Uno de los más célebres Frailes Menores de la Observancia fue el beato Juan de Prado, quien conquistó la corona del martirio en Marruecos, en el siglo XVII, como lo habían hecho aquellos primeros franciscanos, como el beato Berardo y sus compañeros en el siglo XIII. El beato pertenecía a una noble familia española de Mogrovejo, en León. Después de estudiar en la Universidad de Salamanca, tomó el hábito de San Francisco en 1548. Desde el momento en que recibió las órdenes sagradas, pidió a sus superiores que le enviasen a evangelizar a los paganos. Sin embargo, antes de partir a las misiones, tuvo que predicar en su patria y desempeñar los oficios de maestro de novicios y guardián en varios conventos. Aunque era extraordinariamente devoto y humilde, el beato fue calumniado y el provincial le relevó del cargo de superior. Juan aceptó esto con entera resignación, diciendo: «Dios quiere que sufra. Hágase su voluntad. Lo único que me apena es el escándalo que esto puede causar en los débiles y el descrédito que pueda acarrear a nuestra orden». Al cabo de algún tiempo, quedó probada la inocencia del beato, quien, en 1610, fue nombrado provincial de la nueva Provincia de San Diego.
Tres años más tarde, una intensa epidemia de peste acabó con todos los franciscanos que trabajaban en las misiones de Marruecos. Como el período de su provincialato tocaba a su fin, el beato Juan pidió que le enviasen a socorrer a los cristianos de aquella región. El papa Urbano VIII le nombró misionero apostólico y le confirió poderes especiales. Acompañado por el P. Matías y el hermano Cenesio, Juan de Prado se embarcó con rumbo a Marruecos, donde empezó inmediatamente a trabajar entre los esclavos cristianos. Aunque recibieron la orden de salir del país, los misioneros prosiguieron administrando los sacramentos a los fieles y reconciliando a los apóstatas. Por ello fueron arrestados en Marrakesh y se les condenó a moler salitre para la fabricación de la pólvora. Poco después, comparecieron ante el sultán; como defendiesen valientemente la fe, éste mandó que fuesen azotados y arrojados de nuevo en la prisión. La segunda vez que el beato Juan compareció ante el sultán, hizo caso omiso de él y predicó a algunos apóstatas que se hallaban en la sala. Entonces, Muley-al-Walid derribó de un golpe al misionero y le atravesó con dos flechas; en seguida dio la orden de que le echasen a la hoguera antes de que muriera. En medio de las llamas el siervo de Dios seguía predicando a los verdugos, hasta que uno de ellos le rompió el cráneo con una piedra. Juan de Prado fue beatificado en 1728.
Ver P. P. Ausserer, Seraphisches Martyrologium (1880); Léon, Aureole Séraphique (trad. ingl.), vol. n, pp. 292-296; F. Fernández y Romeral, Los Franciscanos en Marruecos (1921); y H. Koehler, L'Eglise chrétienne du Maroc... (1934), pp. 65-83.