Las Marcas, fertilísimo vivero de santos y beatos más que todas las regiones fértiles de Italia, recuerdan a un personaje ejemplar, nacido en Fabriano hacia el 1469, de la familia Righi, el beato Juan Bautista. De Juan Bautista Righi podría decirse que fue un personaje de una época histórica y sobre todo espiritualmente diversa de aquella en la cual vivió realmente; un personaje todavía medieval, por cuanto se puede atribuir a este término de apasionado, sincero e inflexible, sobre todo en sentido místico.
Ilustre por su linaje, dio muestras de nobles sentimientos por la forma de aprender y llevar a la práctica las enseñanzas religiosas recibidas en la familia. A lo cual añadió un carácter incisivo enteramente suyo, el ardor en la oración, el celo en la caridad, espiritual y material, típicos de una época en la cual los motivos religiosos se vivían con el entusiasmo de una aventura caballeresca.
Deseoso de una vida más perfecta, leyó la vida de san Francisco, y de inmediato reconoció en el paladín de la Dama Pobreza su propio ideal, que ni los años ni las circunstancias podrían borrar o alejar. Fue así como se hizo hermano franciscano menor, vivió largos años en un convento retirado, en Forano, ocultando el fuego de su alma bajo el sayal de la humildad y la obediencia. Para subir un grado más en la perfección se hizo solitario en Massati, «La Romita» (la ermita), dedicándose sobre todo a la contemplación de la Pasión del Señor. Fue un fraile sencillo, pero no ignorante, que supo sacar provecho franciscanamente de la cultura adquirida en su juventud y continuada en la vida de convento. Habiendo hallado su ideal de perfección leyendo la vida de san Francisco, ahora encontraba el alimento espiritual en la lectura de las obras de los Padres de la Iglesia. Aunque sabio, no era soberbio, y su sabiduría no servía para alejarlo del prójimo. Más bien le ayudaba a hacer el bien y a hacer que lo hicieran los que estaban a su alrededor. Gastó sobre todo al servicio de los demás los talentos que el Señor le dio y que su vocación había multiplicado.
Su vida transcurrió entre el altar y el ministerio sacerdotal, los trabajos humildes del convento, la oración intensa y ásperas penitencias, junto con mortificaciones austeras; pasaba semanas enteras a pan y agua. A menudo después del oficio de media noche no regresaba a su celda para permanecer en adoración ante el sagrario. En la comunidad era modelo de obediencia, paciencia, humildad profunda y bondad para con todos. La penitencia y el trabajo lo fueron agotando, hasta morir a los 70 años aproximadamente, en 1539. Su cuerpo reposa en la iglesia de Santiago en Cupramontana. De inmediato se le rindió culto público. Su culto fue aprobado por León XIII el 7 de septiembre de 1903.