biografía de uno de estos héroes, el P. Lucio Martínez Mancebo: Fraile sencillo pero de personalidad recia y temperamento vigoroso, que demostró al hacer frente a los estudios eclesiásticos, que le costaron mucho. Su tenacidad y espíritu religioso le permitieron alcanzar el grado de Lector. Ejerció como profesor, y en 1936 era Maestro de Novicios y Subprior en el Convento de Calanda (Teruel).
Alejado el Convento de grandes ciudades, era peligroso en caso de conflicto. Al llegar la persecución, el P. Lucio se preocupó de que los jóvenes saliesen del Convento y buscasen acogida fuera de Calanda, mirando a Zaragoza. Al despedirlos con su bendición les aconsejó que de llegar el caso de dar la vida por la fe, lo asumiesen con valentía.
Él con algunos religiosos quedaron en el Convento que al ser asaltado, tuvieron que refugiarse en casas particulares. Al amenazar de muerte a los que tenían frailes en la casa, salieron a la calle donde fueron apresados, y dos días después fusilados. Subidos al camión que los llevaba al lugar del martirio, inició con voz poderosa el rezo del Rosario hasta el lugar del suplicio, en el que manifestaron su perdón a todos, consumando el sacrificio de su vida al grito de ¡Viva Cristo Rey!
Descripción del grupo tomada de Año Cristiano (BAC, 2003), biografía del beato, de Aciprensa.