Francisco, conocido también con el nombre de «Cecco» (una forma apocopada y coloquial de Francesco), nació en Pésaro. Sus padres le dejaron una cuantiosa herencia, pero él decidió repartirla entre los pobres y consagrarse al servicio de Dios. Así pues, el año 1300, ingresó en la Tercera Orden de San Francisco y se retiró a una ermita que había construido en la ladera de Monte San Bartolo, en las cercanías de Pésaro. Pronto se le unieron numerosos discípulos. Para darles de comer, el beato solía pedir limosna en los pueblos vecinos, de suerte que el pueblo empezó a venerarle pronto por su bondad y caridad. Así vivió Francisco cerca de cincuenta años, durante los cuales le ocurrieron los sucesos más extraordinarios. Por ejemplo, en cierta ocasión en que había ido a Asís con sus compañeros para ganar la indulgencia de la Porciuncula, tuvo que detenerse en Perugia y envió a sus compañeros por delante. Cuál no sería la sorpresa de éstos cuando, al llegar a la ermita, le encontraron ahí, esperándolos. Pero este hecho puede explicarse naturalmente, hay que reconocerlo, dado que el beato conocía bien los atajos de la región. En realidad, los biógrafos antiguos, dejándose llevar por eI entusiasmo, exageraron varios hechos de este tipo en las vidas de los santos.
El beato Francisco no tenía nada de «aristócrata», en el mal sentido de la palabra y aceptaba gustosamente las invitaciones que le hacían las gentes sencillas. Pero en tales ocasiones tenía buen cuidado de no dejarse llevar por el atractivo de los buenos platillos y dominaba perfectamente toda manifestación de gula. Y era éste un vicio que reprendía ásperamente en los demás. En cierta ocasión en que se hallaba enfermo, sus discípulos mataron un pollo para prepararlo exquisitamente y conseguir que el beato comiese. Francisco, echando de menos al pollo en el gallinero, preguntó donde estaba y, cuando supo lo que habían hecho sus discípulos, los reprendió severamente, diciéndoles: «Los gallos merecen nuestro agradecimiento porque a la aurora nos llaman a la oración. Constituye una falta el haber matado a ese pollo, aunque haya sido por compasión por mí, ya que su voz me reprochaba todas las mañanas mi pereza en el servicio de Dios y me obligaba a levantarme para alabarle». El biógrafo del beato cuenta que éste se puso entonces a orar por el pollo, que estaba ya desplumado, y que su oración consiguió devolverle no sólo la vida, sino también las plumas ... El beato Francisco ayudó a la beata Micaelina Metelli a fundar la Cofradía de la Misericordia en Pésaro y a construir un hospital para mendigos y peregrinos en Almetero. Francisco fue sepultado en la catedral de Pésaro. Su culto, que data de muy antiguo, fue confirmado por Pío IX.
En Acta Sanctorum hay una breve biografía medieval (agosto, vol. I). Véase también Mazzara, Leggendario Fracescano (1679), vol. II, pp. 199-202. El mismo «milagro» de resucitar un pollo ya cocinado se cuenta de otros santos.