Sancho nació en Albi, al sur de Francia. Era todavía muy niño, cuando los moros de España hicieron una incursión, lo secuestraron y lo llevaron como prisionero de guerra, hasta la ciudad española de Córdoba. Ahí fue obligado a ingresar en las filas de los jóvenes cadetes que se entrenaban en el uso de las armas, para convertirse en "doncellos" o genízaros del ejército moro. Inspirado, al parecer, por el ejemplo de san Isaac de Córdoba, el joven Sancho hizo una abierta declaración de su cristianismo y negó con valor la veracidad de la predicación del profeta Mahoma. Inmediatamente fue sometido a juicio y condenado a muerte. Varios otros cristianos perecieron al mismo tiempo y por la misma causa; pero parece ser que solamente Sancho, sin duda para escarmiento de los que presenciaron el suplicio, sufrió la horrible tortura de ser empalado en vida. Se le acostó boca abajo en el suelo y se le atravesó el cuerpo con estacas que luego, con el cadáver ensartado en ellas, fueron clavadas en un sitio concurrido para exhibir al ajusticiado durante varios días, tal como habrían de hacerlo después los moros con san Isaac. El cadáver de Sancho fue por fin incinerado y las cenizas se dispersaron en el río Guadalquivir.
De nuevo en este caso, como en el de san Isaac, toda nuestra información deriva de los escritos de Eulogio. Véanse las notas bibliográficas en el artículo de san Isaac. N.ETF: Rafael Jiménez Pedrajas en Enciclopedia dei Santi señala que el culto al beato Sancho -y posiblemente a otros santos de la misma persecución- no es demasiado antiguo, sino que comenzó en Córdoba en el 1601, con el descubrimiento y publicación de la obra de san Eulogio, que es la única fuente de los nombres y detalles de muchos mártires de los sarracenos en Cordoba.