Ejemplo de fe cristiana vivida heroicamente en los horrores de la II Guerra Mundal, un laico cercano a nosotros que se yergue como señal frente a los extravíos de ideologías portadoras de odio racial y religioso, en definitiva de inhumanidad. Marcelo Callo nació el 6 de diciembre de 1921 en Rennes, Francia. Segundo de nueve hermanos, creció en una familia profundamente cristiana. Cada mañana durante siete años, iba a la iglesia para servir a la santa misa.
El 1 de octubre de 1934, a los 13 años, ingresó como aprendiz en una tipografía de Rennes, y alternaba el duro trabajo con su pasión como scout (niño explorador), que sin embargo dejó hacia el fin de 1935 para ingresar en el IOC (movimiento de acción católica del ambiente obrero), donde trabajó en el apostolado de manera entusiasta, hasta llegar a la presidencia de su sección.
En plena guerra mundial, en marzo de 1943, a los 22 años, fue enrolado por los Servicios de Trabajo Obligatorio de los invasores alemanes, y enviado a Alemania, al campo de trabajo de Zelha-Melhis en Turingia; en este campo, en la clandestinidad y armado de una gran fe, trató de desenvolver un apostolado de consuelo religioso, atento a amortiguar, en cuanto pudiera, las amarguras y sufrimientos de sus compañeros de desventura. Fue acusado de ser «demasiado católico», y por eso recluido en las prisiones de Gotha, el 19 de abril de 1944, donde permaneció por cinco meses, padeciendo indecibles sufrimientos físicos y morales, soportándolos con espíritu heroico en un continuo ascenso a la santidad.
El 4 de octubre de 1944 fue internado en el infame campo de concentración de Mauthausen, y destinado después, el 7 de noviembre, al vecino campo de Güssen II, donde el 19 de marzo de 1945 murió, completamente destruido por los sufrimientos físicos, por las privaciones de todo género, por el demoledor trabajo y el aislamiento de no haber sabido más nada de su familia. Fue beatificado por el papa Juan Pablo II el 4 de octubre de 1987.
Traducido, con escasos cambios, de un artículo de Antonio Borrelli.