La familia Delle Vigne era una de las más nobles de Capua. Pedro delle Vigne había sido canciller del emperador Federico II (su desempeño en ese cargo fue alabado por Dante en el «Infierno» de su Divina Comedia) . Entre los descendientes de este personaje figuró Raimundo de Capua, quien nació en 1330. Cuando era estudiante en la Universidad de Bolonia, ingresó en la orden de Santo Domingo. A pesar de su mala salud, Raimundo hizo una brillante carrera. A los treinta y siete años, fue nombrado prior de la Minerva de Roma; más tarde fue lector en Santa María Novella, en Florencia. En Siena, a donde fue enviado en 1374, conoció a santa Catalina. Durante la misa del día de san Juan Bautista, la santa oyó una voz que le decía: «Este es mi servidor muy amado y a él voy a confiarte». El P. Raimundo había sido ya capellán de las predicadoras de Montepulciano, de suerte que no carecía de experiencia en la dirección de religiosas, pero hasta entonces nada sabía de aquella joven. Catalina, que tenía veintisiete años, era dieciséis años más joven que el beato Raimundo. Era éste un hombre prudente y ponderado que no se dejaba llevar de impulsos ni se asustaba de las novedades. Aunque al principio no comprendió la misión a la que Dios le tenía destinado, reconoció inmediatamente la bondad de Catalina; una de las primeras cosas que hizo al tomarla bajo su dirección, fue permitirle que comulgase tan frecuentemente como lo deseara. Durante los últimos seis años de vida de santa Catalina, que fueron los más importantes, el beato fue su director espiritual y su brazo derecho, lo cual debería bastar para que la historia no olvidase su nombre.
La primera obra que emprendieron en común fue el cuidado de las víctimas de la peste que había diezmado la ciudad. El P. Raimundo contrajo la enfermedad y estuvo a las puertas de la muerte. Santa Catalina oró por él durante una hora y media y, a la mañana siguiente, el beato estaba perfectamente sano. Desde entonces, quedó convencido del don de milagros y de la misión divina de Catalina. Cuando la epidemia cedió, el P. Raimundo colaboró con santa Catalina en la predicación de la cruzada, en Pisa y otras ciudades y se encargó personalmente de entregar la famosa carta de la santa al feroz filibustero de Essex, Juan Hawkwood. La predicación de la cruzada se vio interrumpida por la rebelión de Florencia y de la Liga Toscana contra el Papa de Aviñón; entonces, el P. Raimundo y Catalina consagraron sus esfuerzos a restablecer la paz en Italia y a conseguir que Gregorio IX volviese a Roma. En 1378, murió este Pontífice y Urbano VI le sucedió; pero el partido de la oposición eligió a Clemente VII, y así comenzó el cisma de Occidente. Santa Catalina y el Beato Raimundo no tenían duda alguna acerca de quién era el Papa legítimo. Urbano VI envió a Raimundo de Capua a Francia a predicar contra Clemente VII y a ganar para su causa al rey Carlos V. Catalina se despidió en Roma del fiel dominico que tanto la había ayudado en sus empresas por la gloria de Dios y que tantas veces había pasado el día entero confesando a los pecadores que ella había convertido a penitencia. «Jamás volveremos a hablarnos», exclamó Catalina al despedirse, y cayó de rodillas bañada en lágrimas.
Los soldados de Clemente detuvieron al Beato Raimundo en la frontera, Felizmente logró escapar con vida y volvió a Génova, donde recibió una carta de santa Catalina, que estaba muy desilusionada por su fracaso. El papa Urbano le escribió que tratase de llegar a Francia por España, pero no lo consiguió, santa Catalina le escribió otra carta, en la que le reprochaba duramente lo que ella consideraba como una cobardía. A pesar de todo, Raimundo de Capua permaneció en Génova predicando contra Clemente y estudiando para obtener el título de licenciado en teología. Hallándose en Pisa el 28 de abril de 1380, «oyó una voz que no tenía sonido y cuyas palabras llegaban a su inteligencia sin pasar por sus oídos». La voz le mandó: «Dile que no se desaliente. Yo estaré con él en todos los peligros y, si fracasa, yo le ayudaré nuevamente». Pocos días más tarde, el beato se enteró de la muerte de Catalina y supo que había dicho exactamente las mismas palabras sobre él a quienes la rodeaban en su lecho de muerte. El P. Raimundo tomó a su cargo la «familia» de la santa, que se componía de un reducido número de clérigos y laicos que la habían ayudado y apoyado en todas sus empresas, y continuó trabajando ardientemente para poner fin al cisma.
Además, durante los siguientes diecinueve años, se distinguió en otro género de actividad. Por la época de la muerte de santa Catalina, fue elegido maestro general de los dominicos partidarios del papa Urbano. El beato se consagró seriamente a restaurar el fervor, que había decaído mucho a causa del cisma, de la «muerte negra» y de la debilidad general. En particular se esforzó por rejuvenecer el aspecto propiamente monástico de la orden y para ello estableció cierto número de conventos de estricta observancia en varias provincias, con el objeto de que su fervor influyese en el conjunto. La reforma no tuvo un éxito completo, y se han reprochado a Raimundo de Capua las medidas que tomó, porque tendían a modificar y disminuir la importancia intelectual de los dominicos. Pero hay que decir que tales medidas produjeron una serie de varones de Dios, y no sin razón se ha llamado «segundo fundador de la orden» a su vigésimo tercer maestro general. Otra parte del plan del beato consistía en difundir la tercera orden por todo el mundo. En esa empresa le ayudó mucho el P. Tomás Caffarini, a cuyas instancias debemos que Raimundo de Capua haya terminado la biografía de santa Catalina. Además, en sus años mozos, cuando tenía menos trabajo, había escrito una vida de santa Inés de Montepulciano. El Beato Raimundo de Capua murió en Nüremberg el 5 de octubre de 1399, cuando se hallaba trabajando por la reforma de los dominicos en Alemania. Fue beatificado en 1899.
No se ha conservado ninguna de las biografías contemporáneas del beato; pero naturalmente se encuentran muchos datos sobre él en las fuentes biográficas de Santa Catalina de Siena. Se conservan, además, los escritos de Raimundo de Capua (Opuscula et Litterae, 1889), y el Registrum Litterarum de los maestros generales de la orden de Santo Domingo, editado por el P. Reichert; desgraciadamente, esta última obra está incompleta. Dichos documentos oficiales son de gran importancia para el estudio del movimiento de reforma iniciado por el beato. La biografía moderna escrita por H. Cormier, Le bt. Raymond de Capoue (1889), es excelente. Por otra parte el beato ocupa un sitio prominente en el tercer volumen de la Histoire des Maitres Généraux O.P. de Mortier. Véase también el artículo de Bliemetzrieder en Historisches Jahrbuch, vol. XXX (1909), pp. 231-273.