María Felicia Guggiari Echeverría nació en la ciudad de Villarrica (República del Paraguay) el 12 de enero de 1925. Fue la primogénita entre siete hermanos del hogar de Ramón Guggiari y Arminda Echeverría. Fue bautizada cuando tenía tres añitos… A los cinco entró como preescolar en el Colegio “María Auxiliadora”. A los 12 años hizo su Primera comunión. “De entonces – escribió luego – viene mi propósito de ser cada vez mejor, más buena”. Las turbulencias politicomilitares del Paraguay empezaron a condicionarla muy pronto, pues su padre, don Ramón, era significado como contrario a las corrientes fascistas. Muchas veces hubieron de sufrir sus hijos y su familia, además de sufrir él mismo, el exilio por dicha causa. Así solo con dificultades pudo hacer los estudios primarios.
En 1940 comenzó sus estudios secundarios hasta obtener el titulo de Maestra Normal. Pero la fecha más determinante en su vida de joven fue cuando en 1941 se adhirió a la Acción Católica, que ese mismo año había sido instaurada en el Paraguay. En las reuniones de A.C. aprendió a conocer y amar a Jesús, que desde entonces fue para ella el Ideal del que se enamoró apasionadamente. A los 17 años hizo su consagración al apostolado (es decir, a Jesús) en virginidad. Durante toda esta primera juventud María Felicia vivió entregada enteramente al Amor, al que recibía diariamente a costa de madrugar e irse a misa en ayunas, para poder comulgar, y luego hacer toda la mañana sus estudios de Maestra normal o sus prácticas de maestra en el Colegio Cervantes o en “María Auxiliadora”; el resto de su jornada lo consumían sus visitas a los enfermos y ancianitos, sus reuniones de A.C., con un cuidado especial sobre sus “pequeñas”, su colaboración en casa en el servicio a los hermanitos.
“Nunca recibimos de ella por nuestras travesuras —confiesan ellos— más que una sonrisa admonitoria, por más que a veces lo hacíamos adrede para hacerle perder la paciencia; sin conseguirlo, claro”. Fuera de casa iba siempre vestida con un guardapolvo blanco, por dos razones: porque desde su Primera Comunión tomó el vestido blanco como símbolo de la limpieza de su alma; por eso cuidaba la blancura de su guardapolvo recordándose a sí misma cómo había de tener su alma; y, segundo, porque un traje más burgués (su tío José P. Guggiari había sido Presidente de la República) le habría impedido el acercamiento natural a sus queridos pobres enfermos. Mucho hubo de sufrir también en esta su segunda juventud en Villarrica con motivo de la guerra civil del año 1947 y sus consecuencias: el destierro largo del papá en Argentina, las estrecheces económicas consiguientes, hasta hipotecar y estar a punto de perder la casa en que vivían… No obstante, en las canciones que componía y cantaba para alegrar la convivencia, invitaba al perdón y a la reconciliación con los enemigos políticos. Una vez vuelto el papá del destierro, la familia se trasladó a Asunción para vivir más tranquilos en el anonimato de la “gran ciudad”.
Una vez en Asunción tres cosas hizo María Felicia: lo primero, incorporarse de inmediato a la A.C. de su parroquia de Cristo Rey, inscribirse en la Escuela Normal para recibirse de Profesora y buscar trabajo por ayudar en casa, que consiguió en un colegio parroquial.
Su ritmo siguió intenso: su vida interior era de un actitud permanente de fe, esperanza, amor y de mortificación, para seguir a Jesús con la cruz; su vida apostólica se desempeñaba como responsable de las “pequeñas” (Cruzada Eucarística), con las que jugaba y saltaba como una niña más; su atención a los humildes, enfermos, abandonados, encarcelados… de cualquier signo político o religioso que fuesen; en su vida familiar, siempre generosa, sonriente, disponible, con el cuidado permanente de mantener la alegría del hogar con sus invenciones poéticas y musicales.
Pero la etapa de Asunción se caracterizó especialmente porque en ella maduró y se sublimó su amor. En efecto, a poco de llegar, conoció, en una Asamblea de A.C., a un joven estudiante de Medicina, Directivo de la obra, con el que simpatizó y empezó a salir para sus correrías apostólicas. Ese salir con un joven cayó bien entre los suyos y le facilitaba el salir de casa para su apostolado; además la compañía del joven le permitía acercarse a barrios marginales a los que sola sería peligroso acudir. Con el tiempo la simpatía se profundizó hasta convertirse en un verdadero enamoramiento. Y entonces se planteó el interrogante: ¿qué me quiere decir Jesús con este amor que yo no he buscado y que Él me ha suscitado? Porque lo importante es hacer la voluntad de Jesús. Un día Sauá le reveló un secreto: que sentía inclinación a ser sacerdote… Entonces María Felicia comprendió. Con este amor Dios quiere que lo quiera con el don y la dignidad más grande que puede haber en la tierra: que lo quiera “sacerdote” y “santo”. Tal era la pureza de María Felicia en esta su relación amistosa con Sauá, que él ha podido decir de ella: era “virgen, pura, inmaculada”. El 1 de octubre de 1951 hicieron lo que dieron en llamar “desposorio místico”, por el que ambos se consagraron a la Inmaculada para que ella presentase esa su “ofrenda pequeñita” a Dios: él sería sacerdote y ella se consagraría a Dios en el mundo o donde el Señor le indicase. En fin, la actitud de su corazón la expresó la Sierva de Dios con estas palabras confidenciales a una religiosa: “Estoy enamorada de Sauá; pero estoy más enamorada de Jesús”. Al año siguiente escribió: “He alcanzado lo que una vez soñé: tener un amor, y dárselo a Jesús”.
En efecto, el 1 de abril de 1952 hicieron el compromiso de separación “por Dios y para Dios”, y el 10 del mismo mes Sauá partía para Europa donde culminaría sus estudios de medicina y empezaría los eclesiásticos para el sacerdocio.
Esta circunstancia dio pie para que María Felicia escribiese gran cantidad de cartas al amigo, animándole en la difícil empresa, y, por otra parte, para desahogar su espíritu escribiese un Diario en el que vuelca su corazón y que es una verdadera radiografía de su alma en estos años, el mejor testigo de la maduración de su corazón y de su ascenso a la santidad.
Muchas dificultades hubo de superar Chiquitunga: de parte de los suyos, que veían frustrada su ilusión de que María Felicia formase un hogar con el joven estudiante; la culpaban de la ruptura de las relaciones; de parte del padre de Sauá, que llegó a negar a su hijo su apellido, pero al que ella supo aplacar con su delicadeza y cariño.
El 8 de setiembre de 1953 se consagraba a María bajo la forma de la Esclavitud Mariana de San Luis María Grignon de Montfort, y, por fin, en los Ejercicios Espirituales de enero de 1954, resolvía entregarse enteramente a Dios en el Carmelo, realizando lo que era el lema de su vida desde los años de Villarrica, cuando expresó su ideal de vida cristiana en una fórmula (T2OS), remedo de las fórmulas químicas que veía en sus libros y que quiere decir “Todo Te Ofrezco Señor”. Y todo lo ofreció: su juventud, su amor, su apostolado…
Resuelta a entrar en el Carmelo, cortó el año 1954 casi toda su correspondencia con el “amigo”. Durante este año le escribió dos cartas, sin decirle nada de su resolución… La última carta fue escrita pocos días antes de un ingreso comunicándole la fecha: el 2 de febrero.
En el Carmelo
En efecto, el 2 de febrero, fiesta de la Presentación de Jesús en el templo, se presentaba la Sierva de Dios ante la puerta de la clausura, y, con fortaleza, serenidad y la perenne sonrisa en los labios, rodeada de las lágrimas de los suyos, a los que tanto quería, atravesó el umbral de la “casa de Dios y puerta del cielo”.
Después de unos días de cielo, empezó el Señor su labor purificadora definitiva metiéndola en la noche del espíritu. La inseguridad sobre el paso dado se apoderó de ella. ¿No era una equivocación dejar el mundo, donde tanto bien hacía, y encerrarse, metiendo la lámpara bajo el celemín? Pero el ápice de la oscuridad lo alcanzó durante los Ejercicios Espirituales para la Toma de hábito. Por suerte nos dejó un breve, entrecortado y emocionante diario de esos días. A la lectura del mismo remitimos, pues sería largo esbozar siquiera la “noche oscura del espíritu” que sufrió la Sierva de Dios esos días. Pero en ellos mismos sintió, por fin, el sosiego “en par de los levantes de la aurora”. Experimentaba en fe la cercanía del Amado y pedía una cosa sola: “Amor para amar”; y el día 14 de agosto de ese 1955 recibía el santo hábito de la Virgen y quedaba incorporada a la familia del Carmelo.
Cuando se ha querido resumir cómo era la Hna. María Felicia de Jesús Sacramentado, se ha hecho con tres palabras: Alegría, Caridad, servicialidad… “Dios —dijo por entonces una religiosa fundadora— nos envió a la Hna. María Felicia para alegrar la estrechez de aquella pobre y pequeñita casita primera”; pero también —podemos añadir— para demostrar al mundo que la doctrina, para muchos dura, de San Juan de la Cruz se puede y se debe vivir en la alegría, como siempre el cristianismo.
El resto de su vida en el Carmelo no pudo ser más sencillo. No hizo más que amar, amar y más amar a Jesús y a sus hermanos los seres humanos: a sus hermanas de comunidad, los sacerdotes, que tenía siempre presentes, a partir de su “amigo” aspirante al sacerdocio, a los pobres y humildes…, al mundo entero. Y todo ello a través de su oración y su inmolación.
El ocaso
Nadie lo preveía tan cercano. Había entrado en el tercer año de su vida de profesa. Para el 15 de agosto le tocaba su compromiso definitivo de amor con el Señor. Ella preveía que el Señor había de enviarle alguna cruz especial…
El 7 de enero de ese año 1959, moría su queridísima hermana “Mañica” de una hepatitis infecciosa. ¡Cuánto lloró! Pocos días después se le declaraba la misma enfermedad a ella. Hubo que llevarla a la Cruz Roja, para ser allí debidamente atendida. Y, en efecto, durante la cuaresma pudo ser dada de alta. Y volvió a su amado monasterio.
Se entregó naturalmente a la vida monástica con toda su generosidad e inmolación. Llegó la Semana Santa y se unió especialmente a la Pasión de Jesús, poniendo a disposición toda su creatividad llena de amor…
El Viernes Santo, al darle el capellán la comunión advirtió un moretón en la lengua… El sábado le empezaron a brotar manchas de sangre; el domingo y el lunes de Pascua se multiplicaron. El martes una deposición hemorrágica alarmó a la M. Priora, que hizo venir inmediatamente a Freddy Guggiari, el hermano doctor de la Sierva de Dios. El diagnóstico fue inmediato: “¡Púrpura!” El joven doctor lloraba al salir: “¡Ser médico y no poder salvar a mi hermanita!”
Internada de nuevo en el Hospital de la Cruz Roja, empezó su Calvario, su unión definitiva a la Cruz: con una paciencia y una alegría inefables… Cuando en la primera quincena de abril pasó por Asunción el P. Ludovico de la Virgen del Carmen, Antonanzas, después de una conversación con ella, salió diciendo: “Es otra Teresita”. Jamás se desdibujaba de sus labios la sonrisa. Hasta ocho cartas escribió a la M. Priora y comunidad, en su ansia de vida fraterna religiosa; siempre firmaba: “La desterradita”. Quería volver pronto al Carmelo…, y Dios la llevó al Carmelo del Cielo. La rodeaban los suyos y María Felicia repetía: “Papito, ¡qué feliz soy de morir en el Carmelo!” Hacia las 4 de la mañana del 28 de abril, se la oyó decir: “Jesús, ¡qué dulce encuentro! ¡Virgen María!” Fueron sus últimas palabras…
El 1 de junio de 2017, una comisión médica nombrada por la Congregación para las Causas de los Santos reconoció la curación milagrosa del niño Ángel Ramón mediante la mediación de María Felicia de Jesús Sacramentado. Los médicos afirmaron que la sanación fue “algo inexplicable y maravilloso”. El 30 de noviembre de 2017 los Consultores Teólogos aprobaron el milagro atribuido a su intercesión y el 7 de marzo de 2018, el papa Francisco firmó el decreto que autorizaba su beatificación.
Bibliografia: Juan C. Prieto, Un lirio de la Acción Católica Paraguaya. María Felicia Guggiari Echeverría, Carmelita Descalza. Asunción 1999.
Hagiografía escrita por P. Julio Félix Barco, O.C.D., postulador de la causa.