Jeanne-Germaine Castang nació el 24 de mayo en Nojals, al Este de Bergerac (Perigord, cerca de Burdeos, en la Aquitania francesa). Su padre procedía de una familia de terratenientes y su madre de una familia de notarios. Quinta de once hermanos, era una niña alegre y muy espabilada, con un carácter bien templado. A los cuatro años se le paralizó una pierna por causa de una poliomelitis. Las hermanas de San José completaron su educación. A pesar de su tierna edad, sobresalía ya por una gran devoción eucarística.
Su padre había abierto una tienda-café, pero el negocio le fue mal, y perdió la casa, viéndose obligado a instalarse en una granja abandonada e insalubre. Era el año 1888, y los Castang no tenían ni siquiera para comer. La pequeña Germana, con apenas diez años, tomó entonces la generosa iniciativa de ir a mendigar alimentos para su familia, llamando humildemente a las puertas de los vecinos. Y también tuvo la inspiración de ofrecer su vida al Señor, a cambio de que sus seres queridos no sufrieran más.
Poco después, su padre encontraba trabajo en Burdeos, y pudo llevarse consigo, poco después, a toda la familia. Tres de sus hijos habían muerto en Nojals, y otros morirían en Burdeos, de tuberculosis y desnutrición. Mientras su padre trabajaba de vigilante de un castillo en La Réole, Germana permanecía en Burdeos, acogida por caridad por las hermanas de Nazaret, donde se preparó para la primera Comunión y la Confirmación, al tiempo que iba madurando en ella la vocación religiosa. Transcurridos cinco años, debido a la muerte prematura de su madre, y al ingreso de su hermana mayor en un convento, Germana tuvo que regresar a casa, para ocuparse de las tareas domésticas y de su hermano mayor, Luis, gravemente enfermo de tuberculosis, hasta su muerte en 1893.
Entrada en la adolescencia, Germana deseaba ser religiosa. Su primer deseo habría sido entrar con las Clarisas. Un día, mientras paseaba con una amiga, ésta le propuso ir a visitar a unas clarisas que ella conocía. La abadesa se percató de que aquella joven era un alma excepcional, modesta y humilde. Fue admitida en la comunidad del Ave María, de Talence, el 12 de junio de 1896. El 21 de noviembre vestía el hábito de la Segunda Orden Franciscana, empezando el noviciado con el nombre de sor Maria Celina de la Presentación.
A pesar de la tuberculosis y de su minusvalía, soportó pacientemente los rigores de la vida de las monjas contemplativas, con un amor creciente hacia Dios, a las hermanas y por la Iglesia. Con gran humildad y discreción acogía las manifestaciones sobrenaturales con que el Señor la regalaba, mientras se agravaba su salud con una tisis ósea. Pero ella todo lo soportaba pacientemente y con alegría. Murió el 30 de mayo de 1987, a la edad de 19 años, no sin antes haber pronunciado los votos de obediencia, pobreza y castidad. Antes de morir había escrito a su hermana: «No me importa morir, te espero en el cielo. Allá arriba no me olvidaré de nadie...» Después de su muerte se manifestó a muchas personas por medio de perfumes, por lo que se la conoce como «la santa de los perfumes».
Fue beatificadda el 16 de septiembre de 2007. «En su pequeñez, la beata Maria Celina de la Presentación se ha hecho grande a los ojos de Dios, y hoy manifiesta a todos el resultado de su total abandono al amor del Padre», manifestó el cardenal Saraiva durante la ceremonia de beatificación. Y ha añadido que «viviendo en la pobreza, ha sabido alcanzar la cima de la santidad. Podemos definir a la beata Maria Celina como 'pequeña', sobre todo porque eligió ser Hermana Pobre de Santa Clara y, por tanto, pequeña en el sentido que le da Jesús en el Evangelio de Lucas, cuando habla de un misterio escondido a los doctos y sabios, y revelado solamente a los más pequeños ... La Iglesia de Burdeos -concluyó el cardenal- tiene ahora oficialmente una nueva amiga cerca de Dios».