El beato Guillermo Fenoglio, nacido en Garessio (provincia de Cuneo, Italia) en 1065, murió probablemente en 1120, en la Cartuja de Valcasotto. Es por lo menos sorprendente que un simple «converso cartujo» (es decir, un «hermano laico») haya disfrutado de tanta fama, no sólo en su región, sino en media Europa, de tal modo que ha sido con frecuencia representado en pinturas y esculturas, tal vez más veces que otros santos mucho más «famosos» pero de iconografía pobre o inexistente. Esto no puede explicarse sólo por su fama de «santo de los milagros burlones» (quita y pone la pata de una mula, disputa con el diablo la construcción de un puente, etc.): Guillermo es una personalidad fuerte, casi magnética, que atrae a la gente por su testimonio de vida, su simplicidad, y por supuesto por la ola de hechos milagrosos que ocurren después de su muerte. Cuando a los 20 años hace su entrada en la Cartuja de Cassotto, ya tiene realizado un intenso camino a la perfección y a la profunda unión con Dios.
Se le pide que organice la comida para el monasterio, allí va, pidiendo limosna en las fincas y pueblos de la zona, yendo incluso hasta Mondovi y Albenga. Es el blanco favorito de los bandidos que poblaban las calles y que más de una vez le quitan todo lo que ha conseguido. Guillermo entra en crisis, y se queja al Prior, que entre serio y burlón le invita a defenderse «incluso con la pata de la mula». El humilde cartujo, que de la obediencia ha hecho meta de su vida, en la siguiente oportunidad en que lo atacan los bandidos, «en virtud de la obediencia» toma la pata de la mula, y la empuña contra los atacantes como un original garrote, que se dan a la fuga aterrorizados por ese gesto. Guillermo pone la pata del animal en su lugar y vuelve a la Cartuja, pero en la prisa la coloca boca abajo, de modo que la mula cojea lamentablemente. El prior se da cuenta, y para verificar qué hay de cierto en lo que se cuenta de los prodigios de Guillermo, lo regaña por su descuido y le ordena que ponga la pata como debe ser, y así, delante del prior y los hermanos y pidiendo disculpas por su error, quita con toda naturalidad de nuevo la pata y la coloca correctamente. Todo esto, por supuesto, sin que el animal pierda sangre ni rebuzne de dolor. De este hecho se ha apoderado la hagiografía del beato, a quien representa siempre empuñando la pata; e incluso en la cartuja de Pavia se lo llama en broma el «santo del jamón».
Cuando Guillermo muere, alrededor de su tumba ocurren milagros, la gente acude, y el monasterio es un torbellino (incluso llueven donativos, como atestigua un regalo exvoto de 1224). Para que la llegada de peregrinos no perturbe demasiado la vida de la Cartuja, a menudo trasladan su cuerpo, milagrosamente conservado incorrupto durante tres siglos, pero periódicamente vuelve a su lugar original. En plena era napoleónica, por temor a una profanación, esconden el cuerpo en una pared del monasterio, tan bien guardado que nunca más se volvió a encontrar. SS. Pío XI, el 29 de marzo de 1860, aprueba el culto de Guillermo, oficializando con el título de beato una veneración que la gente desde siempre le había tenido.
Traducido de un artículo de Gianpiero Pettiti. Debe señalarse que las fechas de nacimiento y muerte que indica el artículo no son seguras, por diferencia de muchos años: en otras hagiografías figura su muerte hacia el 1200.