Sus padres, Severino González y Josefa Alonso, tuvieron diez hijos, dos de los cuales fallecieron con pocos años de edad. La familia vivía de la labranza y del ganado vacuno. Un hermano de Severino -tío de Antonio- era dominico misionero en las Islas Batanes de Filipinas, lo cual probablemente le marcó desde niño.
Severino pertenecía a la Adoración Nocturna, y con él, todos los hijos fueron ingresando en sus filas a medida que se hacían mayores. También administraba la Cofradía de Ánimas.
De los hermanos, tres fueron religiosos dominicos –fray Julio González Alonso, misionero en Filipinas, fray Jesús González Alonso, misionero en Texas, y hna. Severina González Alonso, Dominica de la Anunciata, en Gijón–.
Antonio González Alonso nació el 11 de abril de 1912. Era el octavo de los hermanos, y siendo muy joven ingresó en la Escuela Apostólica que tenían los padres Dominicos en Mejorada (Valladolid), donde coincidió con su hermano Jesús. Cursó hasta 1927 los cursos de Humanidades con muy buenos resultados, e ingresó como postulante. Su deseo era ser fraile y llegó a ingresar en el convento de Santo Tomás, de los padres Dominicos, en Ávila. Sin embargo, enfermó de turberculosis y tuvo que regresar a casa de sus padres, al menos de forma temporal, hasta que se repusiera. Como su salud no se recuperaba a corto plazo, llegó un punto en que tomó la decisión, por consejo de los médicos y de los padres Dominicos, de que su destino no era la vida religiosa.
Una vez de vuelta a su casa, los testimonios de la gente que le recuerda le describen como un joven sonriente y amable. Asistía a misa diariamente, y ayudaba como monaguillo. También atendía la sección de Tarsicios de la Adoración Nocturna (secciones infantil y juvenil). Decidió estudiar Magisterio en la Escuela Normal de Oviedo, pero sólo llegó a estudiar el primer curso, de 1935 a 1936.
El 20 de julio de 1936 él y su hermano Cristóbal fueron hechos prisioneros. Su calvario comenzó cuando fue obligado a destrozar símbolos religiosos, y él se negó, por ir contra su conciencia. Sus captores le dieron 24 horas de plazo para pensar lo que iba a hacer, porque si se negaba a blasfemar y destruir objetos religiosos sería asesinado. Su respuesta, al cabo de un día fue “Lo he pensado bien y he llegado a la conclusión de que, en conciencia, no puedo ni debo pisar ese cuadro por lo que representa”.
A su hermano Cristóbal había llegado a decirle una vez “Yo tengo una ocasión para dar mi vida a Dios en calidad de mártir; no quisiera desaprovechar esta gracia, pero tú haz lo posible para seguir viviendo y atender a nuestros padres. Yo desde el cielo pienso pedir mucho por la familia”. El 11 de septiembre le sacaron del encierro y le llevaron en coche hacia Moreda. En el trayecto pasó por delante de su casa, donde se encontraba la madre sentada en la puerta. En voz alta le dijo: “Adiós, madre, hasta el cielo”. Fue llevado al Puerto de San Emiliano, entre Mieres y Sama. Le sacaron del coche y, al no oír ni un solo disparo –según el testimonio que se recogió del conductor– se cree que, como otras víctimas anteriores en el mismo lugar, fue asesinado a palos y despeñado. Al cabo de tres horas, volvieron sin Antonio. Sus restos nunca se encontraron. Se supone que fueron recogidos de entre los muchos que allí había, y llevados al cementerio de Sama.
El chófer del coche que le llevó hasta allí indicó que le habían cortado la lengua previamente, por negarse a blasfemar. Tenía 24 años. Fue beatificado en 2016, en la catedral de Oviedo, junto a los mártires de Nembra, con quienes forma un grupo cuya fecha litúrgica local es el 21 de octubre.
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