Langley o Ungley era un rico terrateniente de Grimthorpe en East Yorkshire y parece que nació allí mismo unos cuarenta años antes de su martirio, hacia 1546. Tenía tierras también en Rathorpe y en Ousethorpe. Estaba casado con Joan Beaumont de Mirfield y tenía cuatro hijas y un hijo. Era también un católico fervoroso que daba acogida en su casa a los sacerdotes y que llegó a hacer un refugio subterráneo para ellos donde muchos pudieron pasar desapercibidos. Delatado, el 28 de octubre de 1586 fue enviado un piquete militar a examinar el asunto y se hallaron en efecto dos sacerdotes, lo que trajo el arresto inmediato de Langley.
Los recuerdos que hablan de él dicen que era un alma grande, de notable piedad, gran crédito social, respetado de todos por su honestidad, sabiduría y sobriedad, bien cualificado en toda virtud. Llevado a juicio, al entrar en la sala, un grupo de protestantes lo insultó, pero él se dirigió al P. Cerowe que estaba allí y le pidió la bendición. Declaró no arrepentirse de haber alojado a los sacerdotes, por ser mensajeros de Dios, y más bien lamentaba no haber podido hospedar a más. Dijo también que daba gracias a Dios por concederle morir por una causa tan buena. Durante todo el período que pasó en la cárcel estuvo siempre jovial y alegre. Se ganó el corazón del carcelero, y cuando era llevado a la muerte mostraba tanta alegría que llegó al patíbulo antes que el propio sheriff. Una vez ahorcado, destripado y descuartizado el 1 de diciembre de 1586, y pese a que lo reclamaban sus amigos, su cuerpo fue echado al fondo de una fosa y encima echaron los de varios ladrones ejecutados. Su hija Isabel murió en la cárcel por la fe, y decía que veía a su padre junto a ella. Fue beatificado el 15 de diciembre de 1929 por el papa Pío XI.