Entre los primeros compañeros de san Francisco está el Beato Gil de Asís, el cual respaldó su petición de hacerse Hermano Menor cediendo inmediatamente su propio manto cuando al convento de los hermanos llegó un pobre a pedir alguna cosa. Sencillo, humilde, iletrado, sabía sin embargo impulsar a todos al amor de Dios y expresar dichos llenos de seráfica doctrina. La mayor parte de su vida se caracterizó por peregrinaciones: a Santiago de Compostela, al Monte Gargano (Santuario de San Miguel Arcángel), a Tierra Santa y más tarde al África. Ocupaba el tiempo de permanencia y sus esperas forzosas y se ganaba la caridad de las gentes con sus trabajos manuales. Hacía de todo: cargaba agua, recogía nueces o leña, nunca ocioso, siempre en silencio con Dios, con quien hablaba en la oración y en la contemplación, única fuente de su sabiduría cristiana. Así vino a ser el ejemplo de la vida franciscana primitiva, cuyo claustro es el mundo, su ocupación cualquier trabajo honesto y humilde, y su delicia estar con Dios en las noches silenciosas.
El día de San Jorge, el 23 de abril de 1209, Gil, después de escuchar la Misa en Asís, bajó a la Porciúncula con la intención de dirigirse a san Francisco. Lo encontró saliendo de un bosquecillo y se le echó a los pies. «¿Qué quieres?», le preguntó Francisco. «Quiero quedarme contigo», respondió Gil. Y se quedó. Francisco lo declaró de inmediato «caballero de la mesa redonda» y en su compañía partió para la Marca de Ancona. A lo largo del camino fray Gil alababa a Dios y lleno de gratitud se postraba en tierra y besaba la hierba, las flores y las piedras. Cuando san Francisco predicaba él permanecía estático y decía a los demás: «Escúchenlo, porque habla maravillosamente». Fuera del tiempo necesario para la oración y la lectura del breviario, Gil trabajaba continuamente y como pago sólo recibía lo estrictamente necesario para la vida. Son célebres sus dichos llenos de sabiduría religiosa y de espíritu práctico. Una vez amonestó a un predicador parlanchín, gritándole detrás: «Bao, bao, bao, hablo mucho, poco hago». Con frecuencia su sabiduría era bondadosamente irónica, como cuando un hermano dijo que había soñado con el infierno y no había visto allí ningún hermano menor, le respondió: «¡Seguramente no bajaste hasta el fondo!». Ante uno que hablaba mucho sin pensar, dijo: «Pienso que uno debería tener el cuello largo como la grulla; así la palabra tendría que pasar por muchos nudos antes de subir a la boca».
Entre 1215 y 1219 estuvo como ermitaño en las afueras de Asís. Entre 1219 y 1220 estuvo como misionero en Túnez, del 23 de junio de 1225 al 31 de enero de 1226, vivió en Rieti, en casa del cardenal Niccoló, que deseaba gozar de sus conversaciones espirituales. Fray Gil era un contemplativo, un místico, que entraba en éxtasis con sólo oír mencionar el paraíso. San Francisco y san Buenaventura tuvieron para con él una gran admiración. Más tarde, muerto ya san Francisco, su vida transcurrió en los eremitorios de la Umbría, sobre todo en el de Monterípido, donde murió muy anciano el 23 de abril de 1262. Cercano a la muerte, las autoridades de Perusa enviaron gente armada a custodiarlo, para asegurarse de que una vez muerto nadie les pudiera arrebatar la reliquia del cuerpo de «su» santo, él los dejó hacer, pero les envió recado para asegurarles que «por mí no han de sonar las campanas, ni por grandes milagros ni por mi canonización. No se dará otro signo que el de Jonás»; a lo que los perusinos contestaron: «Pues, aunque no sea canonizado, lo queremos para nosotros».
Llamado Beato por la voz del pueblo, la Iglesia le confirmó este título por medio de Pío VI el 4 de julio de 1777.
Quien desee ampliar un poco más el conocimiento de este beato, puede recurrir al Directorio Franciscano, donde se reproduce el capítulo pertinente de la obra «Compañeros primitivos de San Francisco», de Daniel Elcid, O.F.M., Madrid, BAC, 1993. me he basado en ese relato para redondear la anécdota del piquete de perusinos que custodiaban armados su lecho, ya que en «Franciscanos para cada día» (o al menos en la traducción de la que dependo) no quedaba para nada claro el asunto.