Julián nació de la familia Parenzo-Pola en la segunda mitad del siglo XIII. Joven aún sintió la vocación al estado religioso, abandonó el mundo y fue recibido en la Orden de los Hermanos Menores. Vistió el hábito religioso en el vecino convento de San Miguel Arcángel, situado en un monte solitario, habitado antes por monjes camaldulenses y fundado por el mismo san Romualdo abad. En este convento, dependiente de la Provincia de Dalmacia, Julián trabajó por su perfección mediante la fiel observancia de la Regla de San Francisco. Fue hombre de intensa oración y áspera penitencia, se constituyó en modelo, ejemplo y admiración de sus cohermanos y conciudadanos.
Ordenado sacerdote y poseedor de eminentes dotes de doctrina, interrumpía las dulzuras de la vida contemplativa para evangelizar a los pueblos y combatir la herejía rampante por los bellos campos de Istria: con la palabra de paz extinguía las rivalidades entre güelfos y gibelinos.
Julián, como San Francisco, supo conciliar admirablemente la vida de soledad con la del apostolado. Después de períodos de oración bajaba a las ciudades y a los poblados para desarmar a los hermanos en lucha y suscitar por doquier la vida evangélica que hermana a todos en el nombre de Cristo. Su vida fue ejemplar por su piedad y caridad para con el prójimo. En sus peregrinaciones apostólicas enfervorizaba a la gente en el amor a Jesús Eucarístico, el Crucificado y la dulcísima Madre celestial. Decidido a parecer tonto y débil ante el mundo, encontraba en los insultos una ocasión providencial para ganar algún mérito en sufragio de las almas del Purgatorio. Su palabra profundamente popular, encantaba a las turbas. El secreto del entusiasmo que despertaba con su predicación era el amor ardiente por Jesús, cuyo nombre tenía siempre en los labios, y su filial devoción a la Santísima Virgen.
En la estrictísima pobreza de su convento, a menudo socorrido por Dios con prodigios, nunca cerró su corazón a los pobres, para los cuales fue de una generosidad sin límites. Su santidad y su caridad atrajeron para sí y sus cohermanos el cariño, la devoción y el reconocimiento de un número siempre creciente de fieles. Murió en el convento de San Miguel Arcángel de su tierra natal, testigo de su santidad, hacia el año 1349 y allí fue sepultado. Fue representado con aureola sobre su cabeza, una cruz en la mano derecha y el libro del Evangelio en la izquierda. En 1418, después de que los franciscanos abandonaron el convento de San Miguel, los habitantes de Parenzo robaron hábilmente el cuerpo del Beato Julián, que fue llevado con honores a la iglesia colegiada del Valle de Istria. Su culto continuó ininterrumpido a través de los siglos, hasta que fue aprobado por San Pío X el 23 de febrero de 1910.