Humberto III, Conde de Savoya, nació en 1136 en Avigliana, y sus padres, Amadeo III de Saboya y Matilda de Vienne, se esforzaron en darle una buena y religiosa educación.
Se confió su formación al beato Amadeo de Lausana, bajo el cual el joven hizo grandes progresos, especialmente en la vida de oración. Llamado a gobernar a la muerte de su padre, sacrificó su deseo de soledad a la misión a él encomendada, y aunque era apenas un muchacho cuando tomó las riendas del gobierno, se mostró totalmente apropiado a su posición, encontrando que le era posible conciliar los deberes de gobernante secular con el de la santificación de sí.
Cuando su esposa murió sin hijos, el conde buscó en el monasterio de Aulps el consuelo que necesitaba, y de buena gana hubiera permanecido allí, pero sus vasallos vinieron a suplicarle que no los abandone y tomara medidas para asegurar la sucesión de su familia. Cediendo a estas razones retomó la carga, y aun contrajo dos, si no tres, matrimonios más. Con su segunda esposa, Germana de Zähringen, tuvo una hija, Agnes, que fue prometida a Juan Sin Tierra, luego rey de Inglaterra, pero ambas, madre e hija, murieron antes de que el matrimonio pudiera tener lugar.
Durante este período Humberto tuvo ocasión de repeler una agresión por la fuerza de las armas, con lo que demostró ser apto tanto en la guerra como en la paz. «Bravo en el combate, impávido en los reveses, justo y moderado en la victoria, fue siempre firme en su adhesión a lo que tenía por justo.» La fama de su sabiduría y probidad llegó mucho más allá de los límites de su propio país, y le ganó la confianza de sus contemporáneos. Leemos, sin embargo, que en una ocasión tuvo un conflicto violento con san Antelmo, Obispo de Belley. Afortunadamente los dos santos hombres, a pesar de haber perdido los estribos, llegaron a una reconciliación muy edificante.
Llegó al fin la hora en que el conde Humberto sintió que estaba justificado retirarse del mundo y prepararse para la muerte. Se retiró a la abadía cisterciense de Hautecombe, donde se entregó a las prácticas más humildes y austeras de la vida religiosa. Según algunas autoridades, sin embargo, no se le permitió permanecer mucho tiempo en este retiro: el llamado de su pueblo, que estaba amenazado de nuevo con la invasión de Alemania, lo hizo salir del claustro a tomar el mando del ejército. Si bien prevenido de su próxima muerte, marchó con el ejército hasta Chambery, donde murió en 1188. Sin embargo este final del relato de su vida es, hay que confesarlo, muy dudoso. Hay buenas razones para creer que el beato Humberto falleció pacíficamente en su retiro del Císter, donde también fue enterrado cerca de un siglo más tarde el beato Bonifacio de Saboya, que había sido arzobispo de Canterbury. El culto del beato Humberto fue aprobado en 1838.
No parece haber ninguna biografía temprana del beato. Los hechos hay que desprenderlos de los relatos imperfectos y a menudo contradictorios de los cronistas. La mayor parte de la historia se puede extraer de la importante labor de Samuel Guichenon, Histoire genealogique de la royale Maison de Saboye, de las cuales la primera edición apareció en 1660. Cabe señalar que Guichenon sostiene con firmeza que Humberto se casó, no tres, sino cuatro veces, y que su cuarta esposa, cuando él se retiró a la abadía cisterciense, se hizo monja en Messines de Flandes. Artículo traducido para ETF de la edición inglesa del Butler, no impreso en la versión castellana.