Durante los tres largos años de servicio militar pasados en África maduró la idea de hacerse religioso y así se lo comunica en carta a su padre, muy poco antes de licenciarse. “No olvide padre que en mí continúa la idea de ser como mis hermanos, religioso marista”. El padre en esta carta ve que Severino, ya mayor de edad, ha reflexionado y tomado una decisión seria… y no tarda en darle su autorización.
Los que le conocieron en su vida de religioso manifiestan que “fue un tesoro en cada una de las situaciones y empleos que desempeñó. Su profunda y sincera religiosidad, acompañada de su jovialidad y carácter feliz, lo hicieron amar de todos. A su lado no había tristezas”.
Severino se “acostumbró a obedecer y a prestarse a cuanto deseaban sus superiores a lo que añadía la disposición de ayuda a sus cohermanos”.
“La figura de prefecto le caía bien a Severino; se encontraba feliz con los seminaristas y ellos se sentían seguros a su lado.
Son varios los testigos que dan detalles de su presencia de ánimo y su valor, en las situaciones arriesgadas por las que tuvo que pasar.
Dice uno de los compañeros de odisea: El gozo se manifestaba en sus palabras. A pocos pasos de la muerte era notoria su paz. “Morir por Cristo era su más ardiente deseo y el Señor se lo concedió”. Antes de morir, cuando se les ordena a él y al Hno. José Teófilo: “Tú y tú en este coche; y vosotros en ése.” Se miraron tranquilos y se dijeron: “Hasta allá arriba; nos van a matar. ¡Adiós, hasta el cielo!”
El H. Severiano junto con el H. José Teófilo descienden del coche como se les ordena, caminan un trecho y los milicianos a una orden disparan sobre ellos y caen heridos al grito de Viva Cristo Rey. Era en el territorio de la Palma de Cervelló, el 1 de agosto de 1936.
José nació en Mazaleón, provincia de Teruel y diócesis de Zaragoza, el 28 de junio de 1917, con el nombre de José Mulet Velilla. Sus padres se llamaban Miguel y Benita. Su abuela era maestra. Las buenas costumbres y la fe cristiana estaban aseguradas en el hogar Mulet-Velilla, por la raigambre y la convicción de los progenitores.
Los que le conocieron dicen de él que “era jovial, alegre sin exceso. Una alegría que le brotaba de la franqueza, de la naturalidad, del realismo y la sencillez que no entiende de dobleces sobreentendidos y complicidades. En palabras y en obras, esta actitud básica brillaba con luz propia. Esto atrajo la atención sobre él, desde su periodo formativo”. Estas cualidades espirituales envidiables estaban fuertemente marcadas por la naturaleza y perfeccionado por la caridad cristiana alimentada desde la infancia en el regazo familiar. En el joven José destacaríamos tres florecillas: “Era cumplidor de lo que estaba mandado; de todo lo que se le indicaba. Era fiel sin tergiversaciones, ni astucias, ni componendas y era trabajador, un gran trabajador”.
La provincia marista de España tenía en el momento de la revolución un potencial humano enorme puesto en las Casas de formación. Para atender y tratar de infundir el espíritu marista a los seminaristas, novicios y escolásticos, los superiores debían elegir a personas con perfiles específicos de responsabilidad presente y futura para desempeñar esta tarea Un testigo confirma lacónicamente lo acertado de esta elección para formar parte del equipo formador de los jóvenes que estudiaban para maristas: “Lo que el H. José Teófilo había sido de formando lo fue de profesor: fiel, cumplidor y alegre”
El día del martirio, los Hnos. José Teófilo y Severiano son obligados a descender del coche, caminan un trecho y los milicianos a una orden disparan sobre ellos y caen heridos al grito de Viva Cristo Rey. Era en el territorio de la Palma de Cervelló, el 1 de agosto de 1936.
Resumido a partir de las hagiografías del Hno. Mariano Santamaría, en el sitio web del Instituto de los Hermanos Maristas, Casa general, Roma.