El Beato Jacobo nació en 1407, en Ulm de Alemania, en el seno de la respetable familia de los Griesinger. A los veinticinco años partió de su patria a Italia, donde se enroló como soldado en Nápoles; pero, disgustado por las costumbres licenciosas de sus compañeros de filas y al comprobar que su buen ejemplo no les hacía mella, abandonó el ejército y entró a servir como secretario a un abogado de Capua. El martirologio Romano afirma que era analfabeto, sin embargo, no todos los comentaristas están de acuerdo en presentar la cuestión en ese extremo; parece más bien que puede decirse que no tenía una formación tan sólida como la que le rodearía en la Orden de Predicadores a la que luego ingresó. Sin embargo, desempeñó su oficio de secretario con tanto acierto que, cinco años después, cuando decidió de nuevo partir, el abogado no se lo permitió. Pero Jacobo logró escabullirse y se dirigió a Alemania, aunque no llegó a su país natal, pues en Bolonia volvió a enrolarse en el ejército, parece que por cuestiones de falta de dinero.
Durante su estancia en esa ciudad, acostumbraba a ir con frecuencia al santuario de Santo Domingo; otros afirman que la visita a la tumba dle santo era el motivo original de su viaje, pero nuevamente, no hay acuerdo en este punto. Lo cierto es que acabó por ingresar en la Orden como hermano lego. Los hijos de Santo Domingo ocupan un sitio distinguido en la historia del arte. El beato Jacobo, como su hermano en religión Guillermo de Marcillat, era un maestro consumado en el arte de la pintura sobre vidrio, oficio que practicaba, según parece, ya desde su hogar paterno. Sus superiores le dedicaron a ese trabajo y el beato solía prepararse a él con la oración asidua. Se conservan vidrieras pintadas por el santo en la ciudad de Bolonia, en la basílica de san Petronio.
Se cuenta que en una ocasión estaba él colocando vidrios en el horno, para cocer la pintura, y su prior, queriendo demostrar la obediencia de Jacobo a un prelado que se hallaba de paso en el convento, le entregó una carta y le dijo que la llevase inmediatamente a París. No obstante que el viaje era largo, difícil, peligroso, y que se le iba a arruinar el trabajo que estaba realizando, el hermano Jacobo tomó la carta como la cosa más natural del mundo y pidió simplemente permiso de pasar por su celda para tomar su sombrero y su bastón. Cuando volvio, -cuenta previsiblemente la leyenda hagiográfica- encontró el trabajo perfectamente terminado y no quemado, como hubiera debido ocurrir.
En cierta ocasión fue arrebatado en éxtasis, y además del milagro de la pintura que mencionamos recién, se le atribuyeron otros numerosos milagros, antes y después de su muerte. Dios le llamó a Sí el 11 de octubre 1491, cuando tenía ochenta y cuatro años. Su culto como beato fue confirmado en 1825.
Su contemporáneo, Fray Ambrosino de Saracino, nos legó una semblanza de Jacobo en italiano; puede verse traducida al latín en Acta Sanctorum, oct., vol. V. Ver Procter, Dominican Saints, pp. 287-291. La presente nota toma como fuente prncipal el artículo del Butler, pero también se ha tomado referencias de la hagiografía (sin firma) de Academia de Humanidades PP Dominicos y la nota de Franco Mariani en Santi e Beati.