Jan Franciszek Macha nació el 18 de enero de 1914 en Chorzów (Polonia). Al ingresar al seminario, fue ordenado sacerdote para la diócesis de Katowice el 25 de junio de 1939.
El servicio pastoral comenzó en la parroquia de San José en Ruda Slaska, coincidiendo con la invasión de Polonia por parte de los alemanes. Desde los primeros días de la guerra, sufrió mucho por la aversión nazi a la fe cristiana, la destrucción de la cultura polaca y la persecución de los antiguos insurgentes de Silesia y sus familias.
Durante el período navideño de 1939, visitando a las familias, tomó conocimiento directo de las graves condiciones materiales en que se encontraban muchas familias, cuyos padres, maridos o hijos habían sido detenidos, fusilados o encarcelados en campos de concentración. Luego comenzó a organizar la ayuda material y espiritual para las familias necesitadas. En secreto, bendijo las boda en polaco, enseñó catecismo y trajo consuelo con la Palabra de Dios.
Era un hombre de oración profunda y un sacerdote celoso. La policía de Zabrze, después de citarlo dos veces para interrogarlo, lo arrestó el 5 de septiembre de 1941 en la estación de tren de Katowice y, junto con otros, lo envió a prisión preventiva en Myslowice. En este contexto, soportó burlas y torturas, negándose a colaborar con los perseguidores. Animó a sus compañeros de prisión y oró mucho, pidiendo a Dios que perdonara a los verdugos.
La acusación fue publicada el 14 de febrero de 1942. En junio siguiente, fue trasladado a la prisión de Katowice para ser juzgado. El 17 de julio de 1942 fue condenado a muerte.
El padre Franz Wosnitza, entonces vicario general de la diócesis de Katowice, trató de defender a Jan Franciszek y escribió a la Nunciatura de Berlín y al Consejo de Abogados pidiendo su intervención, pero sin obtener resultados positivos. El 2 de diciembre de 1942 se le informó de la inminencia de la muerte y se le dio la oportunidad de recibir los sacramentos y escribir una carta de despedida a su familia.
Al día siguiente, 3 de diciembre de 1942, a la edad de 28 años, fue guillotinado en Katowice.
La historia de Jan Franciszek Macha se desarrolla en un contexto de persecución contra la Iglesia por parte del régimen nazi. El perseguidor lo consideró como un sacerdote "incómodo" por su actividad en favor del pueblo polaco. La motivación política por la que fue detenido, juzgado y asesinado, es decir, la acusación de alta traición, fue sólo un pretexto para eliminarlo.
Jan Franciszek era consciente del peligro al que estaba expuesto por su apostolado. La nación polaca, en su atormentada historia de divisiones y ocupaciones extranjeras, siempre ha considerado la religión católica como su elemento unificador y característico de su identidad. Es precisamente por esta mentalidad que se entiende la posición de Jan Franciszek. Al continuar apoyando a la población, aceptó conscientemente el riesgo de ser asesinado. Durante su detención se comportó de manera ejemplar. Poco antes de la ejecución se dispuso a morir, manteniendo una actitud serena, sin ningún resentimiento hacia los perseguidores.